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Columna
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Los grillos, las hormigas y la economía española

En España se ha iniciado un año más recibiendo los más amables mensajes de optimismo en lo que le va a deparar el acontecer económico. Los diagnósticos y pronósticos no pueden ser más coincidentes, lo cual, por otra parte, podría llevar a los que no están familiarizados con estas cosas a dudar de la rentabilidad social de los servicios de estudios.

Las razones para el optimismo son conocidas: el crecimiento de la economía supera ampliamente la media europea (la europea por debajo del 2%, la española por encima del 3% -en concreto, 1,3% y 3,4% respectivamente en 2005, según los datos adelantados publicados ayer-), el empleo crece y el paro disminuye, los costes laborales descienden, el coste de la financiación de las empresas y las familias se mantiene muy bajo, la oferta de mano de obra resulta suficiente y la apertura económica y la mundialización de nuestra economía permiten que empresas y consumidores se aprovisionen de donde sea más barato. Soportando lo anterior se encuentra una demanda interior insaciable que parece querer comprar de todo y una demanda exterior que, si bien no crea problemas de entregas a las empresas españolas ni pone en cuestión la capacidad instalada, al menos no muestra síntomas de deslealtad hacia los productos españoles. Con escenarios como el descrito no resulta extraño que la rentabilidad de las empresas sea más que satisfactoria y las finanzas públicas muestren un desahogo al que estamos poco acostumbrados.

Lo bueno de todo lo anterior no solamente es que es una realidad, sino que además la mayoría de los augures vaticina que resulta probable que lo siga siendo durante un tiempo. A partir de ahí se acaba el consenso. Existe un primer grupo que piensa que en el seno de la economía española tiene lugar el funcionamiento de un círculo virtuoso que se encargará de mantener su estado de gracia. Basta con dejar hacer y poco más. A este grupo lo podemos llamar los grillos. Un segundo grupo es de la creencia de que España se encuentra rodeada de amenazas de origen propio y ajeno, y a menos que se tomen medidas y se reformen muchas cosas esto no dura. Son las hormigas.

El primer grupo está formado en gran medida por aquellos que piensan que mientras que España siga siendo un buen país de acogida no tiene que preocuparse de mucho más. Sucedió hace años, cuando España se convirtió en el destino turístico principal de los trabajadores del resto de Europa. Y vuelve a suceder ahora, cuando uno de cada tres inmigrantes en la UE elige España para trabajar y criar a sus hijos. De hecho, entre 1998 y 2005 los residentes nacidos en España habían crecido un 3%, mientras que los residentes no nacidos aquí se habían multiplicado casi por tres. Gracias a los flujos migratorios que han hecho posible esas cifras la economía española no sólo ha sido capaz de crear puestos de trabajo a una tasa envidiable, sino que la flexibilidad de todo tipo imperante en el mercado de trabajo ha permitido que los recién llegados hayan presionado a la baja los salarios. En esto radica el círculo virtuoso: menores costes laborales, más puestos de trabajo, más demanda, más beneficios, más recaudación fiscal, etcétera.

El segundo grupo sostiene su pesimismo en dos pilares. En primer lugar, en la endémica falta de competitividad de la economía española; y en segundo lugar, en el carácter exógeno de los factores que favorecen la bonanza presente.

Para mostrar el primer problema no hay que ir muy lejos. Los crecimientos de productividad son muy tímidos, el déficit exterior es notable, los productos españoles no consiguen ganar cuota de mercado en las economías más dinámicas, el grado de competencia en importantes mercados internos como los energéticos y el de ciertos servicios es reducido. Por si ello fuera poco, no cabe esperar grandes mejoras en estos campos, el gasto privado en investigación y desarrollo es muy inferior a nuestros vecinos a pesar de los generosos apoyos fiscales, el número de patentes registradas no nos permite competir en ningún ranking y la inversión productiva se ha visto desincentivada en los últimos años por las mucho más rentables inversiones inmobiliarias.

El segundo pilar es en cierta medida el argumento optimista puesto al revés. La buena marcha de la economía española no es más que el resultado de la alineación favorable de los astros, factores exógenos sobre los que se tiene poco o ningún control. Los años de bonanza han sido producto de un tipo de interés fijado en función de la tasa de inflación de la zona euro, no de la española; el saneamiento de las finanzas públicas se ha visto favorecido por los fondos europeos recibidos hasta ahora, y la contención salarial ha estado muy condicionada por la inmigración.

Como se ve una vez más aparecen por estos pagos las hormigas y los grillos. Afortunadamente, sabemos que el grillo conoce la estrategia que tiene que seguir para cuando bajen las temperaturas. Desafortunadamente, no sabemos con certeza si dispone de la experiencia, los conocimientos y la fuerza de voluntad para ponerla en práctica.

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