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Tribuna
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La estrategia energética de España

El panorama energético mundial se encamina hacia un periodo de creciente escasez que requerirá acciones específicas para abordar el reto, según el autor, que se suma al Debate Abierto en Cinco Días sobre la dependencia energética. Se trata de un desafío que, en su opinión, cobra especial relevancia en el caso de España

El panorama energético mundial está cambiando. Si bien hay petróleo (y sus derivados) todavía para décadas, vamos hacia una creciente escasez, esta vez no inducida por restricciones unilaterales de la oferta. Las reservas probadas declinan (desde hace años se produce más de lo que se encuentra) y la demanda en los países asiáticos principalmente está desaforada en la medida en que se desarrollan; además ya no hay casi margen para aumentar la producción. Así que vivimos precios elevados, que pueden seguir subiendo y que están arrastrando a los del gas natural, que comparte la vertiente upstream con el petróleo porque su consumo se acelera en todo el mundo, y a los de la electricidad, porque la tecnología de referencia para la generación se basa en el gas.

Es posible que si se descubriera un nuevo yacimiento gigante los precios coyunturalmente bajarían, pero esto daría otro impulso a la demanda, hasta un nivel desde el que será muy difícil retroceder, aunque los precios volvieran a subir de nuevo.

Estos hechos vienen otorgando mayor poder económico y político a los grandes países exportadores de hidrocarburos. Véase el reto iraní a la comunidad internacional, en cuanto al desarrollo de su programa nuclear o la pujanza política de Venezuela en el área latinoamericana.

Tenemos que prepararnos para dos décadas de escasez y riesgos de suministro que habrá que prevenir y gestionar; porque cambiar esta tendencia depende de la demanda (pautas de consumo, penalización económica a los gases de efecto invernadero, otro modelo de crecimiento económico...), pero no hay resultados a corto plazo, o depende de un cambio tecnológico que no termina por llegar (el hidrógeno como combustible, la energía nuclear de fusión...).

Si bien a largo plazo las propias fuerzas de mercado nos conducirán a una nueva situación de equilibrio, la inacción no es seguramente la mejor estrategia para abordar el reto. Tomar medidas es especialmente relevante en España dado el pertinaz aislamiento energético español (la península Ibérica es una isla energética). Si en vez de Rusia a Ucrania, hubiera sido Argelia quien cortara el gas a Marruecos, sólo nos habríamos visto afectados los países ibéricos en lugar de todos los centroeuropeos… En cualquier caso, la energía debe ocupar un espacio más prioritario aún en la política exterior de España.

Por otra parte, la política energética española debe contar con que la escala geográfica del mercado se ampliará antes o después, posiblemente en un proceso de integración gradual, primero el Mibel, luego con Francia o Italia, luego a una escala europea central. Pero no son los Gobiernos sino las compañías (en todo el mundo) las que están anticipando este escenario a través de movimientos corporativos que apuntan integraciones verticales gas-electricidad o generación-distribución, más que horizontales. Seguramente porque es aceptable para las autoridades de defensa de la competencia, pero también porque asegurar los suministros es prioritario.

Bajo estas condiciones (mayor valoración de la seguridad del suministro, mercado de mayor escala) el valor del poder de negociación y la escala mínima eficiente aumentan, por lo que la existencia de grupos energéticos grandes, sin debilidades en cualquier parte de la cadena de valor, es fundamental. Por ejemplo, en el mercado mayorista hoy nadie vende menos de 1 bcm (mil millones de metros cúbicos) anual de gas durante al menos 15 años; o, por ejemplo, sin una gran cartera de generación eléctrica diversa en tecnologías y en grados de amortización se es un simple seguidor en el mercado. Los portugueses lo vienen intentando (EDP se hizo con Hidrocantábrico y Naturcorp y trató de hacerlo, sin éxito, con GDP) para acomodarse al Mibel.

En estas nuevas condiciones de entorno, parece razonable mantener una base nacional (entiéndase por tal no tanto la propiedad del capital, sino que el Gobierno tenga empresas interlocutoras confiables, con las que pueda compartir la responsabilidad del suministro), más allá de las empresas de redes y operación del sistema (que ya está garantizado por la regulación). Recordemos que recientemente el Gobierno de EE UU vetó la compra de Unocal por parte de Snopec (China). Pero como el salto en la escala geográfica del mercado no es inmediato, es labor del Gobierno compatibilizar ese escenario futuro (con estructuras nacionales más integradas verticalmente y un sector energético ligeramente más concentrado) con el corto plazo, de forma que no se deteriore el nivel competitivo y por tanto los precios sean lo más ajustados al coste para el consumidor.

No existe una sola combinación de estructura empresarial y reglas para la competencia para defender adecuadamente los intereses del consumidor; hay varias combinaciones compatibles con ese objetivo. Pero esto tiene ciertos límites ya que por encima de cierto grado de concentración no hay competencia posible, por idóneas que sean las reglas. Lo que más influye en el nivel competitivo son las características del mercado y sus reglas. Aun sin haber mercados plenamente contestables, estructuras bastante concentradas pueden convivir con rivalidad y equilibrios con precios cercanos a los de la plena competencia (al menos la teoría así lo indica).

Para lograr este equilibrio se puede actuar mediante los procesos de desinversión en las operaciones corporativas de fusión y a través de otros mecanismos y remedios ya conocidos para mitigar el ejercicio del poder de mercado.

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