Nostálgicos
La subida de los tipos de interés por parte del Banco Central Europeo ha despertado ciertas inquietudes y comentarios críticos en España. El autor defiende la medida y considera que un aumento moderado de tipos hará más bien que mal a la economía nacional
En una crónica publicada en estas páginas comentaba la polémica entre los ministros de Hacienda e Industria con el Gobernador del Banco de España a propósito de una comparecencia de este último ante la correspondiente comisión del Senado, y concluía con una referencia irónica relativa a los supuestos poderes de los gobernadores de los bancos centrales para obligar a dimitir a los ministros de Hacienda opuestos a sus decisiones de elevar los tipos de interés.
Esto último venía a cuento de las críticas suscitadas por la decisión del Banco Central Europeo (BCE) de subir, después de cinco años sin incrementarlos, sus tipos de interés a corto plazo. Tan prudente medida suscitó en España algunos comentarios acerbos afirmando que semejantes decisiones erosionaban la credibilidad del Banco para proseguir insinuando que estaban ayunas de criterios técnicamente justificados. Prueba de ello, se decía, es que la inflación en la eurozona es una de las más bajas de la OCDE y más si consideramos la subyacente.
Abundando en la crítica se subrayaba la debilidad del consumo privado y la atonía dominante en Alemania, añadiendo que, salvo contadas excepciones, no se observan en Europa señales claras de recuperación. Se reconocía, ciertamente, la necesidad de implantar reformas estructurales para añadir a continuación la exigencia de 'un mínimo grado de complicidad monetaria' ya que el encarecimiento -¡en un cuarto de punto, recuérdese!- del precio oficial del dinero ha empeorado el clima favorable a las citadas reformas.
El BCE, por medio de su gris economista jefe, el alemán Issing, defendió la medida invocando los peligros inflacionistas, mencionando la necesidad de asegurar moderación en los incrementos salariales y afirmó que la moderada subida de los tipos no amenaza el crecimiento ni la creación de empleo.
Ante visiones tan contrapuestas conviene recordar algunos hechos incontrovertibles. Primero, que los tipos de interés reales han sido negativos aproximadamente durante los dos últimos años y medio, que el crecimiento tanto de la oferta monetaria como del crédito bancario supera desde hace meses el 8%, que los tipos de largo de la renta fija muestran una tendencia a la baja y que el euro no parece que vaya a recuperar la cota del 1,2 frente al dólar, hechos ambos que suponen una holgura adicional por no mencionar el predominio de políticas presupuestaras -incluida la española- que son todo menos rigurosas. A lo cual ha de añadirse el olvido intencionado en que incurren los críticos del BCE cuando mencionan, una y otra vez, que la inflación subyacente se encuentra por debajo del 2%, cuando, como es bien sabido, es la tasa general de inflación -y no la subyacente- la que conforma las expectativas de inflación.
Me temo que en esa obsesión por la política monetaria -que atribuye a esta poderes cuasi omnímodos- puede haber una cierta nostalgia por las virtudes de una esquema analítico simplista, esencialmente macroeconómico y neokeynesiano, que deja en exceso de lado la relevancia de las políticas microeconómicas referentes a cómo funcionan los mercados de bienes y servicios y de los factores productivos.
España es un buen ejemplo de cómo la rigidez de los precios, los obstáculos a los necesarios ajustes en los mercados de trabajo o la pervivencia de impedimentos a la competencia se han traducido en cargas pesadas sobre la capacidad de nuestra economía para crecer sin provocar a corto plazo fuertes tensiones en los precios -la previsión de una inflación del 3,8% para 2005 es una nueva confirmación-.
Y esto, cuando nuestras empresas se integran en una economía cada día más globalizada, supone, entre otras cosas, pérdidas de mercado y reducción del empleo. Justamente por ello, el año 2000 se aprobó en Lisboa una Agenda que pretendía impulsar procesos de liberalización, simplificar regulaciones e impulsar proyectos innovadores para hacer de la europea una economía más eficaz que la americana. Por desgracia, ha transcurrido la mitad del plazo y los objetivos siguen siendo eso... objetivos.
En conclusión, según los últimos cálculos publicados el tipo de interés neutral del BCE debería estar más cerca del 4% que del 3%, de tal forma que el Banco tendría que ir elevando suave y paulatinamente sus tipos a corto para contener cualquier exceso adicional de liquidez.
En otras palabras, el Banco debería evitar un repunte de la inflación e impedir cualquier movimiento brusco que precipitase un estallido de la burbuja inmobiliaria creada en los últimos años en no pocos países europeos, entre ellos el nuestro. Y aun cuando la política monetaria tiene actualmente un ámbito europeo, la caridad bien entendida empieza por uno mismo y una subida prudente de tipos hará más bien que mal a la economía española.