París se recrea con el movimiento Dadá
Exposición en el centro Pompidou del arte más transgresor y diverso del siglo XX
Dadá es la vida. No hay estilo dadá'. De ser coherentes con el principio supremo de este movimiento artístico transgresor de principios del siglo XX, resulta harto difícil, si no imposible, exponer la vida en un museo. La perspectiva que propone el centro Pompidou hasta el 9 de enero, no es una exposición al uso, sino un recorrido azaroso que deja al visitante libre en su descubrimiento de la destrucción creativa de una de las corrientes ¿más fecundas?, se interroga el museo, del siglo XX.
La presentación resulta una de las más completas sobre el dadaísmo (1916-1924), refugio intelectual de quienes en plena guerra mundial rechazaban los valores de la época. La modernidad industrial era uno de ellos, lo que explica que el movimiento naciera y se expandiera por las capitales industriales de aquellos años. París, Barcelona, Nueva York, Berlín, Hannover, Colonia, fueron las principales en seguir el dictamen de 'dadá', palabra que Tristán Tzara encontró por casualidad en 1916, hojeando un diccionario.
Aquel palabro sería sinónimo de arte comprometido, cuyas obras e ideas se difundían en el Cabaret Voltaire, inaugurado ese mismo año por Hugo Ball. La profusa presentación incluye pinturas, esculturas, fotografías, collages, documentos gráficos, grabaciones y películas que ilustran la imparable creación que estos artistas irreverentes realizaron hasta 1924, cuando el movimiento muere, coincidiendo con la publicación del manifiesto del Surrealismo de André Breton. ¿Qué habría dicho Da Vinci de haber visto a su Mona Lisa con bigote y perilla? La célebre travesura de Marcel Duchamp, en la que le acompañaría Francis Picabia, figura en la muestra, en el mismo cubículo -el espacio está organizado por pequeños cuadriláteros abiertos- dominado por el blanco y reluciente urinario que Duchamp elevó a 'fuente', ejemplo álgido de provocación al conservadurismo y de la transformación de objetos propia del movimiento.
El azar y la concepción efímera de la realidad figura incluso en el manifiesto que Francis Picabia realizó en 1920. Tras reivindicar los principios del dadaísmo, firma 'Francis Picabia, que no sabe nada, nada, nada'. George Grosz se encargaría de la crítica social. En consonancia con el humor sádico del artista, uno de los guías que pululan en compañía de su grupo de visitantes, encuentra un símil entre el retrato del ocioso y orondo 'primer presidente alemán Ebert', de 1923, con Gerhard Shröder, ex canciller de Alemania. Para el dadaísta, incluso la frontera o la nacionalidad es objeto de transgresión.
Todos los artistas viajan y atraviesan fronteras con sorprendente facilidad para el momento político. Curiosamente, fue una vez firmado el armisticio cuando Max Ernst tuvo que utilizar el pasaporte de Paul Eluard para pasar la frontera franco-alemana y presentarse en la apertura de su exposición en París, en 1921.
William Klein
A sus 77 años, el fotógrafo William Klein ha organizado la retrospectiva de su obra que el centro Pompidou le dedica desde ahora hasta el 20 de febrero. Comparado al dadaísta y surrealista Man Ray, el artista norteamericano incita al visitante a pasear por bloques de películas, sonidos, pinturas y fotografías de moda. Las obras están ordenadas para 'deconstruir' y recuperar el instinto rompedor de sus primeros clichés en Nueva York, en 1954.