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Columna
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Las palabras y la paz

Estos días, al aire de los debates encendidos sobre la propuesta del Parlamento de Cataluña para la reforma del Estatuto de Autonomía, se ha entrado también en la semántica, en la gramática generativa y en el significado unívoco o polisémico de algunos vocablos, disputados como si fueran cotas irrenunciables que debían alcanzarse a toda costa y prohibirse al adversario. Hemos asistido al despliegue de ambiciosas estrategias terminológicas a cargo de diferentes sectores proponentes del tripartito, del cuatripartito o del sursum corda.

Así ha sucedido, por ejemplo, a propósito del término nación. Claro que el pistoletazo de salida para la carrera competitiva por el más allá lo dio quien, empeñado en declarar abierto el proceso de reformas estatutarias e imbuido del incorregible optimismo antropológico que le caracteriza, ofreció barra libre a todas las comunidades autónomas. De forma que, en adelante, cada una podría definirse a su antojo como mejor le viniera en gana: región, nacionalidad, nacionalidad histórica, comunidad nacional, entidad nacional, nación, Estado libre asociado o patriarcado de las Indias Occidentales.

Escuchado el rompan filas, cundió enseguida la urgencia porque nadie quería quedarse atrás. Por eso, los de Valencia, que llevaban muy adelantada la elaboración de su reforma estatutaria en el Parlamento autonómico, sobre la base de un insólito consenso entre el Partido Popular y el Partido Socialista, quisieron evitar verse en el futuro sorprendidos en su buena fe. Para ello concluyeron que obrarían con prudencia sumando al texto convenido que habían ido bordando una cláusula final de salvaguardia, según la cual les sería de automática aplicación, a efectos de su Estatuto, cualquier competencia o recurso adicional que Cataluña consiguiera más adelante incorporar al suyo.

Los vocablos están cargados, no son inocuos y pueden manejarse para promover la concordia o el encono cainita

Se ponía de este modo en marcha el principio de alineación con el Estatuto que más avanzado o disparatado resulte y quedaba garantizado que en este caso la Comunidad Valenciana nunca quedaría ni un paso por detrás de la Cataluña más reivindicativa en el plano competencial o fiscal.

Quienes sintonizaran con La Moncloa pudieron albergar durante algunas semanas la idea de que los problemas de encaje constitucional y de orden financiero y fiscal de la propuesta presentada por los representantes del Parlament eran sólo imaginería malintencionada de los venenosos populares. Pero enseguida llegó el tío Paco con la rebaja. Las palabras se inflamaron con fervores patrióticos antagónicos y suscitaron análisis históricos y cábalas sobre propósitos futuristas a los que pudieran servir de trampolín. Se volvió a comprobar que las palabras están cargadas, que no son inocuas, que pueden manejarse para promover la concordia o el encono cainita. Que las palabras tienen su propio campo gravitatorio y que suspender la vigencia de la ley de la gravedad está fuera de la capacidad derogatoria que tienen los titulares del poder político en un determinado momento.

Por eso, primero se quiso desactivar el vocablo nación y dejarlo en la irrelevancia, luego se aseguró disponer de ocho fórmulas capaces de permitir el encaje de la propuesta procedente de Cataluña sin rozamiento con la Constitución vigente y ahora estamos en veremos.

Entre tanto, los del PP se montan una empanada inverosímil según la cual ETA es la fuerza dominante en el Parlament y de ese contubernio es de donde ha surgido el Estatut que ha tenido entrada en el Congreso de los Diputados. Pero sin desanimarse sube por la banda con la pelota el batasuno Otegi y se lanza para confirmarlo todo diciendo que 'la tregua de ETA ha facilitado que Cataluña exija ahora ser nación'. Luego, acude en socorro de Zapatero para subrayar que su aceptación de naciones diferentes a la española es una revolución política. Se refiere también a una negociación política, que hasta ahora ha sido siempre descartada de modo unánime, y establece como condición sine qua non la anexión de Navarra.

Pero antes de tirar la toalla recordemos que, como escribe Edward N. Luttwak en el volumen Para Bellum. La estrategia de la paz y de la guerra, traducido ahora por la editorial Siglo XXI, todo el campo de la estrategia aparece permeado por una lógica paradójica, que viola la lógica lineal y produce resultados desconcertantes o hasta letales. Atentos.

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