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Columna
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¿Cataluña agraviada?

En el debate que se está siguiendo sobre la nueva propuesta de financiación de Cataluña se vienen centrando los argumentos en los saldos negativos de su balanza fiscal, fuente de información sujeta a convenciones contables complejas y sobre las que todavía no existe el necesario acuerdo metodológico, lo que no ayuda a los ciudadanos a forjarse una opinión clara sobre esta cuestión. Por ello, sería bueno que, además de a las balanzas fiscales, se prestara atención a la estructura económica de las diferentes regiones que, en definitiva, es la que determina los flujos financieros que se reflejan en las dichas balanzas.

Comparando Cataluña con una región como Extremadura, y repasando el periodo 1995-2004, según la contabilidad regional del INE, la estructura productiva de Cataluña mantiene el peso del sector industrial (27,34% y 27,24% de su valor añadido bruto -VAB- a precios constantes de 1995) y de los servicios de no mercado (10,62% y 10,28%); sube algo el peso relativo de energía, construcción y servicios de mercado y baja la participación relativa de su exiguo sector agrario, que generó en 1995 el 1,85% del VAB regional y ahora supone el 1,55%.

Extremadura, en estos 10 años, no ha conseguido incrementar su industria de manera significativa (7,14% frente al actual 7,23% de su correspondiente VAB), mantiene también el peso relativo de energía y servicios de mercado, baja algo más de un punto porcentual en su sector de construcción, sube en servicios de no mercado y en su ya importante sector primario, que pasa del 10,32% al 11,31% de su VAB regional.

Esta diferencia en la estructura productiva, donde Cataluña tiene un sector industrial cuatro veces superior, en términos relativos, al de Extremadura y uno agrario cinco veces inferior, es típica siempre que se comparan zonas ricas y pobres y tiene múltiples consecuencias en sus relaciones de intercambio.

Aunque en menor medida que en la autarquía, que privilegió escandalosamente a Madrid, el País Vasco y Cataluña, sigue funcionando el mecanismo por el que las industrias alimentarias y textiles de las zonas desarrolladas compran primeras materias del sector agrario a las menos desarrolladas, elaboran los productos añadiéndoles valor muy superior al de origen y, por último, abastecen con sus productos elaborados a las zonas menos desarrolladas.

De estas relaciones de intercambio se derivan múltiples efectos. Por un lado, las rentas son más elevadas en las zonas desarrolladas, como se aprecia por las fuentes tributarias, que muestran por ejemplo cómo en Cataluña el salario medio anual es un 51,2% más alto que en Extremadura, según fuentes tributarias de 2002.

Esta situación, unida a que la mayor capacidad de creación de puestos de trabajo en las regiones desarrolladas atrae población de las subdesarrolladas. Y, de este modo, las primeras se benefician, sin el menor coste, de la llegada de jóvenes, con una edad media de unos 20 años, que han sido paridos, alimentados, cuidados y educados en territorios que les ven partir y que, para colmo, les pueden ver regresar cuando sean viejos y, por tanto, estén necesitados de cuidados médicos y asistenciales. Así, Madrid y Cataluña tienen un 55,1% y un 44% más población y Extremadura, Castilla y León y Castilla-La Mancha un 44%, un 24,2% y un 22,3% menos que si en sus respectivos territorios vivieran sólo quienes allí han nacido.

Del mayor volumen de rentas se deriva, como hecho natural que no debe sorprender, que en las zonas desarrolladas se soporte una mayor presión tributaria y, por ejemplo, las retenciones por IRPF sean superiores en Cataluña que en Extremadura, un 16,4% frente a un 12,2%. Sin embargo, también en este caso, el juego de las fuerzas económicas genera efectos dignos de consideración, puesto que la bajada de los tipos impositivos en IRPF, que ha hecho aumentar la recaudación un 2,7% en 2004, se ha visto sobradamente compensada por la recaudación del IVA, que ha aumentado un 9,7%. La tendencia a disminuir la imposición directa (en el impuesto de sociedades, que ha crecido el último año un 18,7%, ya se anuncian bajadas en los tipos) hace perder progresividad al sistema y acaba cerrando el círculo de relaciones de intercambio, puesto que es el consumidor final, incluido el residente en la zonas más desfavorecidas, el que acaba pagando relativamente más por los beneficios que se concentran en las zonas ricas.

Este tipo de reflexión sobre aspectos estructurales, que debieran hacer quienes, por su adscripción ideológica, se supone que conocen el funcionamiento el sistema colonial del capitalismo, es imprescindible para evitar que se usen conceptos de tanta carga afectiva como los de agravio o insolidaridad y se puedan acabar enfrentando, lamentablemente, los ciudadanos de unos y otros territorios.

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