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Columna
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Qué pasa con el diálogo social

Aviso a navegantes. Desgraciadamente, el diálogo social se está yendo a pique, cuando más que nunca resultaba imprescindible. En España se crea mucho empleo, pero perdemos productividad. Corremos serios riesgos de que la brecha tecnológica y formativa que nos separa de los países más avanzados se incremente, relegándonos al bloque de los que basan su competitividad en bajos salarios y escasas condiciones laborales. Tenemos más afiliados que nunca a la Seguridad Social, pero nuestra siniestralidad sigue anclada en unos niveles insoportables. Creamos la mitad del empleo que se contabiliza en toda la Unión Europea, pero nuestra temporalidad duplica sus medias.

Por vez primera desde los años setenta tenemos una tasa de paro inferior a la europea, pero nuestro desempleo femenino dobla al que padecen nuestras vecinas del norte. Se está produciendo una masiva y desordenada incorporación de inmigrantes a nuestro mercado laboral, que nos enriquecen, pero a los que no dedicamos ni la más mínima atención.

Luces y sombras de una prodigiosa década económica y laboral. Pero todo apunta a que el modelo que tanto éxito ha tenido empieza a evidenciar agotamiento. Nuestra baja productividad, unida a nuestra alta inflación, nos hace perder competitividad a marchas forzadas, como canta nuestro creciente déficit comercial. Debemos actuar ahora que podemos. Los agentes sociales deben remangarse para conseguir las necesarias reformas, razonables y sensatas.

La productividad, y no de nuevo el coste del despido, debe ser el discurso de la futura reforma laboral

Por eso, el inicio de una nueva ronda de diálogo social levantó la esperanza de todos. Las fotos de las sonrisas y apretones de manos del presidente con empresarios y sindicatos parecieron augurar tiempos felices de entendimiento. Sin embargo, tras este dulce preludio, comenzaron los errores. El primero y fundamental, el anuncio del presidente de que sólo legislaría lo que saliera del acuerdo de los agentes sociales. Como no podía ser de otra forma, las partes se relajaron, retirándose a sus cuarteles de invierno, y encerrándose en sus respectivas posturas maximalistas. Desde entonces, el Gobierno no cogió su sitio en el difícil y delicado proceso de diálogo. Y cuando se vio forzado a presentar algún papel, debido a la inevitable atonía de las partes negociadoras, volvió a equivocarse, priorizando medidas concretas y no principios y objetivos generales a conseguir.

De nuevo el costo del despido vuelve a erigirse ante el debate público como protagonista de la futura reforma laboral. Gran error, que vuelve a poner una chinita en el camino. En esta ocasión el discurso debía haber sido el de la productividad, en cuyo diagnóstico todas las partes coinciden.

Y para mejorarla, en segunda instancia, debían haberse puesto los diversos instrumentos sobre la mesa de debate. Formación, educación tecnológica, I+D, capacitación, estabilidad en el empleo, colectivos desfavorecidos, intermediación laboral y relación con los servicios públicos de empleo, actualización de las políticas activas de empleo, gestión e integración de trabajadores inmigrantes, vida laboral, ajustes en los niveles de cotización y negociación colectiva, entre otros.

Y, por si fuera poco, se produce la devolución del patrimonio de UGT con la firme oposición de CC OO. No es objetivo de este artículo entrar en las razones de unos y otros, sino simplemente constatar que este hecho va a abrir una doble brecha. La de los dos sindicatos entre sí y la de Comisiones con el Gobierno.

No he hablado con ningún responsable de las centrales sindicales, lo que escribo responde a mi propia impresión personal. Conozco a sus máximos dirigentes y tengo la mejor opinión personal de ellos. Son responsables y exigentes, y siempre se han mostrado dispuestos a debatir y acordar. Son conscientes de su responsabilidad ante la sociedad y los trabajadores. Por eso creo que lo que está ocurriendo reviste la mayor gravedad. Si no se reconduce pronto, la división tendrá graves consecuencias. No habrá reforma laboral pactada y el fracaso del diálogo social endurecerá las elecciones sindicales y el ambiente de negociación en empresas y convenios.

Siempre se ha dicho que una de las virtudes del buen ambiente social es que permeaba a todos los niveles. Viceversa, cuando se rompe en las cúpulas, la tensión termina llegando a la última empresa de nuestro país. No podemos permitirnos una ruptura del diálogo social. Desgraciadamente, en estos momentos veo complicado que se reconduzca con facilidad.

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