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Tribuna
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Las ideas que trae Bernanke

El nuevo presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos no sólo debe lidiar con la fuerte dimensión mediática de su predecesor, sino con desequilibrios como las burbujas en los mercados de activos. El autor considera erróneo el diagnóstico que Ben Bernanke hace de éstas

Carlos Sebastián

El profesor Ben Bernanke va a sustituir a Alan Greenspan como presidente de la Reserva Federal.

El primer comentario que sugiere está sustitución es que Bernanke no lo va a tener fácil. En parte porque los 18 años de mandato de Greenspan han tenido una dimensión mediática (impropia, en mi opinión, del máximo responsable de la autoridad monetaria) que le va a resultar incómoda, pero fundamentalmente por los notables desequilibrios que sufre la economía americana. Y todo parece indicar que el diagnóstico que el propio Bernanke hace de esos desequilibrios está lejos de ser correcto.

Pero repasemos antes cuales son las ideas del nuevo presidente de la Reserva Federal. Vaya por delante que es uno los más importantes teóricos de la política monetaria. En una serie de trabajos, que acabaron por ser recogidos en un libro, defiende la conveniencia de que la autoridad monetaria fije un objetivo de inflación a medio plazo, que sea adecuadamente anunciado. Argumenta que de esta forma se contribuye a crear un clima propicio para el crecimiento económico y, al mismo tiempo, se facilita cierta flexibilidad para acciones políticas de la propia autoridad monetaria a corto plazo (por ejemplo, acciones compensatorias ante una caída de la demanda agregada). Su análisis de los aspectos positivos que han tenido políticas monetarias de este tipo en varios países resulta muy ilustrativo.

Más recientemente Bernanke ha incidido sobre otra cuestión controvertida en el diseño de la política monetaria. ¿Debe definir su estrategia en función de la evolución de los precios (de consumo) de bienes y servicios o debe también responder a crecimientos altos de los precios de los activos? Su respuesta es que cambios en los precios de los activos sólo deben afectar a la política monetaria en la medida en la que afecten a las predicciones que sobre la inflación (de bienes y servicios) tiene la autoridad monetaria. El análisis empírico que sustenta esta afirmación no deja de tener debilidades. Por un lado, otros trabajos empíricos defienden la conveniencia de una respuesta activa de la política monetaria a una inflación de los precios de los activos. Por otro lado, su análisis sólo se fija en burbujas en los precios de las acciones y no en los de otros activos (inmuebles). Y esto es muy relevante, porque en su modelo juega un papel importante lo que él llama el 'acelerador financiero': el hecho de que al aumentar los precios de los activos (las acciones) aumenta la capacidad de autofinanciación de las familias. Pero si la burbuja es de precios de los inmuebles, no se aumenta la capacidad de autofinanciación. Lo que sí aumenta es la facilidad, y la inclinación, a endeudarse, haciéndose más frágil, y probablemente más volátil, la situación.

Esta discusión es muy relevante, porque no sólo anuncia que la Reserva Federal va a permanecer impasible ante las burbujas en los mercados de activos, en contra de lo que algunos creemos que debería hacer, sino que condiciona la visión sobre los actuales desequilibrios. Pero esto al profesor Bernanke no parece preocuparle. Su diagnóstico sobre esos desequilibrios es realmente peculiar: no son la consecuencia de excesos (en el comportamiento de los agentes y en las políticas) norteamericanos sino de una 'sobreabundancia global de ahorro' (los culpables de nuestras dolencias son ellos). Viene a decir que si los chinos, japoneses y alemanes no ahorraran tanto los desequilibrios de la economía de los EE UU serían poco importantes.

No parece creer que los excesos de gasto y de endeudamiento de las familias americanas, en buena medida estimulados por las sucesivas burbujas (en el mercado de acciones entre 1997 y 2000 y en el mercado de viviendas desde 2001), de las que no ha sido ajena la propia política de la Reserva Federal, ni la política fiscal de la Administración Bush, que ha convertido el superávit alcanzado en las presidencias de Clinton en un elevado déficit, sean responsables de los desequilibrios americanos. La resolución de una crisis, en buena parte causada por la explosión de una burbuja (la de la mal llamada nueva economía), mediante la inyección de otra burbuja (la inmobiliaria) puede haber sido una huida hacia delante con consecuencias imprevisibles.

Calibrar en qué medida esto ha sido así y valorar las opciones para evitar las consecuencias de los actuales desequilibrios es un ejercicio improbable si la máxima autoridad monetaria parte de la negación de que haya habido errores y excesos.

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