Ayuda al desarrollo
Las reacciones a los dramáticos acontecimientos que se han producido en Melilla y las reflexiones que ha provocado la Cumbre de Salamanca han tenido en común una apelación a la necesidad de incrementar la ayuda para promover el desarrollo de los países africanos y de la mayoría de los países iberoamericanos. Imposible no simpatizar con esa reacción. Aunque esté mal formulada.
Hagamos un catálogo de las posibles formas de ayuda: 1) Aportación de fondos para que los países puedan financiar proyectos que impulsen su crecimiento. 2) Eliminación de las trabas comerciales para que esos países puedan colocar sus productos en los países desarrollados. 3) Aportación de fondos a agencias de derecho público o privado (ONG) para la realización de proyectos asistenciales o de apoyo a pequeños empresarios locales. 4) Facilitar el acceso a los tratamientos médicos de enfermedades con gran incidencia en esos países e impulsar el desarrollo de medicamentos que prevengan enfermedades tropicales. 5) Asesoramiento técnico para el desarrollo productivo y educativo.
La primera estrategia es fundamentalmente inútil. Pese a su limitada capacidad de ahorro la restricción fundamental de la práctica totalidad de esos países no es de orden financiero. Son las dificultades que los grupos dirigentes imponen para la actividad empresarial, para la creación de riqueza, las que mantienen a estas economías estancadas. Dificultades de todo tipo: un escenario de permanente inseguridad jurídica, un entramado de regulaciones asfixiantes aplicadas con arbitrariedad, una extendida práctica de corrupción y clientelismo político (que consolida una cultura de desvío de rentas en lugar de una de generación de rentas). Y esas características no son una degeneración (un tumor) que puede ser extirpado desde el exterior, o un producto de la ignorancia de los grupos dirigentes. Es el resultado de la conducta racional de esos grupos para conservar y aumentar su poder.
Aunque los Gobiernos definieran proyectos adecuados que puedan ser financiados desde el exterior y su realización estuviera exenta de desvíos (lo que no suele ser el caso), la falta de actividad empresarial haría que las consecuencias de esos proyectos sobre el conjunto de la economía fueran escasos y transitorios.
La apertura de los mercados a los productos de esos países resulta defendible. Aunque también habría que recordar que no es infrecuente que los Gobiernos locales impongan tipos de cambio sobrevaluados, que dañan seriamente a los exportadores de su país y favorecen a empresas ineficientes de grupos que los apoyan. Pero esto no debe ser utilizado como excusa. La UE, Estados Unidos y Japón deberían abrirse a los productos de esos países.
Aportar fondos a agencias privadas y públicas que se encarguen de acciones asistenciales y de apoyar pequeños proyectos empresariales puede ser interesante. Permitiría mejorar las condiciones de vida de grupos muy desfavorecidos y, por otro lado, podría ir desarrollando pequeñas empresas y pequeños empresarios. Pero no está claro que, por ejemplo en América Latina, sea la falta de disposición empresarial una restricción activa. La prueba es la importancia de la economía informal en esos países, que es la reacción (ineficiente) de empresarios potenciales al deterioro institucional que les impide ser empresarios formales.
Es sin duda en el acceso de esos países a los medicamentos que les permita combatir la trágica situación sanitaria de muchos de sus ciudadanos en donde la ayuda internacional es más justificada y necesaria. Supone una muestra de escasa voluntad política y de falta de liderazgo internacional que no se haya alcanzado un acuerdo de los países ricos con las compañías farmacéuticas para poner masivamente a disposición de los países subdesarrollados remedios ya existentes, y para avanzar en el desarrollo de vacunas para enfermedades tropicales.
La discusión sobre el tamaño del Estado tiene escaso sentido en los países del tercer mundo. Dadas las características de esos Estados su tamaño es irrelevante. Otra cuestión es si sería mejor que los países que consiguen despegar desarrollen sistemas de protección social. El caso de Mauricio (uno de los pocos éxitos africanos) es interesante, pues pese a su heterogeneidad étnica ha conseguido un grado alto de cohesión social y de estabilidad institucional al que han contribuido las políticas de protección social. Pero me parece que esta discusión es posterior a la de cómo impulsar el cambio institucional que permita un crecimiento económico.
Un aspecto positivo del problema es que la experiencia de los pocos éxitos pone de manifiesto que no hay que esperar que todo cambie para que se impulse el cambio institucional: reformas significativas en aspectos concretos consiguen poner en marcha cambios significativos. La evolución de la India en los últimos 20 años constituye un ejemplo interesante.