Los nuevos riesgos financieros, escondidos
Los mercados financieros no reflejan en la actualidad riesgos inminentes, a juzgar por la baja volatilidad implícita de muchas opciones y por el descenso de los diferenciales de crédito, en un entorno de reducidos tipos de interés de los activos libres de riesgo a largo plazo.
Las autoridades económicas no cesan, sin embargo, en su intento de averiguar por dónde pueden cristalizarse los riesgos y si las entidades y las infraestructuras financieras cuentan con mecanismos para absorberlos. Hay que señalar que el desarrollo de los mercados financieros ha ampliado los mecanismos de gestión de riesgos, pero la continua innovación puede conllevar la aparición de nuevos riesgos que requieran adaptar los mecanismos de control.
El problema es que, a pesar de afirmar que no es aconsejable, muchas decisiones financieras se toman basándose en resultados pasados. Esto se explica, en parte, porque los modelos de decisión se alimentan de datos históricos. Así, la percepción de que la prima de riesgo se ha reducido proviene de la pretensión de los inversores de repetir las rentabilidades obtenidas en décadas anteriores. Sin embargo, es difícil de conseguir resultados positivos, una vez ajustados por el riesgo, en los mercados simples.
En respuesta a esta demanda de rentabilidad, las entidades financieras buscan oportunidades por explotar, en mercados, países, industrias, etcétera, o en diversos tipos de arbitrajes más o menos complejos. Los mejores resultados se obtienen en productos exóticos o en transacciones a la medida que responden a las necesidades de gestión de riesgos de clientes. Esto implica un importante incentivo a la innovación.
La innovación en la industria de servicios financieros hace que los mercados se hagan más completos, ya que los inversores pueden acceder a una composición deseada en sus carteras con exposiciones a nuevos productos o mercados. Esto mejora la asignación del riesgo y reduce su precio.
Las entidades crediticias consiguen vender riesgo de crédito y reducir sus exposiciones concentradas en algunas empresas o industrias. El riesgo puede dispersarse entre los bancos o extenderse a otros agentes no bancarios. Esta dispersión es positiva porque estos agentes no suelen ser miembros de sistemas de pagos con importancia sistémica.
Hasta aquí la historia cuenta únicamente con elementos positivos. Pero no es así, según se encargan de recordar las autoridades financieras. En primer lugar, los inversores deben asegurarse de que comprenden los productos en que han invertido; especialmente cómo pueden modificarse sus características si cambian las circunstancias. Estos cambios pueden generarse de forma imprevista y modificar de forma muy rápida las características de mercados y productos.
En segundo lugar, las entidades financieras innovadoras deben cerciorarse de que sus controles de riesgo avanzan en línea con las innovaciones. Hay que aceptar que los controles de riesgos siempre se encontrarán un paso detrás de las innovaciones. No todas las innovaciones terminan prosperando, y contar con controles para todas ellas no tiene sentido y es costoso. Respecto a los riesgos, algunos cristalizarán y otros no, pero no tiene por qué producirse una situación desordenada. En los mercados participan diversos agentes, cada uno con diferentes apetencias de riesgo, y los mercados son suficientemente líquidos y profundos para poder absorber los shocks.
No obstante, hay dos cuestiones que se deben considerar, tanto por los agentes financieros como por las autoridades. La primera se refiere a la posibilidad de que en ciertas circunstancias se produzcan concentraciones de posiciones en un lado del mercado. En el caso de que sean posiciones cortas de opciones (o de productos que replican opcionalidad), su cobertura dinámica puede contribuir a incrementar la volatilidad de los mercados. En muchos casos, las necesidades de cobertura aumentan de forma no lineal, lo que añade una dificultad, especialmente en mercados o productos no líquidos.
La segunda cuestión se debe precisamente al análisis de aquellas circunstancias únicas e idiosincrásicas que provocan movimientos de precios de los activos que son más extremos que la experiencia habitual (acontecimientos de cola). Los acontecimientos de cola conllevan mayores incertidumbres ya que, por ejemplo para conocer el riesgo propio, puede ser importante saber la reacción de los demás participantes en el mercado.
La conclusión es que las entidades tienen que continuar refinando las técnicas de gestión de riesgos, especialmente en el caso de variaciones extremas de precios de los activos. Las autoridades, además de proporcionar un marco económico estable y una infraestructura financiera sólida, deben vigilar la liquidez de los mercados, la concentración de estrategias e intentar conocer las posiciones cortas de la industria financiera. En definitiva, un riesgo que se comprende es un riesgo que puede gestionarse.
Economista