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Tribuna
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Cuanto mejor..., peor

Según la reciente revisión de las Cuentas Nacionales la economía española iniciaba este año en franca aceleración, culminando un periodo de crecimiento continuado de 46 trimestres a un ritmo medio anual de casi el 3,5%. Era natural que esa especie de 'milagro económico' incitase a los responsables políticos a demorar los ajustes, socialmente dolorosos y políticamente costosos, que requería el creciente desequilibrio interno y sobre todo externo que se iba produciendo.

Esta actitud negligente era y es posible todavía porque el euro ha eliminado las rigurosas limitaciones que imponía el vínculo exterior, pero las ha transformado en una trampa mortal, pues cuanto más se demoren los (inevitables) ajustes mayores serán esos costes sociales y políticos.

Todo esto no ha impedido que los Gobiernos que se han alternado en ese periodo se hayan atribuido los méritos de ese crecimiento económico y no hayan querido ver que esa bonanza ha sido impulsada por una especie de maná que, como la que alimentó al pueblo de Israel en su éxodo de Egipto, tomó distintas formas.

La primera fue una caída del tipo de interés (casi siete puntos porcentuales en términos reales desde mediados de los noventa) como jamás había conocido la economía española, y tuvo dos efectos muy importantes. Contribuyó con casi la mitad de la reducción del déficit público en más del 6% del PIB que tuvo lugar en ese periodo, y estimuló considerablemente el gasto de familias en consumo y vivienda, gracias a un endeudamiento que alcanzó un nivel como tampoco se había conocido anteriormente.

Otro elemento bienhechor fue una inmigración masiva que proporcionó una mano de obra que si era de escasa formación y productividad también era de bajo coste. Por último el maná también fueron las cuantiosas transferencias que recibía España de la UE.

La respuesta de la demanda interna a estos estímulos fue muy importante, pero sus efectos sobre el crecimiento se han ido disipando progresivamente en inflación y sobre todo en un creciente e importante déficit corriente exterior.

La inacción del Gobierno en el poder tras la entrada del euro hizo que se perdiese un tiempo precioso para corregir esa situación. Tampoco ahora se afronta decididamente este acuciante problema. Sorprende, en efecto, que no se haya actuada para frenar en el corto plazo el gran deterioro de la competitividad, corrigiendo por ejemplo, el mal funcionamiento de algunos mercados.

El hecho de que los precios de los productos alimenticios no elaborados hayan subido en los últimos cuatro años más del triple que en la zona euro, junto a las enormes diferencias entre los precios a nivel de productor y el consumo muestra bien a las claras la ineficiencia y rigideces de ese mercado.

Otro tanto se podría decir de los servicios, en los que, efectuando la misma comparación, el aumento casi duplica el de la zona euro. Un candidato digno de estudio en este sector es el de las comisiones de las entidades de depósito. Según un estudio aparecido en el numero de mayo del Informe de Estabilidad Financiera del Banco de España, las comisiones netas se han triplicado en estos últimos 12 años debido 'en parte' a la expansión del negocio bancario.

Hay, pues, cierto margen para mejorar la competitividad-costo si se tomasen las medidas pertinentes que probablemente producirían sus efectos en el corto plazo.

Sin embargo, se ha optado por actuaciones que al producir sus efectos en el medio plazo podrían no llegar a tiempo cuando los fuertes vientos que ahora impulsan la economía rolen y se hagan contrarios.

Así, se ha creado una comisión para dinamizar la economía, objetivo, dicho sea de paso, menos comprometido que el que realmente se persigue -sacar la productividad de su persistente marasmo-. Otra comisión, no menos ambiciosa, es la de Reformas, que sorprendentemente, y como cabría de esperar de su labor fundamental como coordinadora de los Departamentos Económicos, no estará dirigida por la vicepresidencia económica, sino por la Oficina Económica de la Presidencia, de rango administrativo mucho menor.

Es poco menos que imposible saber cuándo se dejará sentir sobre la economía el fruto de esas comisiones, pero cabe pensar que su maduración requerirá bastante tiempo. Primero su trabajo se debe plasmar en acuerdos que más tarde se reflejarán en normas de distinto rango para ser aplicadas luego.

La aparente despreocupación temporal que sugiere esta forma de afrontar los problemas de la economía puede que se deba a que los responsables políticos piensen que el maná que ha sostenido la economía va a seguir cayendo por algún tiempo. Seguramente recuerdan que según el libro del æpermil;xodo del Antiguo Testamento, el maná cayó del cielo durante cuarenta años (bíblicos, claro).

Pero lo más seguro es que dada la impopularidad de algunas de las medidas que habría que tomar, esta actitud dilatoria refleje la debilidad del Gobierno, tal como está saliendo a relucir con los primeros esbozos de los Presupuestos Generales del 2006.

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