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Columna
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La ruptura de los espacios cerrados

La demografía, como ciencia que se ocupa de la evolución poblacional, pone en evidencia la sinrazón de cuantos pretenden concebir los territorios nacionales, y hasta los regionales o locales, como espacios cerrados, habitados por colectivos humanos homogéneos en sus características raciales, culturales o lingüísticas y, además de ello, tan diferenciados de los colectivos de otros territorios que resulte imprescindible establecer fronteras entre ellos y separar los destinos de las poblaciones que en ellos residen.

Los recientes datos aportados por el INE sobre nacimientos y matrimonios vienen a confirmar el modo en que los movimientos poblacionales arrasan esos límites que las fuerzas nacionalistas pretenden establecer entre los territorios. Ha sido noticia que se haya pasado de 1,16 hijos por mujer en 1996 a 1,32 en 2004, y que ello se deba a que las mujeres extranjeras han tenido el 16,6% del total de los 453.278 nacidos en este último año. También ha sido noticia que, de los 215.322 matrimonios celebrados en 2004, un 14,2% hayan tenido alguno de los cónyuges de nacionalidad extranjera, habiéndose casado 13.459 españoles con mujeres de otros países y 9.012 españolas con ciudadanos extranjeros.

Y estas cifras confirman que las mujeres extranjeras tienen proporcionalmente más hijos de los que les corresponderían por su peso relativo (los extranjeros son actualmente el 8,4% de la población) y que gran parte de esos hijos son producto del mestizaje que se viene operando en la población por vía del matrimonio.

En el País Vasco y Cataluña, las poblaciones autóctonas no llegan al 40% si se contabilizan dos generaciones

Para apreciar el efecto multiplicador que tienen el mestizaje y la fecundidad diferencial en los ya de por sí importantísimos flujos migratorios, es necesario estudiar al menos dos generaciones. En efecto, los censos y los padrones municipales de habitantes se limitan a registrar al grupo humano que convive en las viviendas que se constituyen como unidades de análisis, por lo que sus explotaciones, donde obviamente no pueden figurar las personas fallecidas y donde los hijos emancipados no se pueden poner en relación con sus padres, se limitan a relacionar los lugares de residencia de las personas con sus lugares de nacimiento, definiendo como autóctonos a los que residen donde nacieron. Así, por ejemplo, por fijarnos en las dos autonomías que centran la atención en materia nacionalista como Cataluña y el País Vasco, se sabe que tenían, respectivamente, un 67,2% y un 72,9% de población autóctona según el Censo de 2001.

Estas cifras son ligeramente superiores, aproximadamente dos puntos porcentuales, a las que aportó la Encuesta Sociodemográfica de 1991, donde sí se investigaron varias generaciones. Pues bien, según este potente estudio basado en una muestra de 160.000 personas de 16 años y más, las tasas de población autóctona en dos generaciones, nacidos tanto ellos como sus padres en el territorio donde residían, arrojaron la cifra del 37,0% en Cataluña y del 39,6% en el País Vasco.

La importancia política de estas cifras está fuera de duda. Una cosa es que los nacionalistas cuenten que, en su espacio físico, tienen poblaciones autóctonas próximas al 70% y muy distinta que oculten que, sólo con considerar dos generaciones, sus poblaciones autóctonas no llegarían al 40%.

Por supuesto, si se pudieran investigar más generaciones, esa pretendida homogeneidad de sus poblaciones alcanzaría caracteres esperpénticos porque, además de unas migraciones interiores que han llevado al cambio de municipio a más de la mitad de la población, España tiene una experiencia migratoria exterior de lo más peculiar, con honda huella histórica de judíos y musulmanes, por más que fueran expulsados, con entrada de fuertes contingentes de población francesa en el siglo XVI, sobre todo a Cataluña, con importantes pérdidas de población por la emigración masiva a América desde su descubrimiento y a Europa desde mediados del pasado siglo, retornada en muchas ocasiones con sus descendientes, y que, en la actualidad, invirtiendo el signo negativo del saldo migratorio, es receptora de masivos flujos de extranjeros que ya superan con creces la cifra de cuatro millones.

Se puede decir que, a efectos de sentimientos de identidad, son estériles todos estos datos que, de modo indiscutible, demuestran la fragilidad de los límites territoriales para mantener la 'pureza de las poblaciones'.

Ejemplos hay de muchos nacionalistas radicales no autóctonos ni siquiera en primera generación y no digamos en segunda, como Carod Rovira que es hijo de padre aragonés. Pero, sin salir del terreno de la demografía, cuesta creer que, salvo casos patológicos, las gentes sean capaces de asumir que se pretenda poner límites, siempre ficticios, entre la tierra donde fueron acogidos sus antepasados y aquellos otros territorios que forman parte de su pasado.

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