Borrasca en la Unión
Muy probablemente asistiremos hoy y mañana a una nueva escenificación de este imposible llamado Unión Europea en la Cumbre de Jefes de Estado que se celebra en Bruselas.
Como en otras cumbres previas a la definición de las perspectivas financieras de la Unión, se ha hecho en esta ocasión un énfasis especial en la necesidad de acuerdo. Ahora, sin embargo, parece que hay más asuntos abiertos que nunca y que el pacto sobre recursos y usos del Presupuesto (2007-2013) es más difícil que en cualquier momento del pasado.
Cuando se examina el proceso de elaboración del Presupuesto de la UE llama la atención la sensatez de la definición de su financiación y su permanencia en el tiempo. Los ingresos se basan en recursos propios (una serie de tributos u operaciones impositivas asignadas exclusivamente a la UE, pero de escasa importancia final), el recurso IVA y el recurso producto interior bruto (PIB) que asocian los ingresos transferidos desde los países a una capacidad de pago definida, grosso modo, por la generación de valor añadido en cada socio. No deja de sorprender también la regla de equilibrio presupuestario y la escasa dotación que tiene el Presupuesto común, con un límite inferior al 1,3% del PIB agregado. Pero lo más llamativo es la distribución de los gastos, concentrado en partidas agrícolas en más del 40% y en gastos estructurales por casi el 60% restante. Ha sido muy difícil alterar esta concentración del Presupuesto en el gasto agrícola y la única alternativa seria que se ha planteado ha sido renacionalizarlo en su componente no estructural. Es muy posible, no obstante, la vuelta a los Presupuestos nacionales de esos capítulos de gasto acabara con el mercado único agrícola.
En esta ocasión, la ronda negociadora de la Cumbre europea trasciende lo económico
El resto del gasto está dominado por fondos estructurales, que sustentan la política de cohesión de la UE. La última ampliación es el principal reto a esta política de cohesión, pues de no ampliarse su dotación presupuestaria difícilmente podrá lograr el equilibrio económico de los integrantes en un plazo razonable. Sin embargo, centrar en las políticas de cohesión los esfuerzos de gasto del Presupuesto común implica desvincular a los países más desarrollados, los mayores contribuidores al Presupuesto, de los proyectos comunes.
Respecto a los nuevos objetivos del Presupuesto, es unánime el que intenta contemplar la investigación y el desarrollo tecnológico como uno de los objetivos de las políticas comunes de gasto. Me parece de difícil cuadre este objetivo con el de la cohesión, en la medida en que los proyectos de investigación conjunta beneficiarán probablemente más a los socios de mayor nivel económico.
Probablemente lo más sensato sería instrumentar dichas políticas como mecanismos de cooperación reforzada, con una aportación de fondos de la Unión para que todos los socios tuvieran acceso a la participación en dichos proyectos.
Si los objetivos de la política común se centran en este tipo de objetivos de innovación, se corre el riesgo de que los beneficios de la UE sólo sean percibidos en los países más desarrollados como algo diseñado para satisfacer a una élite intelectual. Para la supervivencia de la UE se hace preciso, por tanto, definir una serie de objetivos de amplio calado entre la ciudadanía de la Unión.
El campo de la educación puede seguir siendo el más prometedor en este sentido. Una reactivación del viejo proyecto de redes de comunicación transeuropeas también podría mejorar la imagen de la actividad presupuestaria de la UE entre los ciudadanos.
En esta ocasión, la ronda negociadora trasciende lo económico. Como consecuencia de una acusada discrepancia entre objetivos nacionales y objetivos comunes, el proceso de construcción europea ha entrado en una fase de estancamiento con los reveses del proceso de ratificación de la Constitución. Es la primera ocasión en la que este ambiente enrarecido involucra a 25 socios, más de 10 de ellos de nula capacidad financiera, lo que es una garantía de fracaso.
Además, pocas veces había coincidido esta situación con la falta de crédito de las instituciones comunes, Comisión y presidencia del Consejo, y con la hostilidad de las distintas ciudadanías frente a sus representantes en el Consejo. Por otra parte, el Parlamento sigue sin tener presencia relevante en estos procesos de decisión.
¿Qué hacer entonces?
Creo que esperar. Esperaría a que el crecimiento económico, éxitos no económicos del proyecto (Ucrania fue uno de ellos), mejores resultados de la relación trasatlántica, o cualquier otro elemento, aliviaran el malestar en la Unión Europea o mejoraran la opinión sobre el proyecto conjunto. Hasta entonces, mejor no marear.