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Tribuna
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Reformar el Banco Mundial

Hoy toma posesión como presidente del Banco Mundial (BM) Paul Wolfowitz, hasta ahora subsecretario de Defensa de EE UU. Su controvertida elección ha dejado al descubierto las deficiencias y el déficit democrático del proceso. En su nuevo cargo, Wolfowitz debe demostrar su independencia y su compromiso con la misión del BM, que es la lucha contra la pobreza.

Desde su nombramiento, Wolfowitz ha tratado de demostrar su capacidad para escuchar, así como su intención de construir consensos dentro del BM. Su etapa como embajador de EE UU en Indonesia le proporcionó una experiencia de primera mano del reto que debe de afrontar ahora desde Washington. Al mismo tiempo, su formación académica, su experiencia como gestor público (tanto en el Gobierno como en la universidad), su deseo de aprender, así como su autoconfianza y capacidad intelectual pueden sentar las bases para una gestión exitosa de los importantes retos a los que tendrá que hacer frente.

El Banco Mundial, con más de 60 años de operaciones, gestiona alrededor de 20.000 millones de dólares en créditos y donaciones cada año en proyectos en más de 100 países, que cubren una amplia gama de objetivos, como reformas civiles, educación o mejora de las condiciones sanitarias. Con más de 10.000 empleados, el BM cuenta con la mayor plantilla del mundo de especialistas en temas de desarrollo y entre sus antiguos directivos se cuentan algunos de los principales economistas del mundo, como el premio Nobel Joseph Stiglitz y el presidente de la Universidad de Harvard, Larry Summers. En los últimos años el BM se ha involucrado en la resolución de las principales crisis económicas en México, Bosnia, Asia, Rusia y Brasil, y más recientemente en Afganistán y en los países afectados por el tsunami.

Pese a esta larga trayectoria y a su sólida reputación, el BM ha sido fuertemente criticado desde la izquierda (que exige la condonación de la deuda de los países pobres y la participación en proyectos que no dañen el medio ambiente y protejan a las comunidades indígenas) y por los sectores más conservadores (que protestan por las políticas intervencionistas del banco, y porque preste fondos a países que tienen acceso a mercados financieros para resolver sus necesidades crediticias, lo que fomenta la tendencia a endeudarse aún más de estos países).

Las continuas presiones para condonar la deuda pueden descapitalizar al BM cuando necesita recursos para ayudar a los países menos desarrollados, y las solicitudes para eliminar los créditos comerciales pueden erosionar la capacidad de generar recursos adicionales que se pueden utilizar en proyectos contra la pobreza.

Una de las críticas generalizadas al antecesor de Wolfowitz, James Wolfenshon, ha sido que en sus 10 años de mandato no ha sido capaz definir claramente las prioridades del BM, que sigue mal gestionado, carece de enfoque y responde demasiado a las preferencias de los donantes (por ejemplo, en el enfoque en las políticas sociales).

El BM tiene que convertirse en una institución más ágil (hoy le puede llevar hasta dos años el aprobar un proyecto). Para ello será fundamental reorganizar internamente sus operaciones (reorganizando el consejo y el proceso de toma de decisiones) y transformarlo en una institución más transparente, democrática y abierta, que dé más voz a los países en desarrollo y tenga la capacidad de colaborar con actores no gubernamentales y el sector privado en proyectos que contribuyan al objetivo de reducir la pobreza.

Al mismo tiempo, el BM tiene que definir de una manera más coherente los criterios que se van a utilizar para participar en proyectos que garanticen los resultados deseados en términos de reducción de pobreza y de crecimiento económico.

En un informe recién publicado por el Departamento de Evaluación de Operaciones del Banco Mundial se criticaba duramente el énfasis que se ha prestado en los últimos años a políticas sociales, así como a proyectos sanitarios y educativos (que no llegan a los sectores más pobres), y se recomienda que la entidad se centre fundamentalmente en la promoción del crecimiento económico como principal instrumento de reducción de pobreza. El informe muestra que los gastos en políticas sociales no han sido suficientes para aliviar los niveles de pobreza y sugiere que el BM se centre en proyectos de infraestructura (de generación de electricidad, agua, carreteras y telecomunicaciones) y de desarrollo urbano y rural.

Por último, es también importante que las políticas y recomendaciones del banco sean coherentes y consistentes con independencia del país al que vayan dirigidas, y que se trate a los países equitativamente.

En un momento de creciente oposición e incertidumbres en torno a la globalización, el BM debe convertirse en una institución clave en la gestión de este proceso respondiendo a objetivos reales, y contribuyendo al desarrollo y a la reducción de la pobreza y las desigualdades globales.

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