Comercio protegido
Corren vientos proteccionistas en EE UU. El inmenso déficit comercial, la desconfianza en el dinamismo del mercado laboral y la fuerza de los lobbies están poniendo en alerta a los defensores del libre comercio, que están comprobando que sus tesis pierden terreno.
Los que creen que el proteccionismo se arraiga, vieron la semana pasada cómo sus temores no son exagerados.
El viernes, a última hora de la tarde, el departamento de Comercio anunció la reimposición de cuotas a tres categorías de productos textiles (pantalones, camisetas de algodón y ropa interior) provenientes de China. Carlos Gutiérrez, secretario de comercio, fundamentó esta decisión en 'el efecto negativo que para el mercado doméstico' tiene el fuerte aumento de las exportaciones chinas de estos productos.
De acuerdo con las condiciones con las que China ingresó en la OMC, los países de esta organización tienen derecho hasta el 2008 a reimponer determinadas cuotas cuando el aumento de las importaciones perturba la industria local. Pese a ello, el Gobierno chino reaccionó este fin de semana con enfado a esta decisión que calificó de 'error'.
La cuestión china es compleja porque incluso los partidarios del libre comercio critican la decisión de este país de mantener pegada su divisa al dólar, algo que resta competitividad artificialmente a los productos del resto del mundo.
No obstante, los que opinan que China debe dejar flotar libremente su divisa son partidarios de presionar a Pekín en este sentido y no de dar pasos atrás con cuotas o tarifas. El actual debate en el Congreso para la imposición de una tarifa del 27,5% a las importaciones chinas pone los pelos de punta a muchos economistas porque aunque es improbable que la propuesta prospere, dice mucho del sentimiento de ansiedad que existe cada vez que se habla de apertura comercial, por pequeña que ésta sea.
Porque una pequeña apertura es la que propone George Bush con los países de Centroamérica a través del Cafta y ni siquiera este acuerdo de libre comercio ha ganado aún el voto del Congreso cuando ya ha sido ratificado por El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y República Dominicana.
La semana pasada, Bush y los presidentes de los países signatarios de este tratado, urgieron de nuevo al Congreso para que lo apruebe.
Pero el Cafta tiene enemigos en EE UU. Muchos de ellos han sucumbido a la presión de uno de los lobbies más fuertes, el de los azucareros, opuestos a la timidísima apertura del mercado estadounidense que este tratado hace a sus competidores.
El Cafta es un acuerdo de contenido menor para EE UU porque el volumen de comercio con Centroamérica es muy bajo. Las exportaciones de EE UU suman 16.000 millones de dólares y las importaciones rondan los 17.000 millones. El 80% de los productos centroamericanos entra ya sin tarifas a EE UU que sin embargo afronta aranceles del 40% en sus ventas a estos países.
Pese al reducido valor económico, su alcance es mayor porque si los azucareros consiguen no verse afectados o por su presión no se aprueba el Cafta, el mensaje que Washington envía es que si se habla de subsidios agrarios se acaba el diálogo. Y eso preocupa a quienes creen que el fin de los subsidios agrarios de EE UU y Europa (sobre todo), es el paso definitivo para el avance de la liberalización mundial del comercio.