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Columna
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'Tam necesario tempore'

Atraviesa EE UU por una situación financiera crítica de la cual la depreciación de su moneda frente al euro es una manifestación bien visible. Con un tipo de cambio que ha llegado a rondar los 1,35 dólares por euro, tan amplio margen entre ambas divisas señala la existencia de una enorme diferencia entre las dos economías: EE UU padece un elevadísimo déficit por cuenta corriente mientras que Europa muestra superávit.

La consecuencia es evidente: si se desea reducir el déficit americano sin que su economía entre en recesión el dólar debe depreciarse, incluso aún más afirman algunos. Que el peso del ajuste recaiga casi enteramente sobre el euro es cuestión diferente.

Para tener un marco de referencia a mano, conviene que el lector recuerde que durante los últimos meses el déficit por cuenta corriente americano ha fluctuado entre el 5% y el 6% de su PNB y que su financiación absorbe un 75%, más o menos, del excedente del ahorro de países con tanto peso en la economía mundial como Japón, China, Alemania y otros de la zona euro. Pero aun cuando esas naciones sigan dispuestas a continuar prestando a EE UU, a medio plazo un déficit de esa magnitud es insostenible y el popular billete verde entrará en crisis.

Quizá por ello la pregunta del millón es cuánto deberá depreciarse el dólar para que comience a equilibrarse la balanza por cuenta corriente. Dos prestigiosos economistas, Maurice Obstfeld y Kenneth Rogoff, han publicado un estudio, The Unsustainable US Current Account Position Revisited (NBER working paper 10869, octubre 2004), en el cual afirman que ese déficit es resultado de un ahorro interno insuficiente. Por lo tanto, su reducción sólo será posible o por la vía de un incremento en la tasa de ahorro estadounidense o por una mayor demanda del resto del mundo. O dicho de otra forma, la contribución que los mercados de divisas puedan aportar a la corrección de los desequilibrios básicos de la economía americana es limitada.

Los últimos datos conocidos sobre la balanza comercial americana respaldan ese diagnóstico pues en febrero, y a pesar de la debilidad del dólar, el déficit alcanzó el 6,3% de su PNB, alentado especialmente por el vigor de la demanda de consumo.

Obstfeld y Rogoff asumen que la reducción del déficit por cuenta corriente se producirá como consecuencia de un incremento del ahorro de las familias americanas o por una mayor demanda en Europa y Asia -lo que parece improbable dado el raquítico crecimiento de la UE y de Japón-. Con este supuesto elaboran un modelo de la economía mundial y estudian las variaciones en los precios relativos tanto de los bienes de mercado como de aquellos otros no orientados al mercado que resultan necesarias para equilibrar la oferta y la demanda en los mercados domésticos de productos a medida que el déficit se reduce.

Uno de los resultados más interesantes de este trabajo es la mayor importancia que adquiere la sustitución de bienes no orientados al mercado respecto a los bienes de mercado; es decir, para reducir el déficit exterior y simultáneamente mantener en equilibrio la demanda interna, los precios relativos de los primeros deben experimentar una variación mucho mayor que los de los segundos. En conclusión, el dólar debía depreciarse otro 20% en términos de tipo de cambio real respecto a la cotización utilizada en el modelo (1,30 dólares por euro) en un escenario de ajuste gradual o en un 40% si el ajuste fuese brusco.

La pregunta con que cierran su trabajo ambos autores es cuáles serán los efectos de esa descenso del dólar, y la respuesta que dan no es muy optimista. En efecto, para ellos el marco de comparación más exacto con la situación actual es la crisis de los años setenta. En esa época, caracterizada por déficit presupuestarios elevados, política monetaria permisiva, precios del petróleo al alza y cuantioso gasto militar como resultado de la guerra de Vietnam, las consecuencias económicas globales fueron tipos de interés elevados y un descenso en la actividad económica mundial.

Pues bien, los riesgos de que tal escenario se repita son no pocos -¡pobres Bolsas!-. Curiosamente, ese peligro, debido en buena medida al empecinamiento imperial americano y a las políticas económicamente irresponsables del presidente Bush no parecen provocar mucha indignación entre el establishment oficial antiyankee, que no parece haberse dado cuenta de que EE UU, como una Argentina cualquiera, al permitir que su moneda se deprecie en tan desmesurada proporción está robando a sus acreedores billones del valor de sus activos en dólares. ¡Vivir para ver!

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