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Tribuna
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La vía vasca hacia la prosperidad

A principios de los años ochenta éramos dos jóvenes economistas que desde el servicio de estudios del Gobierno Vasco nos afanábamos en descubrir signos de una recuperación que se hacía esperar en medio de una grave crisis industrial, que a veces nos parecía que amenazaba con derrumbar todo nuestro tejido económico. Debido seguramente a aquella ansiedad, salpicábamos la seriedad del panorama con el humor de Forges, quien en una viñeta colocaba a dos colegas ante una gráfica profundamente descendente en la que mientras uno creía descubrir una evidente recuperación el otro preguntaba si no era mas bien una cagada de mosca.

Pues bien, la recuperación no sólo llegó sino que desde que lo hizo no ha hecho sino consolidarse de forma espectacular, aunque algunos cenáculos, cuando del País Vasco se trata, parece que continúan aferrados a la cagada.

La apertura al exterior con el acceso al entonces Comunidad Europea fue un catalizador impresionante en la segunda mitad de los ochenta, luego vino la recesión de principios de los noventa, en la que tuvo por cierto un papel relevante una desacertada política macroeconómica que condujo a una impresionante apreciación del tipo de cambio, celebrada con tonto orgullo por no pocos y criticada desde Euskadi casi antes de que Julio Segura abriera la espita por la que finalmente se abrió paso la razón económica.

La historia posterior es sencillamente espectacular: entre 1993 y 2004, con datos de Eurostat y OCDE, la economía vasca ha crecido un 50% frente a un 40% de la española y un 25% de la zona euro (esto es, tasas anuales acumulativas del 3,7%, 3,1% y 2%, respectivamente), cuando la ocupación lo ha hecho un 39% por un 48% de la española, lo que da testimonio de un diferente modelo competitivo que se basa más en la productividad. La tasa de paro se ha reducido desde el entorno del 24% al 8% o 7%, según fuentes, y la renta per cápita en paridad de poder de compra ha pasado del 92% al 107% de la UE-15, cuando la de España ha pasado del 80% al 87%.

Por la misma razón que un día estuvimos abrumados por el alcance de la crisis es normal que hoy celebremos este éxito indiscutible de la sociedad vasca que, con razón, se ha dado en llamar la historia de una gran transformación económica: una experiencia y una estrategia de competitividad que como estudio de caso es ya referencia para muchos países y regiones de Europa y América. Pues bien, ante ello, el último argumento que se propaga en la villa y corte y merece algún eco entre algunos de nuestros polígrafos, con tanto acceso a los medios como superficial conocimiento del tema, es que perdemos peso. La economía vasca, queremos decir, no nosotros, que alguna falta nos hace.

Y así es, hay que reconocerlo, sobre todo si se compara con 1975, es decir, antes del cataclismo de la crisis y en plena edad de oro del capitalismo vasco. Pero la cuestión relevante es: ¿importa ser un país grande o tener un alto nivel de bienestar? o si se quiere, ¿cuál es el peso adecuado para este pequeño solar vasco de algo más de 7.200 kilómetros cuadrados? Euskadi siempre fue pequeño, mucho más de lo que lo es ahora y lo más lógico es que nunca deje de serlo.

Entre 1950 y 1975 acogimos a casi medio millón de personas inmigrantes (470.000, casi todas españolas), un balance impresionante si tenemos en cuenta que hoy casi tenemos la misma población que en 1975 (en torno a 2,1 millones de personas). Nuestro escaso dinamismo demográfico nos invita a seguir siendo país de acogida para personas de otros países, que por otra parte tanto lo necesitan.

No es mala noticia poder combinar necesidad y solidaridad, pero no olvidemos que desde la propia idea de sostenibilidad se nos advierte que en los últimos años hemos ocupado más espacio que en toda nuestra historia.

Se ha escrito 'el menor crecimiento de la población vasca frente a la española le ha permitido mantenerse en el grupo de cabeza de las regiones españolas'. ¡No hombre, no! Ya desde Adam Smith sabemos que la riqueza de las naciones depende de la proporción de personas que trabajan y de la habilidad con que lo hacen. En ambos aspectos los avances del País Vasco son superiores y esa es la clave de su prosperidad.

Otra cosa es que a dirigentes de pequeña talla como Aznar les obsesionase el tamaño y se les llenase la boca diciendo somos la décima o la octava economía del mundo.

No seremos nosotros quienes neguemos el derecho de cada uno a elegir su propio camino y a enorgullecerse de lo que tiene. Lo que simplemente pretendemos es que se entienda cuál es la vía de la economía vasca: salir al mundo tanto como el mundo venga a nosotros, tener altas tasa de empleo y productividad y conjugarlo con una fuerte cohesión social.

Alberdi es viceconsejero de Economía del Gobierno vasco y Azpiazu es portavoz de Economía del Grupo Parlamentario Vasco en el Congreso

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