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Tribuna
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Un halcón en el Banco Mundial

El éxito del Banco Mundial vendrá marcado por su capacidad de abandonar el modelo dirigista, predominante en las últimas décadas, para transformarse en una institución participativa, flexible y dinámica. El autor analiza las posibilidades de que esto ocurra con el nuevo presidente, Paul Wolfowitz

La elección de Paul Wolfowitz como presidente del Banco Mundial ha reabierto el debate sobre el procedimiento de elección de los líderes de las instituciones de Bretton Woods (el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional), que permite a EE UU y Europa repartirse a los líderes de ambos organismos dejando de lado a los otros países miembros. Este es un procedimiento muy criticado que deja al descubierto el déficit democrático de ambas instituciones.

El control del proceso por EE UU es particularmente flagrante, dado que sólo controla un 16% de los votos del Banco, que su contribución a ayudas al desarrollo es tan sólo un 0,15% del PIB (muy por debajo del objetivo que Bush señalo en la conferencia de Monterrey en 2002 de un 0,7%), y que otros países juegan un papel aun mayor en las operaciones de la institución.

Paul Wolfowitz, vicesecretario de Defensa de EE UU, es considerado como uno de los arquitectos intelectuales de la guerra de Irak y ha sido percibido en los últimos años como el símbolo de la estrategia unilateralista del Gobierno de Bush. Wolfowitz ha sido también uno de los principales defensores del nuevo paradigma según el cual la seguridad de EE UU se refuerza no tanto a través del mantenimiento de un equilibrio de poderes, sino por un uso activo del poder militar para derrotar a las tiranías y extender la democracia a otros países. Su nominación por parte de EE UU supuso una gran sorpresa para los líderes mundiales que, por segunda vez en pocas semanas, observan como el Gobierno de Bush nomina a candidatos vinculados al sector más neoconservador del Partido Republicano (los Vulcanos) para puestos claves en instituciones multilaterales (la nominación de John Bolton como embajador ante las Naciones Unidas es otro ejemplo).

Esta elección tiene paralelismos con la de Robert McNamara, secretario de defensa con los presidentes Kennedy y Johnson durante la guerra de Vietnam, que dirigió la institución durante 13 años. En este caso ha sido también controvertida por la falta de experiencia de Wolfowitz en temas de desarrollo (su carrera ha sido fundamentalmente en asuntos militares y diplomacia) y el temor a que pueda introducir la 'guerra contra el terror' y los proyectos de exportación de la democracia de Bush en la agenda de actividades del Banco Mundial.

En su defensa Wolfowitz ha mencionado su experiencia como embajador en Indonesia en los ochenta (obviando su apoyo al régimen de Suharto) y su trabajo en los últimos meses en las operaciones de ayuda en Indonesia y Siri Lanka por el tsunami. Además enfatiza que tiene más experiencia viviendo en países en desarrollo que todos sus antecesores en el cargo.

La pregunta clave es si Wolfowitz podrá dejar de lado sus lealtades al Gobierno de Bush y su obsesión en la lucha contra el terrorismo y convertirse en un líder independiente y que escuche, capaz de trabajar con los 184 países miembros del Banco Mundial, para centrarse en la prioridad número uno de la institución que es la lucha contra la pobreza.

El poder del presidente del Banco Mundial esta restringido por el comité ejecutivo, que es el que toma las decisiones sobre políticas y prestamos y que esta dominado por el G-7, el grupo de los siete países más industrializados. Sin embargo, el presidente tiene una plataforma importante para influir en los debates sobre desarrollo, y lidera la dirección estratégica de la institución y el proceso de cambio interno. El éxito futuro del Banco Mundial vendrá marcado por su capacidad de abandonar el modelo dirigista y jerarquizado de apoyo a países en desarrollo que ha predominado en las últimas décadas, y transformarse en una institución participativa, flexible, innovadora y dinámica con la capacidad de colaborar con diferentes actores (incluyendo organizaciones no gubernamentales y el sector privado) en los países en desarrollo.

El Banco debe de incrementar el apoyo técnico a los clientes y desarrollar fórmulas imaginativas que permitan el desarrollo de alianzas entre el sector público y privado para proporcionar soluciones en áreas como la educación, la salud, o la mejora de infraestructuras.

El nuevo presidente, por último, debe centrase en tres áreas prioritarias: la democratización de la institución que permita dar más voz a los países en desarrollo, la ampliación de las contribuciones al desarrollo de los países ricos, para aproximarse al objetivo del 0,7% del PIB, y la consecución de los objetivo fijados en el Proyecto del Milenio de la ONU.

Una reorientación de la institución hacia temas de terrorismo o su politización y alineamiento con las tesis del Gobierno de Bush pueden ser muy perjudiciales. Es de esperar que Wolfowitz pueda utilizar su experiencia y talento para gestionar el proceso de cambio dentro de la institución y mantener su independencia. No sólo esta en juego la legitimidad del Banco Mundial, sino el éxito en la lucha contra la pobreza y el objetivo de avanzar hacia el desarrollo sostenible.

Director del Campus de Madrid de la Universidad de Suffolk y codirector del Seminario de Estudios Ibéricos del Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Harvard

La pregunta clave es si Wolfowitz podrá dejar de lado sus lealtades al Gobierno de Bush y convertirse en un líder independiente

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