Entre Madrid, Washington y Kiev
El referéndum que dio el 'sí' en España a la Constitución europea y las visitas a las instituciones de la UE de los presidentes de EE UU y de Ucrania son tres importantes acontecimientos que se han concentrado en pocos días. El autor analiza su significado para la Unión
Tres importantes acontecimientos han acaparado nuestra atención en los últimos días y han hecho que nuestras miradas se concentraran entre Madrid, Washington y Kiev.
El domingo 20 de febrero se celebraba en nuestro país el referéndum sobre la Constitución europea. Los ciudadanos españoles dimos un claro apoyo a este texto y al proyecto de Europa política que representa (76,68% a favor).
Así ha sido percibido unánimemente en Europa, donde nadie cree que en el resto de países que celebrarán referéndums se obtenga un resultado más favorable que el de España. Bien es cierto que se prevé que haya una mayor participación que la que se ha dado en nuestro país. Esto es debido a la existencia de posturas divergentes y más enfrentadas en torno a la Constitución europea. Indudablemente, la incertidumbre sobre el resultado final que se pueda dar en países como Francia, la República Checa o el Reino Unido, atraerá a los ciudadanos hacia las urnas. Un hecho que no ha existido en el referéndum español.
Más allá de los valores, a EE UU y Europa nos han unido intereses comunes, como la profundidad y la fortaleza de nuestros vínculos económicos
Con la llegada del presidente de Estados Unidos, George Bush, a Europa, nuestra atención pasó rápidamente de los resultados del referéndum español al mensaje que venía desde Washington.
Ahora que el Air Force One ha despegado de Bruselas y se han retirado los cordones de seguridad, es el momento de reflexionar sobre lo que la visita del presidente Bush significa realmente para las relaciones transatlánticas.
La respuesta final no se encontrará hasta pasado algún tiempo, cuando hayamos visto de qué modo evolucionan las políticas estadounidense y europea sobre las cuestiones clave de la actualidad, como el proceso de paz en Oriente Próximo, la evolución en Iraq, el cambio climático, la reforma de las Naciones Unidas y el dossier nuclear iraní. Sin embargo es posible extraer ya algunas conclusiones preliminares.
La visita ha tenido aspectos positivos, como el tono diferente que Washington parece haber adoptado en sus relaciones con la UE. Durante la estancia del presidente Bush en Bruselas, le hemos escuchado cálidas palabras sobre la integración europea y sobre la necesidad de una Europa fuerte y capaz de tomar decisiones.
Igualmente, hubo buenas palabras para las posiciones que la UE ha sostenido en relación a ciertos asuntos. Buenos ejemplos de ello fueron que el presidente Bush admitiera, por primera vez, la idea de que un Estado palestino viable no puede consistir exclusivamente en la Franja de Gaza y algunos enclaves inconexos en Cisjordania. También hubo un reconocimiento al enfoque diplomático de la UE respecto a Irán y su voluntad de tenerlo en cuenta, y por último hubo elogios hacia el papel de la UE en la solución de la crisis de Ucrania.
Pero, la visita ha dejado también gran número de incógnitas. ¿Qué pasará a partir de ahora con las cuestiones que hasta hace poco nos dividían?, ¿seguiremos igual o habrá un cambio real? En otras palabras, ¿ha sido la visita una misión diplomática para volver a poner a Europa 'en juego' o era el reconocimiento de la necesidad de una asociación real y del establecimiento de un nuevo modo de relaciones con Europa?
Para tratar de dar respuesta a estas preguntas tenemos que considerar las bases sobre las que se asientan los lazos históricos entre Estados Unidos y Europa. En parte, esta relación ha tenido por objeto valores comunes como la democracia, el imperio de la ley y el respeto a los derechos humanos. Pero, más allá de los valores comunes, nos han unido intereses comunes: un enemigo común durante la guerra fría y la profundidad y la fortaleza de nuestros vínculos económicos. Estos intereses comunes, aunque siguen siendo muy fuertes, se han visto cuestionados en los últimos años. Nuestras diferencias sobre Iraq, Kioto y el Tribunal Penal Internacional han demostrado que nuestros intereses no siempre son convergentes.
Esto no significa que el destino de la relación transatlántica sea continuar debilitándose hasta degenerar en una estéril desconfianza mutua. Al contrario, sigue siendo mucho más lo que nos une que lo que nos divide. Pero la relación debe evolucionar hacia algo distinto, esto es, hacia una asociación más igualada, profundamente enraizada en el multilateralismo, entre dos pilares importantes de la comunidad internacional. Si somos capaces de lograrlo, y se trata de una responsabilidad conjunta, entonces el mundo será sin duda un lugar más seguro y más próspero.
El tercer gran acontecimiento fue la visita del presidente ucraniano, Viktor Yushenko, al Parlamento Europeo. El éxito de la 'revolución naranja' ha demostrado la capacidad de influencia de la UE, pero a la vez nos confronta con nuestra capacidad para integrar nuevos miembros sin ver frenado nuestro proyecto político. Las sucesivas ampliaciones de la UE han de ser aún digeridas y en cualquier caso, a una posible adhesión ucraniana le precederán las de Rumania, Bulgaria y Croacia. La integración de Ucrania, como la de Turquía, pone de nuevo sobre la mesa la cuestión de los límites de la UE. Deberemos tener mucho cuidado de ir paso a paso, si no queremos 'atragantarnos' y ver adulterado nuestro proyecto político europeo.