Post scríptum a los Reyes Magos, la economía
El autor expresa sus dudas acerca de la evolución económica que depara el año que comienza. Si la situación internacional no invita al optimismo, la intranquilidad se acrecienta, en su opinión, con el análisis de la situación interna
Han de perdonarme SS MM, pero mi preocupación con las incertidumbres políticas me impidió transmitirles las numerosas dudas que me asaltan cuando intento adivinar cuál será la evolución económica que el nuevo año nos deparará. No me hace sentirme muy optimista lo que leo a propósito de la economía internacional, enredada en las incertidumbres de la economía americana, las amenazas de un petróleo caro, el parsimonioso crecimiento de la UE y los desajustes de las grandes economías del Lejano Oriente -empezando por China, siguiendo por India y terminando por Japón-. Pero he de confesaros que mi intranquilidad se acrecienta cuando limito el análisis a lo que puede suceder en casa.
2004 fue un ejercicio mediocre a juzgar por la modestia de la recuperación respecto al bienio 2002/2003. Nuestro crecimiento ha sido más bien reducido para acortar las diferencias con nuestros socios europeos más ricos y ha estado anclado en exceso en el consumo privado y en la inversión en construcción, y amenazado, además, por el peso de una demanda exterior cada vez más negativa y un repunte de la inflación que perjudica nuestra de por sí débil capacidad exportadora, a la cual lastra una competitividad muy escasa. Cierto, Majestades, que continúa aumentado el número de ocupados y reduciéndose el de parados pero, curiosamente, un Gobierno que se ha mostrado tan diligente en sacudir los pilares tradicionales de nuestra sociedad civil y su marco político parece atenazado por una rara pereza a la hora de proponer cambios en el terreno económico. En este plano de las confidencias he de señalaros la desilusión que me produjo la lectura de los PGE ya que una vez asimilados los buenos propósitos contenidos en su exposición de motivos, sus orientaciones se me antojaron conformistas o desorientadas respecto al propósito esencial, que no debería ser otro que trazar la senda de estabilidad en la cual discurra el crecimiento de nuestra economía y mejore su productividad a medio y largo plazo. Más bien me temo que al final del ejercicio no se hayan cumplido los debidos principios de estabilidad presupuestaria -renuncio de antemano a la ilusión de alcanzar un superávit y me conformaría con que no se rebasase el déficit previsto del 0,2% del PIB- ni contribuido a compensar una política monetaria europea excesivamente permisiva para nuestras circunstancias particulares, por no decir nada del control de la inflación, la reducción del excesivo endeudamiento de las familias, el desequilibrio de las cuentas exteriores y la mengua de rigideces en los mercados de trabajo y otros bienes y servicios.
Si me permiten SS MM, me gustaría detenerme un momento en una cuestión que parece haber surgido de la nada y concitar un interés un tanto diletante de expertos y legos por ofrecer pócimas mágicas para solventar de la noche a la mañana nuestras carencias de antiguo. Me refiero al entusiasmo que a todos les ha entrado por promover la productividad, ya sea mediante la mejora en infraestructuras, la inversión en I+D o el apoyo decidido a la educación, tan alicaída después de hacerse públicos los resultados del último Informe PISA sobre el estado de nuestra enseñanza secundaria en comparación con el de los países miembros de la OCDE y aparentemente embarrancada en una estéril polémica pseudo religiosa. Pues bien, como iba diciendo, de pronto todas las esperanzas se centran en aumentar rápida y fuertemente la productividad, como si ello resultase posible sólo con formular el correspondiente deseo, olvidando que los resultados, caso de alcanzarse, únicamente se percibirán a medio plazo y ello sólo si el Gobierno decide enfrentarse a ese recio entramado de intereses retardatarios que llevan años oponiéndose con éxito a la adopción de las medidas imprescindibles para remover los numerosos obstáculos que impiden que las empresas españolas inviertan decididamente en tecnología.
Nuestro crecimiento ha estado anclado en exceso en el consumo privado y en la inversión en construcción y amenazado por el peso de la demanda exterior y la inflación
No quisiera que estas consideraciones se interpretaran como resumen de una actitud fundamentalmente pesimista, pero no puedo ocultar a vuestra perspicacia que me asaltan varios temores concretos. El primero tiene que ver con la reaparición de mecanismos automáticos potenciadores de la inflación y aquí recuerdo el reciente ejemplo de la cesión gubernamental en la inclusión de una cláusula de actualización automática en el salario mínimo. El segundo recelo atañe a las cuentas publicas. Bien está que en ellas luzcan los compromisos que tarde o temprano había que asumir, pero no estoy seguro que los rectores de las mismas no sucumban a lo que calificaría como 'el espejismo del ciclo económico'. Y para concluir, no puedo dejar de mencionaros mis dudas sobre la fortaleza de ánimo gubernamental para enfrentarse a problemas que van desde el refuerzo a la competencia, la flexibilización de ciertos mercados de bienes y servicios, o la reforma del sistema público de pensiones para asegurar su viabilidad en las próximas décadas. Demasiadas incertidumbres, Majestades, para no invocar vuestra constante ayuda y la petición de que iluminéis a nuestros gobernantes en el curso de estos próximos doce meses. Vale.