Determinantes de los cambios en el mercado de trabajo
Las estadísticas de movimientos laborales, en algunas ocasiones, muestran aspectos sorprendentes, como el aumento simultáneo del empleo y del paro o los cambios drásticos en la duración de jornada, que puede descender en unos países y aumentar en otros o bien mantener una tendencia decreciente que de forma súbita y drástica cambia. La alegación de factores culturales como explicación única no es válida desde el momento en que esas trayectorias se revierten, con lo que es posible poner en primer plano a los incentivos económicos.
El trabajo, por intenso que sea, puede ser una fuente de satisfacción si comporta retos asumibles, permite el ejercicio de la responsabilidad con autonomía y espacio para la creatividad o se realiza en un equipo conjuntado, factores todos ellos que aportan motivación. También se evitan disfunciones con un entorno sano y acogedor, y desde luego con una retribución acorde a las prestaciones aportadas. Las diferencias de dedicación y los resultados son enormes según estén o falten las circunstancias adecuadas. Entre el orgullo por la obra bien hecha y la desgana de persistir en rutinas sin sentido está la misma distancia que va del entusiasmo al aburrimiento pero que, aun siendo real, no explica por qué la duración de jornada en EE UU supera a la de Alemania en 200 horas año, ni por qué la tasa de actividad en el primer país rebasa a la del segundo en 10 puntos porcentuales.
El reciente premio Nobel de economía Edward C. Prescott ha trabajado sobre varias vertientes de estos temas que reflejó, entre otros estudios, en un breve texto publicado a finales de 2003 por el Banco de la Reserva Federal de Minneapolis con el título de ¿Por qué los americanos trabajan mucho más que los europeos? El hecho que inicia su estudio es que los americanos trabajan un 50% más que los franceses cuando a principios de los años setenta era al revés. Su análisis muestra que la diferencia es debida a los distintos tipos marginales en el impuesto sobre las rentas del trabajo, que cuando son altos desincentivan la oferta de empleo, especialmente femenino. Observa que, cuando el gravamen marginal era similar en EE UU y en los países europeos, la oferta de trabajo también lo era, en cambio, los altos tipos marginales actuales en Europa han reducido la tasa de actividad laboral. Comenta también, de forma incidental que la reforma fiscal de España en 1998 se tradujo en un aumento en la tasa de actividad, si bien se muestra cauto al añadir que se requiere una indagación adicional para apreciar si fue la causa principal.
Prescott considera también factores como las prestaciones de la Seguridad Social, que son sustitutivas de ingreso, y llega a conclusiones sólidas que se refuerzan por otros factores que, en el caso de España correspondían a cambios institucionales como la estabilidad monetaria aportada por la entrada en la UEM, que abarató el coste del crédito y generó expectativas de continuidad en esa situación al tiempo que mejoró la rentabilidad empresarial, un requisito imprescindible.
Otro factor fue el cambio de normas y pautas de negociación laboral derivada del Acuerdo Interconfederal de 1997, por el que se creó el contrato de Fomento del Empleo. También influyó la moderación salarial, mantenida desde entonces, y el descenso en la conflictividad laboral. El conjunto explica buena parte del aumento en cuatro millones de personas ocupadas y del número que se incorporaron al mercado de trabajo, de manera que la tasa de paro se mantiene en más del 10% de la población activa, afectando a más de dos millones de personas.
El efecto de iniciativas eficaces como las expuestas se refuerza por el crecimiento asociado a los nuevos empleados creados y por el aumento en el consumo que genera, pero aun así se requieren más estímulos para que persista el proceso y compense efectos como el mayor coste de la energía, el endurecimiento de la competencia internacional y la apreciación del euro.
Los avances en la flexibilidad requerida por el nuevo entorno, el correcto reparto de las ganancias de productividad, la mejora en la formación continua son acciones necesarias. Junto a ellas hay que incluir actuaciones que habitualmente se dejan al margen del estudio de la situación laboral, como gestión de la incapacidad laboral transitoria, que absorbe recursos ingentes sin certeza de evitar comportamientos oportunistas y reducir las listas de espera en los procesos diagnósticos, terapéuticos y quirúrgicos, pero, sobre todo, en aras al aumento de la eficiencia y la motivación, conviene impulsar el trabajo en equipo y la asunción medida de responsabilidades.