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Tribuna
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¿Fin del modelo social europeo?

Los procesos de reestructuración empresarial han dejado de formar parte de la patología del sistema para convertirse en exigencias del mismo, según el autor, quien explica que tanto las empresas como los sindicatos deben enfrentarse a estos cambios con otra mentalidad y otros instrumentos

La relaciones laborales europeas han entrado en una dinámica, caracterizada por la intensificación de las reestructuraciones y de los despidos económicos, y también por fenómenos más novedosos, como las reducciones salariales y los aumentos no compensados de jornada, que provocan un creciente desconcierto.

¿Qué está sucediendo? O mejor, ¿qué significa y cómo debemos interpretar lo que está sucediendo? Las convulsiones de la economía alemana, sacudida por una ola de despidos y sorprendida por la proliferación de acuerdos empresariales de reducción de costos laborales, así como las vicisitudes menos llamativas o de menor intensidad, pero no distintas cualitativamente, de otras economías europeas, han generado la incógnita de si el modelo social europeo ha cumplido su ciclo y está definitivamente agotado.

Para comprender la situación a que nos enfrentamos y poder, por tanto, gobernarla, hay que tener en cuenta que en ella confluyen diversos factores. En primer lugar, la tardanza en comprender que la época de las grandes conquistas reivindicativas sindicales, hace tiempo que ha terminado. Hace solo unas décadas, la capacidad de absorción por parte del capitalismo de las mejoras sociales obtenidas por medio de la presión sindical parecía ilimitada, y se pensaba que el sistema podía absorber continuamente avances sociales y laborales en una dinámica sin fin. Ha tardado en interiorizarse la idea de que eso no es así y de que, por el contrario, el aumento de la vulnerabilidad del sistema en su conjunto y de las concretas empresas, plantea la necesidad de calibrar con precisión los gravámenes que se les imponen.

Los viejos esquemas reivindica-tivos de los sindicatos han de desaparecer

En segundo lugar, el mantenimiento de la ilusión de que la disminución del tiempo de trabajo podía aumentar el empleo y consiguientemente alimentar el crecimiento económico y la prosperidad. Durante mucho tiempo, la mayor parte del movimiento sindical europeo ha suscrito tácitamente la ecuación: 'menos trabajo, más empleo'. Sobre la base de los planteamientos de reparto del trabajo (a pesar de las fundadas críticas que merecieron desde sus orígenes), la disminución del trabajo prestado por cada trabajador se consideraba la puerta de acceso a más empleo, más productividad y mayor crecimiento económico.

Hoy, tras el fracaso de la jornada de 35 horas, y aunque en Francia se pretenda patéticamente salvar el principio mediante correcciones y flexibilizaciones del mismo, lo evidente es lo contrario. El comisario económico europeo Joaquín Almunia, lo manifestaba recientemente: es necesario aumentar en Europa el tiempo de trabajo para incrementar la productividad y la competitividad. No hay que olvidar que uno de los factores explicativos del diferencial de productividad entre Europa y Estados Unidos es, precisamente, el del tiempo de trabajo.

En tercer lugar, junto a éstos, surgen otros factores. La globalización económica, el recrudecimiento de la competencia internacional, los ahorros de trabajo permitidos por la aplicación de las innovaciones técnicas en los procesos productivos, han tenido un doble efecto:

l Han planteado nuevas exigencias a las empresas, que se ven obligadas a competir en un mercado global que exige una continua capacidad de adaptación y del que pueden verse excluidas si no son capaces de reaccionar con rapidez a los desajustes competitivos.

l Y han modificado la relación de fuerzas preexistente, en beneficio del capital y en perjuicio del trabajo.

El juego combinado de estos factores provoca una mayor debilidad sindical y permite actuaciones empresariales que corren el riesgo de pensar que las relaciones laborales, en el nuevo contexto, pueden basarse en la imposición pura y simple de las exigencias de la empresa. Actuaciones empresariales que se retroalimentan con el desconcierto sindical ante la nueva situación, en la que adquieren protagonismo los acuerdos de empresa (de reducción salarial o de aumento del tiempo de trabajo) de los que quedan excluidos los sindicatos.

¿Es ingobernable esta situación? ¿Va a derivar en una anomia creciente de las relaciones laborales, dominadas por exigencias empresariales impuestas, o aceptadas por los trabajadores, ante el desconcierto e impotencia de gobiernos y sindicatos? No necesariamente.

El proceso puede gobernarse sin renunciar a las características esenciales del modelo social europeo. Para ello, hay que ser conscientes de que los procesos de reestructuración empresarial han dejado de formar parte de la patología del sistema y constituyen exigencias fisiológicas del mismo. Hay que enfrentarse a ellos, pues, con otra mentalidad y con otros instrumentos.

Por parte empresarial, con una apuesta por el diálogo y la participación, verdaderas señas de identidad de nuestro modelo. Y por parte sindical, con actitud de participar en la gestión de los cambios no de oponerse a los mismos. Los viejos esquemas reivindicativos han de desaparecer. Implicarse en la gestión de las exigencias de la flexibilidad, es la vía más segura que tienen los sindicatos para poder gobernar (co-gobernar) el proceso, y conjurar así el riesgo de verse excluidos de los desarrollos del mismo.

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