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Columna
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Don Quijote como acicate turístico

En los tiempos actuales, cuando aparecen síntomas de agotamiento del turismo tradicional de sol y playa, que parece haber alcanzado techo a causa de la competencia de otros países capaces de ofrecer similares servicios a mejores precios, procede reflexionar sobre el modo en que se podrían impulsar otras motivaciones que compensaran las previsibles caídas de dichos tipos de turismo.

Entre estas sin duda pueden tener una gran importancia las de tipo cultural, generadoras de un turismo de calidad que, además, tendría mayor fidelidad que el turismo de ocio, al estar impulsado por bases más sólidas y no tan fácilmente sustituibles.

La Encuesta de Movimientos Turísticos en Fronteras (Frontur), que realiza el Instituto de Estudios Turísticos, permite saber que en 2003 el 20,9% de los viajes de ocio que hicieron los extranjeros a España fue por motivos culturales.

Del mismo modo, la Encuesta sobre turismo de los españoles (Familitur), que igualmente realiza dicho instituto, indica que, en el mismo año, el 15,5% de los viajes de ocio realizados dentro del territorio nacional tuvo dicha motivación, y nada menos que el 46,8% de los viajes que los españoles hicieron al extranjero, también por ocio y vacaciones, tuvieron motivaciones de índole cultural.

En esta última encuesta se pone de relieve que, en el caso de los turistas españoles, las razones culturales para viajar aumentan en la medida en que son mayores sus niveles de estudios y de renta.

Pues bien, esta relación positiva, que lógicamente también debe funcionar para los turistas extranjeros, señala el interés de potenciar los muchos atractivos culturales que España puede ofrecer, lo que además de cubrir la posible caída del turismo de sol y playa tendría una repercusión inmediata en el aumento de las estancias medias y del gasto por turista, que últimamente presentan caídas preocupantes.

Un buen ejemplo de lo que puede hacerse en materia cultural lo encontramos en la importancia histórica que, para el turismo en La Mancha, tuvo el conocimiento universal del libro de Cervantes. En efecto, a través de los escritos realizados por los viajeros a España se puede apreciar que solamente existía una valoración positiva de algunos puntos muy concretos de esa comunidad, como era el caso de Cuenca y, sobre todo, de Toledo, donde eran continuas las referencias de los viajeros extranjeros a su pasado histórico, a su zona monumental y a las artes, principalmente centradas en la figura de El Greco.

Sin embargo, en lo relativo al resto del territorio, los comentarios sobre La Mancha de los viajeros extranjeros no resultaban muy positivos.

Por ejemplo, Richard Ford, escritor y dibujante inglés que vino a vivir a Sevilla en 1831 por consejo médico para cuidar la precaria salud de su mujer, escribió lo siguiente en su Manual para viajeros por España y lectores en casa: 'Los que pasen de Andalucía a Madrid encontrarán que el camino por Extremadura está lleno de interés, mientras que el de La Mancha, si exceptuamos el encanto ideal que le da Don Quijote, resulta en general monótono y aburrido'.

A pesar de que su viaje se produjo casi un siglo más tarde, Eugenio Demolder se expresó en parecidos términos cuando, hospedado en una fonda castellano manchega, evocaba, mientras intentaba conciliar el sueño, las figuras cervantinas, según pone de relieve el siguiente texto: 'Don Quijote nos aguarda en medio de un gran paisaje poblado de molinos de viento. Alza su lanza, nos interpela, en tanto que Sancho Panza huye sobre su asno alzando al cielo sus brazos demasiado cortos… ¡Nos despertamos!… ¡Pulgas! ¡Oh, pulgas por legiones!. Nos levantamos y abrimos la ventana… Benditas, mil veces benditas sean las pulgas. Gracias a ellas contemplamos nosotros la más bella de las noches de España. Todo duerme bajo la luz de la luna. Las casas adormecidas llevan antifaces negros o máscaras de plata. Del cielo cuelgan racimos de estrellas, de miel y de oro'.

Este tipo de comentarios, en los que abundan igualmente en sus obras otros muchos viajeros extranjeros por España, ponen de relieve cómo el elemento cultural, en este caso el amor que despiertan las figuras cervantinas, es capaz de soslayar problemas de toda índole, incluidas esas pulgas a las que se llega a bendecir por el mero hecho de que mantengan despierto y permitan apreciar la belleza y el silencio de la noche manchega.

Habrá que ver lo que ocurre con la celebración del IV Centenario de la Primera Parte de El Quijote, ahora ya sin pulgas, y qué se hace respecto de la proyección cultural de España en el mundo.

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