Riesgos particulares y crisis de mercados
Los mercados financieros están cobrando cada vez un mayor protagonismo en la vida económica de los países. Este hecho responde a diversos fenómenos, como son la liberalización financiera o los avances en la tecnología de la información. El resultado es que la actividad financiera canalizada a través de los mercados de valores genera una importante liquidez que impulsa la actividad económica.
Se ha llegado a decir que en el siglo XXI el concepto de liquidez sustituye al concepto del dinero. Esto plantea consecuencias para los supervisores y también para las autoridades monetarias. De hecho, en los episodios de inestabilidad financiera que han tenido lugar desde los años ochenta del pasado siglo se ha visto como la liquidez se contraía, con una reducción drástica de los precios de los activos financieros y con un incremento significativo de los costes de transacción.
El desarrollo de los mercados financieros mejora las posibilidades de obtener liquidez, pero se mantiene la posibilidad de que se genere una crisis por una contracción de la misma. En las etapas de crisis se hacen imprescindible unas buenas prácticas de gestión del riesgo, por un lado, y contar con una buena infraestructura de mercado, por otro. Las opciones de política económica pasarán por lo tanto por ambas alternativas que son complementarias: reforzar la infraestructura financiera y reforzar a las instituciones.
Es importante analizar las relaciones entre todos los tipos de riesgo, ya que a veces las medidas que pueden mitigar uno de ellos exacerban los demás
La literatura sobre el tema ha considerado dos opciones de intervención: gestionar las crisis una vez éstas se han producido o prevenir su aparición.
La primera de estas dos opciones implica que no se interviene para impedir la generación de una crisis, de forma que el mercado actúe posteriormente como mecanismo de disciplina. Sin embargo, es difícil suponer que no se intervenga si existen indicios de problemas en alguna entidad o mercado. Además, el coste en términos de interrupción financiera y económica puede ser enormemente elevado. Si se decide intervenir, la respuesta clásica ha sido la de proporcionar liquidez a través de diversos instrumentos, desde la reducción de los tipos de interés hasta la relajación de requisitos obligatorios de capital. Aunque este tipo de solución es efectiva, no está exenta de costes, en términos de provocar conductas irresponsables o abusivas (moral hazard) o de perturbar el curso de la política monetaria. Todo ello justifica que se considere el papel de la prevención.
Claudio Borio, en un trabajo publicado por el BIS en julio de 2004 (Market distress and vanishing liquidity: anatomy and policy options, algo así como: angustia de los mercados y desaparición de la liquidez: opciones anatómicas y políticas) considera que las políticas preventivas deben tener como objetivo la búsqueda de una liquidez de mercado robusta que, se concretaría en la mejora del funcionamiento de los mercados en condiciones de inestabilidad, en primer lugar y, en segundo lugar, en conseguir las condiciones que impidan o limiten el desarrollo de desequilibrios indeseables.
Según el autor, es importante resaltar que las crisis de mercado tienen una naturaleza endógena respecto al comportamiento de las instituciones en lugar de deberse a la aparición de perturbaciones externas.
Las instituciones mejorarían su solidez con buenas prácticas de gestión del riesgo. Las entidades que negocian valores deben contar con suficiente capital y liquidez para poder responder si hay problemas en los mercados; es decir si se contrae la liquidez.
El Comité de Supervisión Bancaria de Basilea acaba de revisar sus principios para la gestión y la supervisión del riesgo de tipo de interés (Principles for the management and supervisión of interest rate risk, julio de 2004). La primera versión de los mismos se publicó en el año 1997 y se ha sometido a consulta pública en 2001 y en 2003.
Estos principios pretenden ayudar a los supervisores cuando examinen los sistemas de control de riesgos de las instituciones financieras. Dos son las claves, la medición adecuada del riesgo y la disponibilidad de capital adecuado al mismo.
Lo que ocurre es que los riesgos financieros se interrelacionan, de forma que aunque estos principios y recomendaciones sean adecuados para la supervisión de un riesgo y una entidad concreta, pueden resultar insuficientes para ver el riesgo completo de una entidad y, sobre todo, ver el riesgo que esa entidad proyecta sobre el sistema financiero.
Es importante analizar las relaciones entre todos los tipos de riesgos (especialmente de mercado, liquidez y contraparte), ya que a veces las medidas que pueden mitigar uno de los riesgos exacerban los demás.
Por otra parte, hay que considerar que se puede generar un comportamiento colectivo pernicioso a pesar de que cada entidad actúe de forma correcta, por ejemplo debido a la correlación entre posiciones o simultaneidad entre decisiones de desinversión.
La conclusión es que se están haciendo diversos esfuerzos para mejorar la solidez de las entidades financieras y de la infraestructura de mercados.
Todo ello contribuye al objetivo de evitar la generación de crisis, pero faltan por abordar dos puntos clave: un enfoque general que considere las relaciones entre las entidades y una sistematización de las posibles actuaciones.