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Columna
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Un mar de vino en España

De nuevo se va a obtener este año una gran producción de vino, probablemente, triple del que bebemos los españoles. Este exceso de producción respecto al consumo interior se mitiga por la reutilización industrial de los alcoholes de boca, destinados a la producción de los vinos de licor y brandies, así como por el consumo creciente de mostos. Las exportaciones también han aumentado de un modo notable, representando entre el 20% y el 25% de la producción total.

No obstante, en la economía vitivinícola española subyace una tendencia al desequilibrio oferta/demanda que debe tener una respuesta comercial y no administrativa. En la actualidad, y en grandes cifras, puede hablarse de un exceso de un 20% de la producción, en años como el actual, que van a ser muy frecuentes en el futuro.

España dispone del mayor viñedo del mundo, superando a Francia e Italia en superficie (¿entre un 20%-25%?) países que, sin embargo, producen mucho más (entre un 35%-40% más que España). Los condicionamientos climatológicos y de medio físico justifican relativamente estas diferencias, aunque han tendido a corregirse en los últimos quince años, debido a la creciente rentabilidad obtenida en esta actividad. Esta es la causa de las fuertes inversiones acometidas en el sector (agrícola, bodeguero y comercial), del cambio de mentalidad empresarial y de la fuerte expansión productiva (un incremento de un 35% en una década y media), que no podemos dar por concluida aun.

Obviamente, la economía del vino no es homogénea y la fiesta no ha sido compartida por todos. De ahí los riesgos actuales.

El sector atraviesa una crisis de crecimiento que, lógicamente, debe convertir a España en el primer exportador mundial de vinos. Ello es posible y yo diría que inevitable, siempre que las Administraciones (nacional y autonómicas) no intervengan para remediar la hipotética crisis de rentas a través de medidas restrictivas y condicionamientos artificiales para limitar las producciones.

El viñedo y el olivar constituyen los dos tesoros del medio rural del interior peninsular. Se trata de economías que, por diversas razones, nada deben temer de la liberalización comercial internacional. Además, en el caso del vino, apenas se ha disfrutado de ayudas, siendo una actividad básicamente regida por la dinámica de los mercados.

Ante la disminución de rentabilidad de otras producciones alternativas, la respuesta de los agricultores ha sido sabia y se ha dirigido a la inversión en el viñedo y el olivar.

Las Administraciones deberán ser también sabias, y coherentes. Si efectivamente avanzamos hacia un final feliz de la ronda de Doha para la liberalización comercial, los desequilibrios en el mercado del vino deberán corregirse en el futuro desarrollando nuevas oportunidades comerciales, en competencia con otros países europeos y, especialmente, con los vinos chilenos, argentinos, sudafricanos... En consecuencia no debemos generar condicionamientos artificiales a nuestros empresarios, que no compartan nuestros competidores.

Ni la limitación administrativa de rendimientos, ni las destilaciones subvencionadas, ni la proliferación de normas no suficientemente justificadas, pueden constituir hoy día el eje de desarrollo de la competitividad del sector vitivinícola español que ya, inevitablemente, corresponde a los sectores empresariales, incluidos los de carácter cooperativo. Ello no resta competencias a las Administraciones, ni les priva de desempeñar un papel de acompañamiento en gran medida decisivo. Pero lo que no pueden es convertirse en portavoces de los más ineficientes, de aquellos que inevitablemente tendrán que adaptarse a los nuevos condicionamientos del mercado o desaparecer.

Las diversas Administraciones tienen pendientes algunos temas vitales de futuro. En primer lugar, reglamentar los mercados mundiales del vino de un modo homogéneo: que la liberalización arancelaria sea acompañada por normas universalmente respetadas en los aspectos cualitativos, tan decisivos en los mercados del vino. Además, debe proseguirse con la recuperación de la imagen social y cultural del consumo de vino como un producto tan beneficioso, o perjudicial, como otro cualquier de carácter alimenticio, para un consumidor sano y equilibrado.

Es preciso investigar las causas del bajo consumo de vino en España, dadas las características históricas y culturales de nuestro país. También existe un amplio margen de asistencia administrativa en el desarrollo tecnológico, la adaptación comercial, el conocimiento de los hábitos de los consumidores en los diversos mercados, el apoyo en la apertura de nuevos mercados exteriores, la cobertura de riesgos...

En definitiva, el futuro del vino depende de los mercados y cuanto antes tomemos conciencia de la limitada capacidad administrativa para regularlos, mayor y mejor servicio público se hará a la economía vitivinícola.

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