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Tribuna
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Una última oportunidad para la OMC

El acuerdo alcanzado el pasado fin de semana por los países de la Organización Mundial del Comercio (OMC) se expresa, según el autor, en un texto vago y ambiguo que no contenta del todo a nadie, pero permite seguir adelante en el proceso negociador

El proceso de negociaciones en la Organización Mundial del Comercio (OMC) se ha vuelto a salvar en el último minuto. Tras varias semanas de declaraciones altisonantes, acusaciones y amenazas, los países negociadores han logrado aprobar un texto vago y ambiguo que no contenta del todo a nadie pero que permite seguir adelante. Inmediatamente, los portavoces de los países ricos se han apresurado a enfatizar las enormes ventajas que este acuerdo supone para los países en desarrollo. Escuchándoles, cualquiera diría que el comisario Pascal Lamy, de la UE, o el secretario Robert Zoellick, de EE UU, han sido abducidos por alguna ONG, olvidando por unas horas los enormes intereses que UE y EE UU se juegan en este proceso. La realidad es menos heroica. Salvo que cambie la actitud de los países ricos en los próximos meses, el acuerdo alcanzado ahora en la OMC hará poco por mejorar la situación de los países más pobres en el comercio internacional.

Pese a que en el último momento se evitó el colapso que la mayoría temíamos, muchas de las decisiones más importantes para los 3.000 millones de personas que hoy viven con menos de un euro y medio al día han sido pospuestas. Tras tres años de negociaciones, la llamada Ronda del Desarrollo ha demostrado ser poco más que un colosal esfuerzo de relaciones públicas. Los empleos y las vidas de millones de personas dependen de este proceso, y sin embargo los países ricos demuestran una preocupante falta de liderazgo, encadenados a los intereses particulares de un puñado de compañías y forzando a los países pobres a adoptar una estrategia de control de daños.

Los países ricos demues-tran una preocupante falta de liderazgo en las negociaciones para la liberalización del comercio internacional

Una vez más, los negociadores africanos, asiáticos y latinoamericanos se han visto obligados a elegir la primera de dos malas opciones: aceptar un acuerdo mediocre o cargar con la acusación de haber bloqueado el proceso.

El mundo en desarrollo ha logrado algunas concesiones parciales, especialmente en el área de agricultura, que ha sido la verdadera piedra de toque en todo este proceso. El compromiso de la UE por eliminar sus ayudas a la exportación fue seguido por una promesa similar por parte de los EE UU. Aunque aún queda por ver cómo y en qué plazo se hará, no cabe duda de que este compromiso supone un importante paso adelante. Por otro lado, los países ricos han aceptado no forzar las negociaciones sobre tres de los llamados Nuevos Temas (inversiones, competencia y compras públicas), que para muchos países en desarrollo suponían una sobrecarga inaceptable y peligrosa en esta fase del proceso de liberalización comercial.

Pese a ello, el conjunto de los acuerdos alcanzados resulta decepcionante y hará poco por impulsar reglas comerciales justas y duraderas. El texto sobre agricultura supone bendecir la estrategia que han venido manteniendo los países ricos en los diez últimos años, que consiste en cambiar la denominación y naturaleza de las ayudas sin reducir su monto global. De este modo, las grandes compañías y propietarios de Europa y EE UU pueden seguir inundando los mercados internacionales con productos baratos y amenazando los medios de vida de 900 millones de personas que viven en la pobreza extrema y que dependen de la agricultura para su supervivencia. En el caso del algodón, por ejemplo, los avances han sido escasos. Pese a su derrota frente a Brasil en la OMC y a la iniciativa planteada por más de diez millones de familias de productores en África occidental, las concesiones de EE UU en este ámbito se han reducido a algunos compromisos no vinculantes que difícilmente pondrán fin a los privilegios que disfrutan los barones del algodón en este país.

En otras áreas, como en la del acceso a mercados para los productos no agrarios, el acuerdo resulta particularmente malo, y podría llevar a la destrucción de una parte considerable del tejido industrial de algunos países pobres. Sólo en el sector de los textiles y las confecciones, el Banco Mundial calcula que el proteccionismo de los países ricos en las prendas de vestir cuesta a los países en vías de desarrollo unos 27 millones de puestos de trabajo, muchos de los cuales serían asumidos por mujeres que viven por debajo del umbral de la pobreza.

Nos queda poco tiempo. La declaración aprobada hace unos días plantea los términos generales de un acuerdo cuyos detalles deberán ser negociados y cerrados en el tiempo que queda hasta la Conferencia Ministerial de Hong Kong, en diciembre de 2005. Para este período necesitamos de todos los países negociadores una actitud mucho más ambiciosa y radical en beneficio del desarrollo. Si los países ricos no son capaces de traducir sus palabras en hechos, esta declaración se convertirá en una etapa más de un largo proceso de decepciones y frustraciones que llegará a acabar con la OMC, un lujo que nadie se puede permitir.

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