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Columna
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De Estrasburgo a Boston

Como sin duda sabrán los lectores de Cinco Días, el pasado 20 de julio fui elegido presidente del Parlamento Europeo (PE), donde José Manuel Durão Barroso fue confirmado como presidente de la Comisión (CE), a propuesta del Consejo Europeo.

Espero que mis nuevas responsabilidades me permitan seguir asomándome periódicamente a estas páginas para comentar, desde la privilegiada perspectiva de la Presidencia del Parlamento Europeo, los importantes acontecimientos que va a vivir Europa en los próximos años.

Mientras empieza el éxodo vacacional, me corresponde asignar funciones a cada uno de los 14 vicepresidentes con los que dirigiré conjuntamente una organización compleja como es el PE. Y, después de haber recibido las propuestas de los Estados, el señor Barroso nos presentará, en pleno agosto, a los nuevos 25 Comisarios.

Cualquiera que sea el resultado de las elecciones, la relación con EE UU debe ser una prioridad de Europa

Pero la actualidad política se ha desplazado ya desde Estrasburgo a Boston, donde el Partido Demócrata de EE UU escenifica su esperanza de ganar las presidenciales de noviembre. Es imposible exagerar la importancia de esas elecciones, no sólo para los americanos, sino para el mundo entero y para Europa en particular.

Los EE UU son la primera potencia económica y militar mundial. Realizan la mitad de todo el gasto militar y son los que más gastan en investigación. Su idioma es el latín de nuestro tiempo y su cultura, cabalgando sobre Hollywood y el multimedia, invade el mundo. Sus abismales déficit presupuestario y comercial condicionan la economía y las finanzas mundiales. Pero entre la tentación imperial y la del aislamiento, una sociedad en plena expansión demográfica, gracias en parte a una fuerte inmigración latina, puede encontrar excesivo el coste de imponer su liderazgo al mundo entero.

A nadie puede dejar indiferente quién dirija sus destinos. ¿Cómo se hubiera escrito la Historia del mundo en estos cuatro pasados años con Gore en vez de Bush en la Casa Blanca?. Nunca lo sabremos, pero es razonable pensar que la situación en Oriente Medio y las relaciones entre EE UU y la UE serían otras.

Ahora que tanta violencia desangra a tantos pueblos en tantos lugares del planeta, quizá convenga recordar el famoso discurso de Kennedy, pronunciado en la Universidad de Washington en junio de 1963, en el que proponía una paz 'que no fuese la pax americana impuesta al mundo por el poderío de sus ejércitos, sino una paz construida por y para todos los seres humanos...'.

El riego de hoy no es ya el holocausto nuclear, pero ojalá que un presidente americano relance el dialogo sobre el gobierno mundial asociando a todas sus estructuras regionales, empezando por la vieja Europa e incluyendo a los Orientes, la América Latina y la olvidada África.

Ese es el deseo que, como presidente del PE, expreso cuando, inevitablemente, se pone el énfasis en mi decidida oposición a la guerra de Irak antes de preguntarme por mis preferencias sobre el resultado de las presidenciales americanas. Cualquiera que sea ese resultado, la relación con EE UU debe ser una prioridad estratégica de Europa. Y no sólo por razones de seguridad. La integración de las economías americanas y europeas es un proceso creciente de cuya dimensión se tiene escasa conciencia y que contradice los lugares comúnmente aceptados.

Los flujos comerciales entre EE UU y la UE representan el 70 % del comercio mundial. Pero algunos datos son mucho mas impactantes que la dimensión de esa relación comercial.

A pesar de las tensiones producidas por la guerra de Irak, las inversiones americanas en Europa aumentaron un 30% en el año 2003. En particular, y a pesar de llamar 'liberty fries' a las 'french fries' de toda la vida, las inversiones americanas en Francia aumentaron un 10 %.

Estructuralmente, la intensidad de relación sorprende cuando se analiza de cerca. Más de la mitad de los beneficios que obtienen en el extranjero las empresas americanas se generan en Europa, donde esta localizado el 60% del total acumulado de sus inversiones y el 40 % de sus empleados. Y en el año 2003, el flujo de inversiones americanas en la minúscula Irlanda fue más del doble de las que se dirigieron a China. Vista desde el otro lado, la intensidad de la relación es igualmente sorprendente: si no estoy mal informado, los europeos han invertido más en Tejas que los americanos en Japón y en China juntos.

El corazón de la economía globalizada es pues hoy el corredor EE UU-UE. Ello no quita su importancia al despegue de las economías emergentes de Asia y en particular la de China, convertida en el gran acreedor de EE UU. Pero nos recuerda la comunidad de intereses económicos subyacentes en la relación entre Estrasburgo y Boston.

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