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Columna
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Imperialismo, independencia y pobreza

Niall Ferguson es un joven historiador inglés que enseña Historia Política y Financiera en la Universidad de Oxford y que en los últimos años se ha labrado un sólido prestigio en la profesión tanto por la originalidad de algunas de sus tesis como por lo exhaustivo de las investigaciones empíricas que sustentan sus afirmaciones más polémicas. En el año 2001 publicó un voluminoso libro titulado en inglés The Cash Nexus, Money and Power in the Modern World, 1700-2000, cuya versión española -Taurus- se tradujo como Dinero y poder en el mundo moderno, 1700-2000 ese mismo año. Ferguson sostenía en él que si bien el dinero es motor del cambio, tanto político como social, es preciso reconocer que otras fuerzas -la violencia, la ambición de poder, incluso el sexo- pueden generar impulsos conflictivos capaces de invalidar las motivaciones económicas.

En ocasiones concretas, afirmaba que 'el desarrollo económico se ha visto dominado con frecuencia por sucesos políticos...'. Y esto lo decía alguien que sobre la fuerza del dinero debe saber bastante pues no en vano es el autor de un libro sobre la famosa familia de banqueros, los Rothschilds. En otra de sus obras, no traducida al español que yo sepa, y titulada The Pity of War, ofrecía una visión original sobre los orígenes y las consecuencias de la I Guerra Mundial. En su opinión, ese conflicto fue resultado de un error de visión de los Gobiernos británicos, que no supieron alcanzar un acuerdo que colmase las ambiciones alemanas en el continente, lo cual hubiera impedido la Revolución rusa, salvado ese imperio y evitado el nacimiento del nazismo y las inmensas tragedias que éste provocó.

Pues bien, acaba de aparecer en EE UU y Gran Bretaña su obra más reciente: Colossus: The Rise and Fall of the American Empire, otro libro que con toda seguridad va a provocar una nueva polémica, al menos por dos aspectos que analiza detalladamente y cuyas conclusiones irritarán a muchos. El primero de esos aspectos hace referencia al 'imperio americano'. Un imperio, afirma, que se niega a aceptar las responsabilidades políticas y morales anejas al hecho de ser un poder global. Ello resulta lamentable porque sin la fuerza y el orden derivados de esa noción imperial el mundo se fragmentará y será mucho más peligroso que lo ha sido anteriormente. Y es que el imperialismo liberal resulta ser el complemento político-militar necesario de la globalización económica.

Aun cuando el libro fue escrito antes de los últimos desastres en Irak, Ferguson insinuaba un final calamitoso, probablemente porque en su opinión el imperio americano carece, al menos, de tres de los rasgos básicos que conformaron el imperialismo británico en el siglo XIX: a saber; es un imperio manirroto, que necesita importar capital del resto del mundo para financiar sus déficit fiscal y comercial; segundo, carece del número necesario de militares y diplomáticos para hacer de policía del mundo, y, tercero, el país no tiene la voluntad decidida para perseverar en sus aventuras extranjeras. No está muy claro si Ferguson tiene razón al analizar qué tipo de imperialismo corresponde en nuestros días a la globalización, pero sus enfoques resultan interesantes.

El segundo aspecto polémico del libro reside en sus análisis para refutar las tesis según las cuales el imperialismo es la causa de la pobreza que padece una gran parte del mundo y que, por tanto, las guerras de liberación han sido el único camino posible hacia la paz y la prosperidad. Más bien lo contrario, dice Ferguson. Primero, porque la descolonización no ha llevado a la democracia sino a tiranías cuyas políticas han sido mucho más desastrosas para su gente que los antiguos Gobiernos coloniales. Especialmente en África la independencia política ha sido una calamidad para la inmensa mayoría de los países pobres. Un desastre, segundo, que es injusto achacar a la globalización pues el problema para naciones como Uganda, Sierra Leona, Burundi, Somalia, Afganistán o Chad, entre otras, no reside en la globalización sino en la ausencia de ella.

Y es que entre 1950 y 1995 los países occidentales han otorgado a los países pobres nada menos que ¡un billón! -no un millardo- de dólares de 1985 en préstamos incondicionales. Pues bien, se calcula que el 80% de cada dólar prestado a los países subsaharianos se han fugado a cuentas de bancos occidentales abiertas el mismo año a nombre de altos dignatarios corruptos.

En resumen, Ferguson considera que la única esperanza para el futuro de esos países reside en que un poder extranjero vuelva a tutelarlos y logre construir la paz y los pilares institucionales que resultan imprescindibles para su desarrollo económico. La polémica está servida.

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