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Tribuna
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Liderazgo, estrés y terrorismo

Hay dos tipos de estrés en las organizaciones. Uno es el generado por la tarea, por la presión del trabajo y por la necesidad de cumplir los objetivos en los plazos adecuados o establecidos. Esto supone a menudo ciertos sobreesfuerzo y tensión, que son generalmente necesarios, normales y hasta estimulantes. A ello se adaptan más o menos las personas, y forma parte del aprendizaje y experiencia. Es éste un estrés que podemos llamar operativo, inherente a la ejecución de la tarea.

El segundo tipo de estrés es el organizativo, el generado por la mala gestión de un líder incompetente. Es el que a veces ocasionan algunos directivos cuya principal característica es la de crear tantos o más problemas de los que tratan de resolver. Suelen decir que, entre sus tareas de dirección, practican la gestión del caos. Pero lo que realmente hacen es generar caos con su gestión.

El estrés operativo forma parte habitual de la vida y del trabajo. Es la fuerza de rozamiento que hay que vencer para llevar a cabo la tarea. Por el contrario, el estrés organizativo ejerce un doble efecto desgastante y abrasivo en el ser humano, no sólo por el inadecuado abordaje y resolución de los problemas, sino por el gasto inútil de recursos y de energía emocional de las personas. Si el estrés operativo pule y curte la piel y el espíritu, capacitándolos para futuras misiones, el estrés organizativo los erosiona y descarna física y moralmente.

Existen también en el mundo, por lo menos, dos tipos de terrorismo. Uno es, por desgracia, el habitual que padecemos y que tratamos de combatir con todos los medios legales de inteligencia y fuerza del Estado, se trate de ETA, de Al Qaeda o de cualquier otro. Su tratamiento y erradicación no son fáciles a corto plazo. Es una lucha a ganar poco a poco, a los puntos.

El segundo tipo de terrorismo es el inducido y generado por la gestión de algunos de los líderes políticos del mundo actual al abordar, de forma tosca en el mejor de los casos y perversa en el peor, su pretendida lucha contra el terrorismo. Como bomberos pirómanos, tratan de apagar el incendio con más combustible. Generan caos y estrés superfluos a partir de su gestión irreflexiva, a menudo incapaz de prever las mínimas consecuencias de sus decisiones.

Si el estrés organizativo desmoraliza al trabajador, deteriora el clima y perjudica a la empresa, el terrorismo inducido que generan y a veces practican estos líderes desmoraliza y ofende a los ciudadanos que les eligieron y a los valores democráticos, además de hacer al mundo más inseguro. Los motivos de ambos tipos de líderes tienen algo en común. Tanto unos como otros fueron elegidos o designados para servir al puesto y a su nación, ciudadanos o empresa. Pero lo que realmente hacen es servirse del puesto en beneficio de sus intereses personales, partidistas o de grupos afines. Agreden así a sus propias instituciones y a los valores que supuestamente defienden.

Uno de los mayores peligros para una institución es el de un líder que genera estrés y caos organizativos en su propio beneficio. A veces puede acabar con la organización, antes de destruirse a sí mismo. Pero aún más peligroso es el líder mundial que se arroga la misión sagrada de la 'guerra total y permanente' contra el terrorismo. Difícilmente abandonará su papel generador de nuevos problemas, pues apenas sabe hacer otra cosa. No cesará de levantar polvaredas para, a continuación, poder seguir diciendo que no se ve nada.

Por fortuna, el darwinismo o la selección natural existen tanto en la vida como en la política y en las organizaciones. Tarde o temprano, estos líderes son aislados y eliminados por la propia institución que les puso en el poder, y son sustituidos por otros que realmente sirvan a los fines para los que fueron elegidos. Hay ya suficiente estrés en las organizaciones y terrorismo de más en el mundo. No hacen falta líderes que generen más problemas y pesares de los que ya de sobra padece el ser humano.

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