La lúcida heterodoxia
Paul Krugman fue galardonado ayer con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2004 por su innovadora contribución teórica, sumada a su capacidad divulgativa. El autor analiza aquí las aportaciones del economista estadounidense al debate internacional
La concesión del Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales al economista Paul Krugman es una buena noticia para todos los que valoramos los análisis lúcidos sobre el complicado mundo de la economía internacional, y en especial las complejas interacciones entre economía y política. Sus contribuciones abarcan desde la teoría más analítica hasta la divulgación más clara, con una transición entre las aportaciones básicas a las aplicaciones a los problemas del mundo real innovadoras -con su punto de heterodoxia que Krugman gusta de cultivar- y rigurosas, fustigando las interpretaciones interesadamente simplistas.
Krugman adquirió renombre a finales de los setenta, con dos artículos ya clásicos, uno sobre la 'nueva teoría del comercio internacional' y otro sobre la dinámica de los ataques especulativos en los mercados de divisas. Su demostración (en 1979) de que podían existir intercambios comerciales entre países similares, basados en el aprovechamiento de economías de escala y acceso de los consumidores a una variedad más amplia de artículos, desafiaba aparentemente tanto las teorías heredadas que basaban el comercio internacional en diferencias (ventajas comparativas, dotaciones de factores, etcétera) que Krugman tuvo dificultades para publicarla en determinadas revistas ortodoxas.
Krugman se ha ganado enemigos con sus aceradas críticas, pero su servicio a la economía y al debate social y político es impagable
Poco tiempo después (1981) era el propio Krugman quien elaboraba la primera formulación de síntesis -de complementariedad- entre los nuevos enfoques y las explicaciones más tradicionales. Asimismo Krugman tuvo claro que las nuevas teorías del comercio no merecían ser apropiadas por determinados grupos de presión como renovados argumentos 'neoproteccionistas', sino que resaltó pronto que el libre comercio no estaba pasado de moda, sino que era el criterio de política más relevante.
En esa misma línea de no aceptar interpretaciones oportunistas de los avances analíticos que él contribuyó a generar se enmarcan las obras en que fustiga el 'internacionalismo pop', que utiliza la retórica asociada a 'competitividad' y 'políticas estratégicas', para tratar de legitimar algunos de los poderosos intereses sectoriales que buscan protección o trato de favor de los poderes públicos, normalmente a expensas de los consumidores y/o los contribuyentes.
Krugman es especialmente lúcido y crudo con estas retóricas interesadas, que no dudan en tratar de presentar el comercio internacional como un 'juego de suma cero' para inducir a confrontaciones, y en tratar de identificar los intereses del conjunto del país con el de algunas de sus empresas más poderosas -que no más eficientes-. Algunos enemigos se ganó Krugman con estas aceradas críticas, pero su servicio a la economía y al debate social y político es impagable.
Tampoco se cortó Krugman al formular -ya a principios de los noventa- unos modelos de comercio mundial en que se analizaban las posibles configuraciones en bloques regionales de la economía mundial, con el resultado relativamente robusto de que una articulación en tres bloques -por ejemplo, Europa, América y Asia- podía ser precisamente la peor opción posible.
En el ámbito de las finanzas internacionales, su explicaciones del funcionamiento de las target zones o zonas objetivo es una referencia básica. Asimismo, sus análisis de los problemas monetarios de economías en escenario de deflación, como el Japón de los años noventa, le ha servido para revitalizar algunas de las ideas seminales de Keynes, maestro inspirador de Samuelson, uno de sus más valorados maestros.
También en la dimensión financiera su sugerencia heterodoxa de que los controles de cambios podían tener algún papel en determinadas situaciones de las finanzas internacionales -de nuevo retomando una idea que Keynes defendió en Bretton Woods-, y la cordialidad con que trató alguna medida al respecto de Malasia en un momento (1998) en que la ortodoxia de los organismos internacionales anatematizaba estas prácticas, sirvió para aumentar la reputación de polémico de Krugman.
En el haber de Krugman figuran asimismo varios libros sobre los problemas económicos de Estados Unidos y del mundo que se convirtieron en best sellers de forma inusual para obras de economía. La era de las expectativas limitadas dio a conocer a Krugman como un divulgador potente. En una nota autobiográfica en la web el propio autor explica cómo quería pasar del reconocimiento de los círculos académicos a la pedagogía de amplios públicos, como una parte esencial del compromiso de un economista con el conjunto de una sociedad en que los problemas económicos juegan un papel central, tanto en el día a día como en los debates políticos y electorales.
Su incorporación como columnista a The New York Times ha sido el más regular referente de esta dimensión de su actividad, en la que la disección rigurosa de los intereses sesgados de la política económica de la Administración Bush ha adquirido un papel central en los últimos años. Sin olvidar, en la vertiente docente, por supuesto, su coautoría, junto con Maurice Obstfeld, del manual de economía internacional más reconocido en los últimos tiempos.