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Columna
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Los nuevos de la UE

Las expectativas de los nuevos ciudadanos de la UE respecto al futuro que les depara su integración son, dentro de la desigualdad, muy moderadas. Saben que durante décadas se les han restringido las exportaciones, que la entrada les aporta derechos pero que su pleno ejercicio no es inmediato y que, en cualquier caso, no habrá una lluvia de recursos que modifiquen radicalmente su vida. Tienen consciencia de que las mayores posibilidades de captar inversiones extranjeras se sustentan en un diferencial de poder de compra respecto a la media comunitaria y que se mantendrán lo que dure su situación de retraso relativo. Esa actitud es sensata y evita decepciones. La baja participación en las elecciones al Parlamento Europeo refleja esa sensibilidad que, aunque aprecia aspectos positivos, sabe que son sólo uno de los aspectos de la adhesión.

La UE no es una fortaleza protegida del exterior y las débiles barreras que subsisten se reducen cada día. Las diferencias de costes en los nuevos miembros son grandes, pero lo son más respecto a otros vecinos que intentan integrarse en la economía internacional. Los sueldos de Polonia son bajos comparados con Francia o España, pero muy altos y atractivos para ucranianos y bielorrusos, que sólo pueden acceder a retribuciones que suponen un 10% de la media polaca, por lo que emigran a Polonia, a pesar de su casi 20% de paro.

En los nuevos socios -así como en la zona euromediterránea- la competencia asiática es arrasadora en todo tipo de manufacturas, del textil a los juguetes, herramientas o manipulados de papel. La sensibilidad a precios en estos 10 países es más alta que la de los otros 15, donde el poder de compra capacita para pagar por la calidad, la diferenciación y la innovación de nuevas versiones de productos que, en sus prestaciones, difieren poco, por lo que su producción local está tan amenazada como la del resto de la UE, aunque quizá con cierto desfase temporal.

La complementariedad de la producción española con la de algunos de los nuevos socios es elevada

La situación en esta ampliación difiere en aspectos importantes de cuando entraron España y Portugal. El brío de la economía del sur de Asia es uno de esos aspectos, pero entre 1986 y la actualidad se hundió el muro de Berlín y se perdió parte del atractivo de la UE, sacudida por discrepancias que han puesto de manifiesto su impotencia para jugar un papel relevante (caso de Bosnia), para respetar sus propios compromisos internos (Pacto de Estabilidad y Crecimiento), para conseguir sus objetivos (cumbre de Lisboa o mercado interior de la electricidad o el transporte) y, entre muchas cosas, para clarificar la orientación institucional común.

Diferencias así hacen que la experiencia de España y Portugal sea poco relevante en tanto que guía de lo que les puede deparar el futuro. A finales de los sesenta la ocupación en la agricultura española superaba los cuatro millones de personas. Se requirieron tres décadas para que bajara del millón. El más parecido a España de los nuevos entrantes es Polonia, que tiene apenas un 5% menos de habitantes, y, aunque con menor superficie, más densidad de población. Cabría pensar que podrían conseguir la misma transformación en unos 20 años. Sin embargo, el profesor J. Winiecki considera que la entrada en la UE no acelerará el desplazamiento del campo a la ciudad. Los campesinos polacos, han aprendido a sobrevivir, y con las ayudas comunitarias y la mayor facilidad de acceso a otros mercados no tienen interés en buscar oportunidades en otros lugares, máxime si las de empleo tienen un atractivo que permite pensar que lo conocido es preferible a la incertidumbre del exterior. También opina que lo sustancial de la adaptación ya se ha hecho antes de la entrada y que, incluso en su comercio exterior, el contenido en calidad y valor añadido de las exportaciones ya ha cambiado y que eso se aprecia incluso en la emigración, donde la población cualificada tenía una representación mayor de la que le correspondería por su peso relativo, mientras que en los últimos años encuentra empleo en su país y el paro aumenta entre quienes tienen menos formación.

La complementariedad con algunos de los nuevos socios es elevada, la producción española es de calidad aceptable para estos mercados, en los que dentro de las cifras de moderación, hay superávit comercial. Y, sin embargo, las posibilidades de invertir y gestionar las inversiones son limitadas, por lo que conviene reforzar las acciones comerciales con alianzas estratégicas que consoliden la presencia actual y posibiliten la expansión, tanto al conjunto de los nuevos miembros como a los países que pueden atenderse fácilmente desde ellos.

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