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Columna
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Petróleo caro

Carlos Sebastián

El encarecimiento del petróleo no parece un episodio transitorio que se vaya a superar cuando terminen los conflictos armados en Irak (si es que terminan). Hay demasiados factores que apuntan hacia una elevación del precio del crudo, que lo podría situar en niveles superiores a los alcanzados en los últimos días de mayo.

Sin que esto constituya una predicción, si el precio del crudo alcanzase el nivel de 1981 en términos reales, se situaría hoy en 71 dólares el barril. Es decir, estamos aún muy por debajo del máximo histórico. æpermil;ste se alcanzó por una elevada prima política, asociada a dos conflictos bélicos (la guerra del Yom Kipur entre árabes e Israel a finales de 1973 y la guerra entre Irak e Irán que comienza en 1979) en la zona geográfica en la que se encontraba cerca del 40% de la producción mundial y casi el 70% de las reservas probadas.

Las actuales circunstancias en el Oriente Próximo encierran una gravedad probablemente mayor que la de entonces. Y si ahora los miembros del cártel de productores parecen menos propicios a utilizar su poder monopólico con fines políticos, hay otras fuerzas (el terrorismo islámico) con capacidad de aumentar la prima política. La insensata acción en Irak y el deterioro de la situación palestina están contribuyendo a encarecer el petróleo, aumentando la prima de riesgo.

Hay que huir de subvencionar el consumo de los productos que sufren un encarecimiento permanente

Hay otros importantes factores que inciden sobre el mantenimiento de un petróleo caro. La demanda está creciendo más deprisa que las reservas y, si no sube sustancialmente el precio del crudo, está preocupante diferencia de ritmo, insostenible a largo plazo, va a seguir aumentando. Al fuerte crecimiento de la demanda está contribuyendo el desarrollo experimentado por China, que en 2003 ha sido ya el segundo país que más petróleo ha consumido.

Hay, por otra parte, algunas previsiones alarmantes. Los expertos estiman que el máximo en la producción mundial del petróleo se alcanzará entre 2016 y 2040. A partir de un año en ese intervalo, dicen, la producción del petróleo disminuirá, mientras que la demanda seguirá aumentando. Todo ello hace más probable ver, en un horizonte relativamente próximo, un precio del petróleo claramente por encima de los 40 dólares/barril, que verlo por debajo de 30 dólares. Y que a medio plazo el crudo se encarezca aún más, en lugar de volver a los niveles experimentados durante la mayor parte de los noventa.

A largo plazo, sin embargo, no hay que ser catastrofista. El encarecimiento del crudo producirá una intensificación de la conservación energética, por cambios en procesos y en modos de producción y de demanda y, también, un aumento de la oferta.

Hay que confiar más en lo primero que en lo segundo: parece, por ejemplo, más probable el desarrollo comercial de vehículos que no utilicen (al menos no fundamentalmente) derivados del petróleo, que la confirmación de grandes reservas de petróleo explotables en las profundidades marinas o en las arenas bituminosas de Canadá.

Pero a corto y medio plazo el encarecimiento permanente del crudo va a tener efectos macroeconómicos (y sectoriales). Una elevación sustancial del precio del petróleo (cada una de ellas) tiene un efecto permanente sobre el nivel de renta de los países importadores y un efecto relativamente transitorio sobre su tasa de crecimiento. Tiene, también, un efecto alcista sobre el nivel general de precios.

¿Qué política debería responder a esos hechos? No una política monetaria permisiva, que alimentaría el impacto inflacionista del encarecimiento energético. La combinación de una inflación creciente y unos tipos de interés reales negativos ya se produjo durante los setenta, con consecuencias bastante negativas que condujeron a las costosas políticas de estabilización de principios de los ochenta.

También hay que huir de subvencionar el consumo de los productos que sufren un encarecimiento permanente, que no ayudaría a las decisiones de los agentes económicos a favor de la conservación energética. En este sentido no es aconsejable la reducción de los impuestos sobre los carburantes. Cuando se confirme el encarecimiento energético, hay que mejorar la información de los usuarios sobre las posibilidades de conservación. Y estar atentos por si se pudiera producir alguna dificultad en la financiación de los agentes que quieran hacer inversiones para reducir su consumo de petróleo. Aunque el actual sistema financiero tiene un nivel de desarrollo muy superior del de finales de los setenta, por lo que parece ahora menos probable que surjan estas dificultades.

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