Furor por la subcontratación
La venerada industria alemana eludió el escudo proteccionista cuando en los ochenta se encontró con que ya no iba a dominar el mundo. El autor se pregunta si hará lo mismo EE UU en su sector de servicios, acosado hoy por la subcontratación en terceros países
La globalización le está mordiendo los talones a EE UU. Agresivo defensor de un comercio y un flujo inversor abiertos, ese país se enfrenta hoy a una situación en la cual debe responder a nuevos desafíos internacionales.
Pero el sentirse sitiado por los competidores externos es una circunstancia a la que los alemanes también están muy acostumbrados. El momento de la verdad en tal sentido le vino a Alemania a mediados de los años ochenta, cuando la industria germana descubrió que -dadas las presiones externas que debía soportar en los costes- ya no comandaba una posición exportadora tan poderosa como alguna vez tuviera en sectores considerados como claves (automoción, química, productos farmacéuticos, electrónica y, en especial, máquinas herramienta). Como resultado de ello, algunos segmentos -como la electrónica para consumidores finales- virtualmente desaparecieron.
Algunos servicios altamente cualificados en los que ha tenido papel predominante EE UU se enfrentan ahora a una competencia feroz desde el exterior
Al mismo tiempo, fueron sus competidores de EE UU y Japón los que hicieron que la industria alemana se mirara la cara en el espejo. De repente, el sector manufacturero germano tuvo que obrar bajo tremenda presión en los costes. Esto resultó todo un shock para muchos alemanes que habían creído que su fuerte sistema de capacitación vocacional, su enfoque en el valor agregado y la alta calidad de su producción hacían que dichas actividades industriales fueran prácticamente inmunes al ataque.
De características muy similares son las actuales preocupaciones de EE UU respecto de la India. La razón por la cual la subcontratación de terceros para trabajos bien pagados del sector de los servicios resulta tan dolorosa es que le pega a EE UU justo en el lugar donde pensaba que tenía su ventaja comparativa más robusta. Hace dos décadas, todos vivíamos en un mundo más simple. Uno podía más o menos identificar los bienes con lo transportable, y los servicios con lo no transportable. Hoy por hoy, sin embargo, internet y las comunicaciones por satélite están rompiendo rápidamente con las limitaciones geográficas en casi todos los rubros de los servicios. Más grave aún, la economía estadounidense es excepcionalmente dependiente de los servicios, ya que el 64% de los hombres y el 86% de las mujeres en el campo laboral de ese país se ganan la vida en estos segmentos de la economía. Dichos porcentajes en la zona europea suman el 54% y el 80% respectivamente. En Alemania -la menos orientada hacia los servicios de entre las economías más avanzadas- estas respectivas proporciones son del 50% y del 79%.
Algunos servicios altamente cualificados en los cuales EE UU ha tenido un papel predominante -más notablemente, entre otros, la producción de software- se enfrentan ahora a una competencia feroz desde Rusia, China, y, en especial, India. Pero existen otros servicios de un nivel tecnológico más bajo -por ejemplo, los centros de mensajería telefónica y las transcripciones médicas- que, de manera similar, están bajo el fuego.
Este nuevo nivel competitivo en los servicios no va a desaparecer. Y tal como Alemania despertara en la década de los ochenta para descubrir que sus venerados sectores manufacturero y de máquinas herramienta ya no iban a poder dominar a sus rivales en todo el mundo, hoy EE UU, que pensó que los clientes para sus servicios eran inamovibles, se encuentra con que éstos andan vagando por el mundo en busca de mejores apostadores.
Sin embargo, la historia de Alemania le provee a EE UU de lo que es, en fin, un ejemplo alentador. En lugar de retirarse tras el escudo del proteccionismo, los alemanes utilizaron la tijera de la competencia para podar su industria. Ese proceso sólo dejó sobrevivir a las empresas y los productos que operaban bien en el ámbito de la competencia internacional.
La participación germana en el mundo de la exportación sigue siendo mayor a la japonesa y similar a la de EE UU. La estrategia de ajuste aplicada por Alemania ha incluido esfuerzos por mejorar su nivel de productividad, enfocarse en áreas que rinden mejores ganancias y alentar todo lo relacionado con la distribución y la actividad minorista.
Pero otra faceta de esta historia ha sido la inversión externa. Una parte de la misma se centró en la actividad distribuidora, pero una importante proporción también significó la exportación de puestos de trabajo. Este hecho desencadenó décadas de debate respecto de los méritos de la globalización. A fin de cuentas, caso alemán aparece como evidencia que respalda la tesis de Mankiw, que la inversión extranjera directa es una manera de mantener el filo competitivo de las empresas en mercados que son cada vez más competitivos.
El proceso de ajuste de Alemania fue doloroso, pero funcionó, aún dentro de los rigurosos límites de las inflexibles leyes laborales y duras normas ambientales de ese país, y a pesar del lento crecimiento de su economía nacional. Su mayor flexibilidad y su crecimiento más robusto deberían hacer más fácil para las empresas estadounidenses el proceso de ajustarse a las nuevas realidades y de descubrir nuevas maneras de emplear la mano de obra -muchas veces altamente cualificada- dejada cesante por la esa subcontratación a terceros.
Es así como se supone que la competencia debe funcionar. Algunas empresas quebrarán, algunos productos que se elaboraban en forma local se importarán, pero habrá empresas y productos nuevos que prosperarán. Esta es, además, la lección que EE UU ha promovido más allá de sus propias fronteras, instando a otros países a abrir y reformar sus economías.
Ahora es el turno de Norteamérica de no sólo probar que sus acciones igualan a su retórica, sino también que es capaz de dar ciertos pasos que serán políticamente difíciles pero que, en última instancia, resultarán económicamente beneficiosos para el país, en lo que seguramente será un examen de su liderazgo en el ámbito de la economía global.