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Columna
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Por fin, la ampliación

Ángel Ubide

El gran proceso de integración europea se está culminando y, según el autor, el énfasis tiene que pasar ahora de la ampliación a la profundización. Europa debe avanzar porque lo que no se puede permitir en ningún caso es quedarse donde está, en tierra de nadie

Mañana, sábado 1 de mayo, apenas 14 años después de la caída del muro de Berlín, Europa se vuelve a unificar. En lo que se puede describir como la mayor operación de paz desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Europa culmina un proceso de ampliación que hace prácticamente irreversible el retorno al comunismo. Es la expresión más clara del triunfo del soft power, el sacrificio económico a cambio de la ganancia geopolítica, algo que en estas fechas parece olvidado. Es un proceso que llena de esperanza a los países aspirantes, pero que llena de inquietudes a los países receptores.

Las inquietudes son probablemente exageradas. Los 10 países entrantes en la Unión Europea aumentarán su población en un 20%, pero su PIB en tan sólo un 5%. Además, el proceso de integración está ya muy avanzado, con dos terceras partes del comercio de dichos países teniendo ya lugar con la Unión Europea. El proceso de deslocalización también está bastante avanzado, y la temida invasión de inmigrantes será controlada (y positiva desde un punto de vista económico, dada la juventud y alto nivel educativo de la mayoría de estos inmigrantes).

La Unión Europea ha alcanzado ya la dimensión y la capacidad para ser la primera potencia económica mundial

Donde la preocupación está probablemente más justificada es en las dificultades de gestión de una Unión con 25 miembros. La mayoría de los países entrantes tiene una población inferior a la de Irlanda, y la polémica derivada del Tratado de Niza es muestra de dichas dificultades. Pero ya no es sólo la distribución de poderes; el gran peligro es que la toma de decisiones en Bruselas, ya de por sí lenta y complicada, se dificulte aún más. Las reuniones del Ecofin empiezan a parecerse a Naciones Unidas, donde sólo las intervenciones iniciales, antes de entrar en los debates, duran varias horas. Todavía faltan algunos años, pero imaginemos el impacto sobre el BCE, una institución que ya de por sí, debido a su énfasis en el consenso, es bastante lenta en sus decisiones.

Pero hay varias asignaturas pendientes que harán el proceso de integración complicado. La más importante es quizás si la Unión Europea será capaz de garantizar la solvencia de largo plazo de sus políticas dada la gran heterogeneidad de sus miembros y la dificultad de sus procesos de decisión. Es fácil pintar un escenario pesimista. Si una Europa de 12, con países económicamente similares y con muchas décadas de experiencia con economías de mercado, no ha sido capaz de respetar las promesas en materia fiscal y de reforma estructural (como demuestran los fiascos del Pacto de Estabilidad y de la Agenda de Lisboa), ¿por qué no pensar que la Europa de 25 será todavía peor?

La credibilidad del Pacto de Estabilidad está bajo mínimos, algo muy peligroso cuando los tres principales países entrantes, Polonia, Hungría y la República Checa, han perdido recientemente control de sus políticas fiscales. La falta de progreso con la Agenda de Lisboa resulta altamente hipócrita frente a la petición de avance en el proceso de convergencia real, crucial para garantizar una convergencia rápida de las rentas per cápita.

Además, en la memoria de todos está la crisis del mecanismo de tipos de cambio en 1992, proceso por el cual deben pasar todavía los 10 países entrantes. La experiencia de 1992 sugiere que el periodo de transición sea lo más breve posible, para evitar ataques especulativos, lo cual requiere haber prácticamente completado el proceso de convergencia. Por otra parte, acelerar el ingreso en el euro conllevaría una disminución del riesgo-país que facilitaría la convergencia real. La decisión final se tomará caso por caso, pero será difícil que el proceso sea completamente estable, sin crisis.

A pesar de todas las posibles dificultades, algo sí que está claro: cuando Europa se propone algo, lo consigue. La introducción exitosa del euro es algo que se ponía en duda hace tan sólo unos años, y dudas similares se expresaban respecto a la ampliación. En cierta medida, el gran proceso de integración europea se está culminando. El énfasis tiene que pasar ahora de la ampliación a la profundización, a la mejora de las estructuras de gobierno, y allí es donde parece que Europa flaquea. Haber llegado tan lejos y no culminar la tarea sería un desastre. Un mercado único de 450 millones de personas necesita una estructura de gobierno mucho más sólida que la actual. Sea por la vía federalista o por la intergubernamental, Europa debe avanzar; lo que Europa no se puede permitir es quedarse donde está, en tierra de nadie.

La Unión Europea ha alcanzado ya la dimensión y la capacidad para ser la primera potencia económica mundial. Ahora sólo tiene que ponerse a trabajar de verdad. Para ello es crucial que el próximo presidente de la Comisión Europea tenga una visión clara del futuro de la Unión, y la capacidad de poner esa visión en práctica.

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