Pros y contras en la selección de valores
A lo largo de las últimas décadas, el mundo financiero, y más en concreto el de los gestores de cartera, ha asistido a un enfrentamiento velado entre dos concepciones diferentes de acercarse a los mercados. Gestión pasiva y gestión activa libran desde hace tiempo una batalla por demostrar cuál de las dos es más eficiente y capaz de ofrecer mayor ganancia a los inversores.
La primera de ellas, la gestión pasiva, consiste en conformar una cartera a imagen y semejanza de un índice, de manera que el resultado de la cartera replicará la del indicador.
La gestión activa tiene como objetivo batir ese índice, para lo cual el gestor escudriña el mercado y conforma su cartera con valores que a su juicio tienen mayor potencial que el resto de la Bolsa.
Uno de los defensores históricos de la gestión pasiva es Burton G. Malkiel, el profesor de la Universidad de Princeton que acuñó la polémica teoría del mono y los dardos. Según Malkiel, un mono con los ojos vendados que lanzara dardos contra las páginas financieras de un periódico seleccionaría una cartera que se comportaría tan bien como otra seleccionada por expertos.
Malkiel, director de Vanguard Group, una de las gestoras de fondos índice más importantes del mundo, siempre ha defendido la eficiencia de los mercados y la idea de que en periodos largos de tiempo los índices se acaban imponiendo a las carteras seleccionadas minuciosamente por los gestores.
Los defensores de la selección de valores critican de la indización de carteras que el resultado obtenido por el índice no tiene que ser el óptimo para el inversor. No hay más que echar un vistazo a las pérdidas que acumulan los índices en los últimos tres años. En los últimos tiempos, además, la gestión activa ha retomado protagonismo como solución para obtener rentabilidades superiores a las que se esperan este año para los mercados: menores a los dos dígitos.
Una de las diferencias clave entre la gestión activa y la pasiva es que las comisiones de gestión de la primera son significativamente superiores a las de la segunda, porque se entiende que el gestor está aportando un valor añadido al seleccionar las compañías. El problema surge cuando el gestor activo cobra por un valor añadido que no se produce, porque la cartera gana menos que su índice de referencia.