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Emilio Lera
Tribuna
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De siembras y recolecciones en política industrial

La deslocalización empresarial y el recambio de modelo industrial siguen estando de actualidad. Las recetas propuestas parecen más reactivas que derivadas del análisis: la definición de un nuevo modelo de desarrollo y la fijación de objetivos factibles.

El desarrollo es una carrera de fondo... pero de relevos. Se produce un traslado de los modelos desde los países desarrollados hasta los que buscan alcanzar cuotas equiparables de desarrollo, imprimiendo un carácter global al proceso. Por ello, aquellos países deben de buscar modelos sustitutivos de avance que posibiliten el crecimiento conjunto con éstos. Resulta inseguro avanzar posiciones en el ranking de desarrollo durante una posta si no se prevé y prepara con antelación la próxima.

El modelo actual industrial español se basó en la atracción de inversiones multinacionales, con incentivos económicos, costes laborales baratos y mano de obra cualificada. Esto ocurría cuando los aumentos de productividad no estaban tan vinculados al volumen de producción, y bastaba el mercado local para justificar la instalación de un nuevo centro productivo.

Analista del sector de las tecnologías de la información

La modificación de esas condiciones internas y de las exógenas que aplican nuevos conceptos de productividad y eficiencia ha agotado ese modelo. Es necesario definir el sustituto, si es que no se ha hecho, aprendiendo de las carencias y olvidos del pasado para no reincidir en ellas.

Durante sus años de vigencia faltaron políticas importantes que prepararan a la industria autóctona para la siguiente posta. La primera es la de fomento de la transferencia de tecnología desde las multinacionales, promoviendo una mayor apertura de los mercados, una mayor colaboración con la industria local, una desintegración vertical, etc. Como posibles ventajas de esa política observemos cómo los dragones asiáticos, con un modelo de industrialización similar, han terminado por tener sus propias empresas presentes en todo el mundo.

La segunda es la de educación y formación empresarial. Reconociendo el enorme avance habido en la formación técnica, debemos resaltar la insuficiente creación de la cultura de innovación y de gestión que previsiblemente reclamará el nuevo modelo.

La tercera es la de motivación a la adopción de las nuevas tecnologías. Partiendo de una posición muy similar hace 25 años hemos alcanzado las de cola europeas. Con unos gastos per cápita en tecnologías de la información y comunicación (TIC) de 887 euros frente a un promedio de 1.517 euros en Europa occidental, una inversión en TIC del 0,4% de la formación bruta de capital fijo frente a cifras superiores al 5% en los principales países de la UE y un incremento en la productividad multifactorial de la década de los ochenta a los noventa de -1,3 comparado con +0,3 en esos mismos países, es comprensible que, aun avanzando, nos vayamos rezagando (datos: EITO, 2003).

La cuarta es la de promoción de la investigación y desarrollo. Hace 20 años que se habla del desfase respecto a la UE, pero el diferencial posiblemente haya aumentado. Ya en los años ochenta decíamos que los retornos en I+D que obteníamos de la UE eran muy inferiores a nuestra contribución (4%-4,5% frente al 7%).

Los grandes beneficiarios de ese retorno son las mismas multinacionales y muy pocas empresas locales que ahora puedan aprovechar el saber hacer. Se promovió la aparición de centros de I+D en la resolución de concursos públicos, pero sin participación de empresas locales ni objetivos definidos y cuantificables. Las posibles ventajas de una política de I+D unida a objetivos horizontales se ven en la proliferación de empresas dirigidas por la tecnología en los países desarrollados, posiblemente el sustrato del nuevo modelo.

Terminaremos mencionando el uso eficiente de los recursos disponibles. Recordemos las altas ayudas a la inversión de ATT Microelectrónica y los pocos beneficios inducidos esperados y que se crearon, para constatar la insuficiente consideración de este criterio. Confiemos que en la aplicación de los 102 millones en tres años de ayudas a la I+D recientemente aprobados sea prioritaria la creación de externalidades como las mencionadas.

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