¿Hasta cuándo el crecimiento?
El Consejo General del Colegio de Economistas acaba de publicar el libro Cuentas ambientales y actividad económica, que reúne 14 interesantes artículos que ponen de relieve cómo los sistemas de contabilidad nacional se han quedado obsoletos para medir la actividad y el consumo y exigen, con urgencia, incorporar los valores económicos de los recursos naturales y ambientales del territorio.
El tema no es nuevo, y según ponen de relieve en su artículo Azqueta y Delacámara, tiene aportaciones académicas tan relevantes como las de Hurwicz (1958), Arrow (1972), Tobin (1972), Fisher (1974), Solow (1974) o Repetto (1989), algunos de ellos Nobel de Economía, que abundaron en conceptos como el equilibrio general en un contexto de incertidumbre, la degradación de los recursos naturales o el comprometido tema de la equidad intergeneracional en la gestión de recursos no renovables.
Naredo y Carpintero cuantifican la interacción entre los sistemas económicos y ecológicos en el caso español, y ponen de relieve que, al centrarse la reflexión económica en el crecimiento de agregados como el PIB y sus derivados, siguen inestudiadas las servidumbres ambientales ligadas a ese crecimiento.
Para demostrarlo, consideran junto con los recursos directos que utilizan como input el sistema productivo (metales, combustibles fósiles, productos agropecuarios...,) los flujos ocultos que no forman parte de la mercancía vendida pero hay que remover para obtenerlos (estériles mineros, movimiento de tierras para hacer infraestructuras, resto de cosechas y poda, etcétera), denominando a la suma de ambos factores Requerimiento Total de Materiales (RTM). Pues bien, este RTM ha pasado de 267 millones de Tm en 1955 a 1.508 en 2000, lo que implica pasar de 10 Tm por habitante a mediados de los cincuenta a las 37 Tm de hoy.
Llama la atención que este espectacular crecimiento en la utilización de recursos naturales se produzca precisamente cuando la economía española está sometida a un claro proceso de terciarización. Pero esta anormal rematerialización continuada, además de obedecer según los citados autores a la escasa eficiencia ecológico-ambiental de nuestro sistema productivo, parece tener como causa el vertiginoso aumento de los productos de cantera, que fueron en 2000 el 75% del total de los recursos abióticos directos utilizados por la economía española como inputs (principalmente piedra, arena y grava).
Evidentemente, el aumento de productos de cantera obedece al boom inmobiliario. Como tuve ocasión de comentar en estas páginas, con motivo de la publicación por el INE del Balance y cuentas de flujos de materiales, de los recursos naturales que más se utilizan en este sector (arcillas, cuarzo, arenas y gravas, caliza y granito) se extrajeron 320 millones de Tm en 2000, un 42% más que cinco años antes, calculándose que, en dicho periodo, más de 30 millones de Tm se han vertido a la naturaleza como residuos.
La falta de reciclaje de materiales y la fiebre constructora están llevando a que la productividad de los materiales caiga progresivamente, de modo que en los cinco años que separan 1996 de 2000, se haya pasado de generar 763 euros de PIB por cada Tm de inputs de materiales a 694, en términos constantes de 1995.
Lo que cabe preguntarse es cuánto tiempo podrá mantenerse un crecimiento que está haciendo un uso exagerado de recursos y vertiendo a la naturaleza residuos y contaminantes cuyas consecuencias se están empezando a reflejar, entre otras cosas, en aumentos de enfermedades y de muertes en las que inciden factores medioambientales. Que los países desarrollados usen recursos, y hasta viertan residuos, en países terceros no hace sino agravar las desigualdades y no evita problemas medioambientales que, para desgracia de los poderosos, carecen de fronteras.
Es obvio que los problemas existen aunque no sean objeto de evaluación. De ahí la necesidad de proceder, como se defiende en esta publicación del Consejo, a realizar las cuentas ambientales para medir todos los efectos de una actividad que, como se está pudiendo apreciar en la actual campaña electoral, se sigue midiendo mediante los agregados clásicos de producción y renta, como si fueran indiscutibles indicadores de un progreso sin límite.