¿Talento o mano de obra?
En las empresas instaladas en España se evidencia un problema de competitividad. Y ésta ya no es sólo una cuestión de salarios y costes de personal, sino que tiene que ver con la capacidad de optimizar la producción, unida a la aptitud para investigar e innovar
Desde que ha empezado este año no paran de producirse informaciones sobre el cierre de empresas industriales, sobre todo en Cataluña. Las razones pueden ser suspensiones de pagos en sectores poco competitivos, como el textil; regulaciones de empleo en sectores maduros, como la automoción, la electrónica y las artes gráficas; o, sobre todo, el traslado de la actividad a otros países con mano de obra más barata, la llamada deslocalización. En todo caso, se evidencia un problema de competitividad de las empresas instaladas en nuestro país.
Ante esta situación, la pregunta puede ser si estamos asistiendo a una crisis industrial irremediable e imparable. Digo irremediable porque, si pensamos que la causa primordial de nuestra falta de competitividad es el coste de la mano de obra, podemos deducir, sin duda, que tenemos pocas posibilidades de competir con los países baratos, donde el coste horario por persona es muy inferior, o con países en los que la regulación laboral se puede escribir en una sola hoja como Vietnam, por poner un ejemplo.
España tiene pocas posibilidades de competir en costes de mano de obra con países en los que la regulación laboral se puede escribir en una sola hoja
Si analizamos las cifras macroeconómicas de evolución y expectativas de nuestra economía podemos deducir, sin embargo, una atonía industrial y no una crisis. Si bien hay empresas que desaparecen y otras que se marchan, también las hay que se crean y otras que vienen a localizarse aquí. El saldo general de todos los sectores es positivo y el referido a la industria no es tan negativo como podría parecer. Todo ello porque la competitividad no es sólo una cuestión de salarios o costes de personal, ya que, si así fuera, habrían cerrado o estarían a punto de cerrar todas la industrias de Alemania, Francia y Estados Unidos y sólo produciríamos en India, en China y en contextos similares.
La capacidad de competir tiene mucho que ver con la organización, con la inversión, con la innovación y con la investigación. Ser capaces de organizar un sistema productivo que permita realizar el producto en la mitad de tiempo equivale a tener unos salarios que sean la mitad. En este sentido, invertir en racionalizar la forma de trabajar, crear método, ceñirse a los procesos que crean valor, ajustar la producción, flexibilizar, robotizar y desburocratizar es fundamental.
Los países como el nuestro han de apostar por ello porque disponen del conocimiento y de la formación necesaria de sus técnicos y operarios. Esta apuesta la pueden y la deben jugar mejor los emprendedores locales, las empresas nacidas y asentadas en el territorio, que las que han venido de fuera. Sin embargo, sabemos que aún no es totalmente así porque queda mucho camino por andar para convencernos de que nuestra expectativa es el talento y no la mano de obra.
Esta capacidad de optimizar la producción va unida a la aptitud para investigar e innovar, lo que significa anticiparse a las necesidades y a los competidores, crear nuevos productos, promover nuevos materiales y mejores soluciones. Esta es nuestra gran asignatura pendiente en tanto que ni se aportan los recursos suficientes ni se coordina eficazmente la actividad de empresas, universidades y centros de investigación. Es un tema que está constantemente en la palestra, del que se habla mucho pero que mejora con una lentitud exasperante.
También hay que tener en cuenta que el cambio en el sistema organizativo interno de las empresas ha supuesto que lo que se realizaba en los servicios internos y se computaba como actividad industrial ahora se ha externalizado y se considera como actividad del sector servicios.
Me refiero naturalmente a servicios como diseño, ingeniería, soporte jurídico y administración. Creo que es muy importante apoyar activamente a empresas multinacionales para que localicen estas actividades en nuestro país porque estoy segura de que suponen una fidelidad mayor que la de plantas industriales que, como Samsung, Lear, Valeo, Philips... sólo buscaban una ventaja comparativa salarial que, como se ha comprobado, tiene una alta volatilidad.
Aunque de todo lo argumentado pueda deducirse que, en mi opinión, el tema no es tan grave como parece, no puedo dejar de pensar que eso es verdad en la perspectiva económica y no así en la perspectiva humana. Los puestos de trabajo que se destruyen seguramente se compensan, a largo plazo, con los que se crean, pero lo que no se compensa es el trauma personal y familiar de la persona que pasa a ser parado, sin desearlo ni entenderlo.
En este sentido, no parece de recibo que haya empresas que vengan a invertir, consigan subvenciones y ayudas y nos abandonen a los pocos años. Mientras esto siga ocurriendo hablar del papel social de la empresa continuará pareciendo una pantomima.