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Columna
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El profeta del pasado

La increíble excursión -con conductor-letrado- del conseller en cap de la Generalitat al otro lado de los Pirineos provocó un abanico tal de comentarios que difícilmente permite una nueva opinión que aporte un matiz interesante. Pasadas unas semanas creo que esas interpretaciones se han centrado en las posibles consecuencias electorales del desliz del señor Carod y muy poco en lo que toda su actuación revela respecto a la viabilidad del Gobierno tripartito y el desacierto de quien lo gestó, buscando más no perder la segunda, y acaso última, oportunidad de acceder al poder en Cataluña que construir un Gobierno capaz de llevar a cabo un proyecto político viable a medio plazo.

La consistencia de ese proyecto depende en gran medida de la ideología y las aspiraciones de ERC. Las elecciones autonómicas de noviembre de 2003 pusieron de relieve que el crecimiento de ese partido se produjo en detrimento de las dos otras grandes formaciones: CiU y PSC. Esquerra ofrecía la imagen de un nacionalismo radical, populista y exaltado, capaz de afirmarse en la misma medida que se confrontaba con el nacionalismo moderado, burgués y posibilista de CiU -lastrado además por las secuelas inevitables del ejercicio ininterrumpido del poder durante 23 años-.

Por otro lado, ese nacionalismo radical se aprovechó también del fracaso del socialismo catalán, incapaz de ofrecer una fusión doctrinal coherente entre un nacionalismo que no fuera ni el oficial de CiU ni el radical de ERC y un programa de izquierdas -es decir, que, por ejemplo, no relegara la solidaridad entre las regiones de España a un mera cláusula de estilo-.

Ahora le queda a Maragall decidir hasta qué punto aceptará seguir gobernando con Carod-Rovira

En esa coyuntura, el 16% de los votos le bastaron para convertirse en el fiel de la balanza parlamentaria y decidir cuál de esas dos opciones moderadamente nacionalistas podía resultar más dócil a sus propósitos a medio plazo. CiU ofrecía una clientela más fácil de fagocitar inmediatamente pero de digestión identitaria más ardua de aquí a unos años; con el PSC las diferencias en las visiones nacionalistas son inicialmente mayores pero su propia ambigüedad le convierte en un socio de gobierno a quien se podía ser desleal con mayor tranquilidad: el resultado fue el actual Gobierno tripartito y la entrevista con ETA.

Lo que en todo caso revela esta situación es la pervivencia del viejo problema del encaje del catalanismo en España y hoy en día -a diferencia del pasado- se trata de un problema esencialmente catalán. En 1893, el poeta Joan Maragall -abuelo del actual presidente de la Generalitat- creía que '...otorgar a todas las regiones una igual consideración de tales en nombre de un abstracto ideal de regionalismo no es justicia, sino injusticia'; palabras que suenan como eco retrospectivo de la indignación que al president Pujol le producía el 'café para todos'.

Y es que como exhaustivamente ha demostrado el historiador catalán Enric Ucelay-Dacal en su reciente obra El imperialismo catalán (Edhasa, 2003), el conflicto parte, en muy buena medida, de 'La creencia catalana en una natural superioridad de su sociedad civil frente a cualquier realidad hispana, comenzando por el Estado español ...pero La arrogancia catalanista no evidenciaba una potencia suficiente como para arrasar con toda duda acerca de su anhelada primacía. Su dependencia del proteccionismo fue buena prueba de ello'; concluyendo, 'la confianza catalanista... derivaba de un modelo industrial ya bastante atrasado y sin la fuerza suficiente para imponerse sin apoyo político, en última instancia desde el poder.'

Y si el modelo según el cual Cataluña era el motor industrial de España y Madrid un lastre político empezaba a ser forzado en los años previos a la I Guerra Mundial, a comienzos del siglo XXI es un mito sólo apto para creyentes. De ahí la alarma, quejumbrosamente expresada por el ahora presidente de la Generalitat en un par de viejos artículos, quejándose de que 'Madrid se va'.

La reciente tregua 'territorial' ofrecida por ETA -¿por cierto, asesinará fuera de Cataluña para demostrar que su oferta no es una bravuconada gratuita?- da fe de la traición de ERC. Ahora le queda al señor Maragall decidir hasta qué punto aceptará seguir gobernando con Carod-Rovira; pero también la propia ERC tendrá que resolver si continúa confiando en un dirigente suicida. En todo caso, el pasado histórico ha vuelto, señor Maragall.

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