Lecciones de la desaceleración
La economía española es hoy una excepción en la Europa continental porque ha seguido creciendo a pesar de la crisis internacional. La autora subraya que, ahora que se inicia la recuperación, España sale reforzada, pero advierte de que debe continuar con el proceso de reformas
Después de un largo periodo de falsos arranques, finalmente podemos afirmar que hay una recuperación en marcha de la economía mundial liderada por EE UU. En una mayoría de países, incluida la zona euro, este relanzamiento de la actividad no será tan intenso como en ciclos anteriores y habrá que esperar a 2005 para que las principales economías crezcan a su ritmo potencial. Es decir, se despeja el panorama y las perspectivas de crecimiento son positivas, aunque no boyantes. Persisten, además, ciertos riesgos, fundamentalmente derivados de los desequilibrios notables en que han incurrido las grandes economías y las tensiones que ello está generando en el mercado de tipos de cambio, pero todos los analistas coinciden en considerar que no constituyen una amenaza inmediata para la economía mundial.
Un primer rasgo del pasado episodio de desaceleración económica internacional ha sido el enorme retraso en la salida: desde finales de 2001, los sucesivos análisis de coyuntura económica, incluidos los de la OCDE, han venido anunciando que la recuperación se produciría en el siguiente semestre pero eso no ha ocurrido realmente hasta la segunda mitad de 2003. Durante esos dos años hemos asistido a un periodo de 'no recuperación', con estancamiento del empleo y aumento del paro, que ha alimentado un círculo vicioso de falta de confianza y mayor retardo en la toma de decisiones y, por tanto, de la recuperación. Como todas las fases recesivas del ciclo, esta desaceleración ha puesto de manifiesto las debilidades de unos y las fortalezas de otros. El proceso de divergencia en los ritmos de crecimiento de EE UU, Europa y Japón durante los años noventa se agudizó durante la desaceleración aunque con algunas novedades relevantes hasta el punto de que ya no se puede generalizar y hablar de un solo modelo europeo de crecimiento.
La OCDE, en su último Informe de Perspectivas Económicas (noviembre 2003) subraya este rasgo de dispersión y polarización distinguiendo dos tipos de países en función del grado de resistencia (resilience) de sus economías, es decir, de su mayor o menor capacidad para hacer frente a choques externos desviándose lo menos posible del crecimiento potencial. La OCDE ha situado a España, junto con EE UU, Australia, Canadá y Reino Unido, en el grupo de países que mejor habían capeado el temporal, en contraste con otros países de la Europa Continental que han mostrado un comportamiento económico mucho más negativo en este periodo.
En una línea similar, el FMI en su informe sobre la economía española hecho público en las mismas fechas destacaba las razones del novedoso comportamiento de España, un país que históricamente se hundía literalmente en las fases recesivas: política presupuestaria rigurosa y reformas estructurales.
España es hoy afortunadamente una excepción de la Europa continental, entrando a formar parte del grupo de países que, resistiendo la crisis, han sido capaces de seguir creciendo incluso por encima de la media OCDE. Y lo ha hecho gracias a una demanda interna fuerte por consumo privado y sector de la construcción que han más que compensado la debilidad de la demanda externa. No es este el mejor patrón de crecimiento a medio y largo plazo, pero es sin duda bienvenido en un contexto de desaceleración de la economía internacional y mucho mejor en cualquier caso que la alternativa de sumir la economía en una recesión con el enorme coste que conlleva.
Quizá no esté de más recordar que en la anterior desaceleración iniciada a mediados de 1992, el PIB español cayó más de un 1% en el año siguiente destruyéndose casi un millón de puestos de trabajo. El contraste no puede ser más notable: la economía española ha seguido creciendo a ritmos cercanos al 2%, cerca de su potencial, ha mantenido sus cuentas públicas en equilibrio, y ha seguido creando puestos de trabajo. Ha aumentado ligeramente el paro pero no por destrucción de empleo sino por aumento de la tasa de actividad, lo que es una excelente noticia ya que contribuye a aumentar nuestro potencial de crecimiento.
En suma: España ha aprobado con nota el examen, ha sabido gestionar adecuadamente la crisis no por casualidad sino como resultado de una acción. La cuestión ahora es gestionar la recuperación.
El último informe del Banco de España destaca el comienzo de la recuperación de la inversión en equipo así como la notable fortaleza de los flujos comerciales con el exterior, de forma que las exportaciones han ganado cuota en nuestros mercados. A corto plazo, el reequilibrio de nuestro patrón de crecimiento hacia un mayor protagonismo de las exportaciones y la inversión empresarial parece, pues, en marcha. A medio plazo, la política económica debe continuar adoptando medidas que aumenten nuestro potencial de crecimiento y que sean coherentes con la necesaria estabilidad macroeconómica.
España comparte desafíos con el resto de países de la OCDE y, aunque tenga condiciones de partida distintas para afrontarlos, hoy cuenta con unas bases económicas saneadas como resultado de una política económica adecuada. Podemos y debemos aprender de los errores de otros y adoptar medidas que han demostrado su eficacia. Lo que en mi opinión no deberíamos hacer es permanecer quietos porque España no puede permitirse el coste de la inacción que han sufrido países como, por ejemplo, Alemania y Francia que hoy deben acometer procesos de reforma con una situación bien difícil en sus cuentas públicas.
España ha demostrado su capacidad para aprovechar las oportunidades y sólo tenemos que ser conscientes de que el proceso de reforma debe continuar si queremos seguir avanzando en un contexto cada vez más exigente. Esta fórmula es válida para todos los desafíos, incluido el de la ampliación de la UE, porque es la vía para mejorar el bienestar de los ciudadanos.
Embajadora de España en la OCDE
Ya no se puede generalizar y hablar de un solo modelo europeo de crecimiento