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Columna
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El dólar, Florida y Greenspan

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Los miembros europeos del G-7 volvieron de Florida muy contentos pensando que el comunicado del grupo iba a frenar el ascenso del euro. La alegría les duró muy poco porque, tres días después, como si no hubiera acudido a Florida, Alan Greenspan valoró positivamente la caída del dólar en su testimonio ante el Congreso. El presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos calificó el descenso de gradual y sin efectos negativos en los mercados de capitales y lo consideró muy favorable para el ajuste de la balanza corriente americana.

No obstante, Greenspan reconoció que la enorme acumulación de deuda americana en manos de extranjeros les llevaría a estar menos dispuestos en el futuro a absorber activos de este tipo. Y es que, aunque a los asiáticos les haya ido muy bien hasta ahora acumular activos norteamericanos para evitar la depreciación de sus monedas, los niveles de reservas oficiales han alcanzado cifras espectaculares. En Japón han llegado a los 750.000 millones de dólares, cifra equivalente al producto interior bruto (PIB) español de un año.

Estados Unidos no puede mantener durante mucho más tiempo su enorme déficit corriente. Hace unos años ese déficit -que siempre es la expresión de un desequilibrio entre ahorro e inversión- no se veía con preocupación porque se estaba utilizando para financiar una inversión pujante, lo que debería redundar en un mayor crecimiento de la economía americana a largo plazo. Sin embargo, en los últimos años, ese desequilibrio entre ahorro e inversión no se debe tanto a una mayor inversión, que sigue decaída a pesar del repunte en la parte final del año pasado, como a un problema serio de falta de ahorro de la economía americana, agravado por la emergencia del déficit público.

Estados Unidos no puede mantener durante mucho más tiempo su enorme déficit corriente

La cuestión que se plantea ahora es cuál sería la mejor manera de realizar el ajuste de la balanza corriente de forma que se evitaran alteraciones bruscas en la economía mundial. Para proceder con suavidad, deberían utilizarse los tres instrumentos disponibles. Además del ajuste en el tipo de cambio, sería necesaria una reducción en el crecimiento de la demanda interna americana y una mayor demanda en el resto del mundo.

En la reunión del G-7 Estados Unidos debería haber ofrecido un programa de reducción de déficit público, los europeos deberían haberse comprometido a adoptar medidas para aumentar la demanda interna y mejorar la flexibilidad de sus mercados, y los asiáticos deberían haber renunciado al intervencionismo cambiario o, al menos, suavizarlo.

Pero nada de esto se hizo en Florida y ahora todos vamos a asistir al espectáculo de ver cómo se realiza el ajuste por las solas fuerzas del mercado. Estados Unidos no va a corregir su déficit público y Europa no parece que de momento vaya a aumentar su demanda interna sustancialmente. Esto significa que en el corto plazo, todo el ajuste puede recaer en el tipo de cambio. El vértigo de la caída del dólar puede llevar a caer en la tentación de intentar evitarla con intervenciones en el mercado de divisas. Pero también es verdad que el mercado puede forzar a las autoridades a que hagan tarde lo que deberían haber hecho antes.

Si el dólar se hunde, las débiles perspectivas de reactivación de Europa podrían verse frustradas, con lo cual al Banco Central Europeo no le quedaría más remedio que reducir los tipos de interés, y el aumento de precios de importación en Estados Unidos podría alimentar la inflación, con lo que la propia Reserva Federal dejaría de ser menos paciente de lo que ha anunciado en mantener los actuales tipos de interés. Al final el mercado todo lo arregla, pero no tiene por qué hacerlo con suavidad.

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