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Columna
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El IPC y su efecto redistributivo

La aplicación de un índice medio de precios para actualizar todas las rentas no sólo hace perder poder adquisitivo a los compradores de viviendas, según el autor, sino que ejerce un efecto negativo en todos los grupos sociales cuya estructura de consumo sufre aumentos

Al hacer referencia en un anterior artículo, el pasado 28 de enero, a la trascendencia social de no incluir la vivienda en propiedad en el IPC, dado su tratamiento como bien de inversión, dejaba implícito el perjuicio que, en ese caso, acarreaba a los compradores de viviendas el hecho de que sus rentas no se actualizasen en función de los aumentos de precios que están soportando, aumentos que serían objeto de una fuerte ponderación por el gran peso que, en su particular estructura de consumo, tienen los pagos por la vivienda que están adquiriendo.

Pero la aplicación de un índice medio para la actualización de todas las rentas no sólo hace perder poder adquisitivo a los compradores de viviendas, sino que, en realidad, está ejerciendo un efecto negativo en todos aquellos grupos sociales cuyos consumos se vean especialmente castigados por aumentos de precios, con lo que esa aplicación del IPC está ejerciendo un efecto redistributivo que pasa inadvertido, como parece deducirse de la falta de argumentación sindical o política a la hora de negociar convenios o de plantear la actualización de pensiones.

Indudablemente, el efecto que la aplicación de un índice medio de precios pueda tener en la distribución de la renta puede ser progresivo, lo que ha podido ocurrir cuando los precios de bienes de lujo han crecido más que los de primera necesidad, o regresivo, como está ocurriendo en la actualidad tal y como permite apreciar la detallada información proporcionada por el INE.

En efecto, frente al aumento medio del IPC del 2,6% en el último año, por ejemplo, el grupo de alimentos, que tiene siempre mayor peso relativo entre las clases modestas, ha subido el 4,1% y algunas rúbricas de dicho grupo ha registrado un crecimiento espectacular, como los huevos, que en el último año han crecido un 20,8%; las patatas y sus preparados, que han aumentado el 19,5%, o las frutas frescas, que han variado un 12,2%. Incluso un alimento tan esencial en la dieta de las familias menos acomodadas como es el pan, subió en el último año un 5,2%, justo el doble que el índice general.

Para tener una idea de la repercusión que las muy distintas variaciones de precios tienen en diferentes estructuras de consumo, y siguiendo con el ejemplo de la alimentación, basta considerar que la ponderación media de este grupo en el IPC es del 21,9%, mientras que su peso relativo, según los últimos datos de la encuesta continua de presupuestos familiares (ECPF) del INE (primer trimestre de 2002), varía desde el 27% en la primera decila de hogares de menor nivel de gastos hasta el 10,4% que dedican a alimentos y bebidas no alcohólicas la décima parte de hogares que tienen más alto nivel.

Así como el porcentaje de gasto que supone la alimentación decrece ininterrumpidamente conforme aumenta el nivel de gasto de los hogares, hay otros grupos donde ocurre justo lo contrario y que casualmente han registrado aumentos de precios muy inferiores al del índice general.

Tal es el caso, por ejemplo, de los gastos en ocio, espectáculos y cultura que han aumentado tan sólo el 0,1% y que pesan el 3,9% en los hogares de la primera decila de gastos y el 6,8% en la décima parte de hogares con más nivel, así como en otros grupos, como los de transportes y menaje, cuyos precios han aumentado menos que el índice general y cuyo peso es triple en los hogares con mayor nivel de gasto que en los de más bajo consumo.

El efecto combinado de aumentos de precios superiores al del índice general en grupos de gasto con mayor peso relativo en las familias modestas y, por otro lado, de aumentos menores que dicho índice general en grupos a los que las familias más acomodadas dedican mayor proporción de sus gastos, llevaría a que, caso de elaborarse índices de precios para unos y otros colectivos poblacionales, el crecimiento del índice de las rentas modestas sería muy superior al que correspondería al grupo más acomodado, por lo que puede afirmarse que la aplicación del índice medio general para la actualización de salarios y pensiones está teniendo un efecto regresivo en la distribución de la renta.

En este caso, la pregunta que incorpora la ECPF sobre dificultades para llegar a fin de mes, donde un 55% de los hogares declara tener alguna dificultad, puede tener en el caso de trabajadores modestos, jubilados y pensionistas, que previsiblemente estarán muy por encima de ese porcentaje medio, razones tan objetivas como la evaluable mengua que viene experimentando su poder adquisitivo.

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