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Columna
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Elogio de Blair

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Cuando todo el mundo daba ya por acabada su carrera política, Tony Blair cosechó esta semana dos victorias que seguramente le permitirán presentarse a las elecciones de 2005 liderando el Partido Laborista británico. Ciertamente, la más importante de sus dos victorias ha sido la reivindicación que ha supuesto el resultado de la investigación realizada por lord Hutton en relación al caso BBC/Kelly. Pero desde el punto de vista económico, fue mucho más importante la victoria que obtuvo Blair en el Parlamento el martes pasado al sacar adelante su ley sobre la reforma de financiación universitaria.

En primer lugar, admira su ímpetu reformador, que destaca mucho más cuando se ve desde España, donde el Gobierno no ha aprobado desde el año 1997 ninguna reforma estructural que merezca la pena ser mencionada, sino que se ha limitado a disfrutar de la expansión que nos regala Europa a través de tipos de interés bajos -el euribor descendió en enero al 2,18%- y el billón de pesetas que recibimos todos los años de nuestros socios. Por ello estimula observar que hay otros políticos que, a pesar de estar en dificultades, se juegan su futuro por sacar adelante reformas impopulares cuyos beneficios probablemente ellos no van a cosechar. Como sucede casi siempre con las reformas estructurales, es el Gobierno siguiente el que disfruta de los efectos de las mismas.

La reforma aprobada por el Parlamento británico se adecúa perfectamente a las características de las reformas de tradición típicamente socialdemócrata, esto es, aquellas que utilizan los mecanismos del mercado y aceptan lo que la ciencia económica nos enseña respecto al comportamiento de los agentes según los incentivos que se les apliquen, lo que permite siempre un mayor crecimiento y generación de riqueza, pero a la vez introduce mecanismos de cohesión social y solidaridad. En efecto, la reforma laborista permite que las tasas universitarias puedan ser aumentadas espectacularmente -en más del doble que el nivel actual-, pero ello se complementa con préstamos a los estudiantes que no tengan recursos y que podrán ser pagados posteriormente cuando su mejor formación les permita tener unos sueldos mayores que los que hubieran tenido si no hubieran realizado estudios universitarios.

Estimula ver que hay políticos que sacan adelante reformas impopulares cuyos beneficios no van a cosechar

La reforma es positiva desde todos los puntos de vista. Por un lado, las universidades inglesas -como hoy sucede con las universidades norteamericanas- tendrán más recursos económicos y podrán aumentar su calidad. Y por otro, gracias a esos mecanismos de ayuda, podrá aumentar también el número de ingleses que acceden a la educación universitaria. Más cantidad y más calidad, y por tanto, más crecimiento y mejor distribución del crecimiento.

Aunque nuestros sistemas universitarios sean muy distintos, la reforma de Blair debería ser estudiada e imitada en España, donde las tasas universitarias son aún más bajas que en el Reino Unido y donde la situación de nuestras universidades tiene por delante un recorrido muy amplio hacia una mayor calidad.

La reforma universitaria británica encaja perfectamente en la filosofía de la estrategia acordada en Lisboa, ya que la educación es un ingrediente fundamental para conseguir un aumento de la productividad general de la economía. Directrices de Lisboa que el Gobierno español no para de predicar, pero que, como ha mostrado el último informe de la Comisión Europea, no practica.

Desgraciadamente, esta actitud de aceptar pasivamente seguir en la cola de los países europeos en todos los indicadores relativos a la sociedad del conocimiento, acabará teniendo consecuencias. Mientras Blair se preocupa de mejorar la calidad y extensión de la educación universitaria, aquí nos ocupamos de que la religión pase a ser una asignatura obligatoria. Lo pagaremos.

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