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Tribuna
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Una nueva reforma en el mercado de trabajo

Los días que corren son propicios a la conversación con propios y extraños. Algunas peripecias vitales, conocidas a través de las estadísticas, pierden así su condición impersonal y adquieren el rostro de sus protagonistas, por ejemplo el de varios jóvenes a los que importantes empresas les ofrecían contratos de un solo día, renovables por algún tiempo. O el de otros jóvenes sometidos a varios meses de contrato a prueba en negro, antes de ser contratados por tiempo determinado.

La contratación temporal, cuyo crecimiento tras la reforma de 1984 parecía el único camino entonces posible para introducir flexibilidad en un mercado de trabajo fuertemente regulado y protegido, dio lugar en los años posteriores a abusos intolerables, como es ya conocido. En particular, un notable aumento de la tasa de rotación, un perverso efecto en la negociación colectiva (insiders y outsiders) y la dualización del mercado de trabajo.

La preocupación por eliminar los excesos y abusos sin que la ley del péndulo nos devolviera a la rigidez inspiró las reformas laborales de 1994 y 1997, ninguna de las cuales se ha visto coronada por el éxito en lo que se refiere a la contención de la contratación temporal. La reforma de 1994 restauró la causalidad en los contratos como razón de existencia de la temporalidad, produciendo sin embargo limitados efectos reales. La misma orientación y similar fortuna tuvo de 1997. Simultáneamente, los intentos de redefinir las causas de despido a fin de dejar menos espacio al despido improcedente y de abaratar el coste del despido cuando existen causas fundadas, económicas u otras, han tenido efectos menores por la persistencia de limitaciones informativas, profesionales y técnicas en las magistraturas encargadas de aplicarlas.

Profesor asociado de Macroeconomía de la Universidad Carlos III

La persistencia de una elevada porción de contratos temporales en nuestro mercado de trabajo, una vez reintroducida la causalidad, sólo puede deberse a su menor coste para los empresarios, sea por la discriminación salarial de estos contratos (y trabajadores) en relación a los permanentes, sea porque los costes de despido son -como de hecho ocurre- notoriamente más altos para los trabajadores fijos. En todo caso asistimos a la prolongación de una situación en la que al abuso extendido se suma la ineficiencia económica.

La flexibilidad alcanzada mediante el abuso de la contratación temporal no deja de producir limitaciones en la política de recursos humanos de las empresas, pero, sobre todo, genera un sesgo contra la inversión en capital humano por la vía de la formación. De modo que tanto por razones de equidad -jóvenes, mujeres y personas con menor nivel de cualificación sufren con más frecuencia las desventajas de la contratación temporal- como por razones de eficiencia que afectan a la rotación laboral, al menor crecimiento de la productividad, a la mayor siniestralidad y hasta al desempleo adicional asociado con ciertos colectivos y situaciones económicas, hay serias razones para poner remedio a este estado de cosas.

Una vía para hacerle frente sería la potenciación del papel de la Inspección de Trabajo. Probablemente su nivel de actuación es bastante inferior al óptimo, a juzgar por las informaciones existentes, lo que debería servir para excitar su celo. Pero pretender arreglar la situación del mercado de trabajo mediante la inspección es tanto como sustituir los incentivos de mercado por el ejercicio del derecho administrativo en su vertiente sancionadora.

Más interesantes son otras propuestas orientadas al mercado, dirigidas a crear el marco adecuado de señales e incentivos favorables al comportamiento eficiente de unos y otros actores. Una de las posibles es la ampliación del actual periodo de prueba en los contratos indefinidos hasta cuatro o seis meses, durante los que se podría despedir sin coste (pero no renovar el contrato por otro periodo de prueba) y al cabo de los cuales el contrato sería indefinido, sometido a las causas habituales de despido.

La negociación podría avanzar hacia un sistema de este tipo y la contribución al desempleo de las empresas elevarse con el número de despidos producidos, al estilo del sistema bonus-malus de los seguros de automóvil.

Lo que parece claro es que necesitamos otra reforma del mercado de trabajo. Una vez más.

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