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Columna
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Los límites de la productividad

El dicho popular 'la vida da muchas vueltas' es en gran medida equivalente a este otro: 'hacia el progreso no se avanza en línea recta'. La economía actual nos muestra uno de estos bucles que aconsejan reflexionar sobre la validez de algunas de las certezas sobre las que se asienta la dinámica social.

Jeremy Rifkin (Producir más bienes con menos trabajadores. El País, 30-XII-2003) analiza acertadamente cómo el proceso de incremento de la productividad impulsa la sustitución de trabajo por capital y tecnología, hasta un límite en el que, como ya se aprecia, una proporción notable de población puede situarse sin capacidad adquisitiva, fuera del sistema. La consecuencia de una regresión en la demanda implicaría un exceso de oferta de bienes estériles.

A lo largo del siglo XX la agricultura de los países más desarrollados ha experimentado este proceso, de un modo singular. Los sistemas productivos más viables económicamente, más competitivos en el contexto internacional, se desarrollan con muy poca mano de obra, mediante la aplicación de sofisticados procesos tecnológicos que incorporan avances químicos, mecánicos, genéticos, informáticos, se produce sin suelo, etcétera.

La pérdida de relevancia de la población activa agraria fue amortiguada por otras actividades, aunque pronto el sector industrial mostró similares tendencias. Muchas sociedades rurales experimentaron un proceso migratorio sin precedentes, generándose problemas crecientes de concentración y congestión urbano/metropolitana. Ahora también la ley de la productividad ha alcanzado al sector servicios y decrecen aceleradamente sus necesidades de mano de obra. La paradoja ha llegado a mostrar rasgos dramáticos en el mercado de los alimentos. Se registran excedentes, que a veces se destruyen, en un mundo en que existe abundante miseria y se muere de hambre. La demanda no solvente es elevada.

El simplismo de la filosofía dominante en la última década es aterrador: hay que eliminar barreras, desregular, flexibilizar los mercados, suprimir rigideces y dejar que la ley de la productividad y de la competitividad se exprese en toda su potencia creadora. Es evidente que las mayores rigideces del sistema proceden del hombre, que envejece y pierde capacidad de adaptación y aprendizaje, así como de la naturaleza que nos muestra su constante torpeza con las limitaciones medioambientales. Este modelo de avance hacia el progreso requiere de hecho el abandono de buena parte del planeta y la exclusión de una proporción equivalente de población. Pero los indicadores de crecimiento y productividad diseñados ad hoc muestran su aparente eficiencia.

No obstante, señalar los límites del actual modelo de crecimiento no requiere gran despliegue teórico. Basta recordar Los hermanos Marx en el Oeste, la demanda frenética de '¡Más madera!' para hacer avanzar el ferrocarril, con la comprobación final de que la máquina arrastra una carcasa vacía.

Eficiencia y equidad, los dos tests del bienestar. No es una fórmula precisamente novedosa, aunque visto lo visto los últimos años es obvio que el camino hacia el progreso no es lineal. Hay que reinventar la sociedad del bienestar y la socialdemocracia, volver a regular los mercados, primeramente el mercado de trabajo para que al menos la flexibilización de plantillas de las grandes corporaciones con elevados beneficios no se financie en absoluto con fondos de la Seguridad Social.

En agricultura nadie duda ya de que existen límites naturales a la productividad. Se empiezan a valorar los bienes públicos y las externalidades negativas generadas por la actividad productiva.

De igual modo, es urgente valorar los costes que está provocando la degradación de lo social y lo medioambiental en el sistema económico: la inseguridad, la economía de guerra, el cambio climático... Compatibilizar la voraz productividad y las aspiraciones sociales obliga a restablecer reglas y normas, la primera de las cuales debe ser 'la madera del convoy no se quema, ni para alimentar la caldera de la máquina', ya que el objetivo del viaje es que el tren llegue a su destino.

Conviene recordar estas cosas, especialmente ahora en que surgen las dudas respecto a compromisos como el de Kioto. En materia medioambiental, casi parece fácil que pudiéramos ponernos de acuerdo. Ahora bien, y ¿en materia social y laboral? Hay que volver a recordar la elevada elasticidad demanda renta, en los tramos mas bajos de esta última. Equidad y eficiencia son las dos caras de la única moneda de curso legal, y ello equivale a decir que sólo con potentes sistemas de protección social podrá sobrevivir el capitalismo.

Catedrático de Economía Agraria de la Universidad Politécnica de Madrid

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