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Columna
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Cataluña, tierra de acogida

Los testimonios históricos y las estadísticas ratifican que Cataluña siempre ha sido tierra de acogida, receptora de migraciones. El autor pide calma a quienes sólo ven peligros de ruptura ante un cambio de Gobierno que califica de apasionante y esperanzador

Por testimonios literarios e históricos se sabe que Cataluña siempre fue tierra de acogida. La cuantificación de las migraciones a ese territorio es posible hacerla desde principios del siglo pasado, cuando los censos de población comenzaron a recoger datos sobre el lugar de nacimiento de las personas, lo que permite, al compararlos con los correspondientes al lugar de residencia, ver el efecto de los movimientos migratorios sobre el volumen y estructura de la población de diferentes territorios.

Cataluña ganó desde 1920 hasta 1930, por efecto de la migración -o sea, por encima de su propio crecimiento natural debido a la diferencia entre nacidos y fallecidos-, un total de 322.000 personas, el 13,7% de su población. El mayor número de inmigrantes, concretamente 252.260 personas, se localizó en Barcelona, lo que supuso un aumento del 34,4% en ese decenio. Crecimiento que, también por efecto de la inmigración, había registrado dicha provincia en los dos decenios anteriores, un 10% entre 1900 y 1910, y un 21,3% entre 1910 y 1920.

La importan-cia de la inmigración a tierras catalanas no sólo radica en el número, sino en la juventud de los emigrantes

Los fuertes movimientos migratorios que se produjeron a causa de la Guerra Civil no pueden ser evaluados porque en el censo de 1940 fue preceptivo censar a desaparecidos y ausentes por el decreto de 4 de junio de ese año firmado por el propio Franco. Pero los censos siguientes continuaron dejando constancia de las migraciones, de manera que el realizado en 1970, cuando ya se habían producido los fuertes movimientos de población a que obligó el Plan de Estabilización de 1959, reflejó que un 37% de los residentes en Cataluña había nacido fuera de allí, y el de 1991, concluidos los efectos de la reconversión industrial de 1984, constató que la población residente en Cataluña nacida en otros territorios había llegado a sumar 1,7 millones de personas, el 39% de su población. El último censo de 2001 ha contabilizado que el 32,2% de los residentes en Cataluña nacieron fuera, siendo los nacidos en el extranjero el 6,3% del total.

El hecho de que los residentes en Cataluña nacidos en otras partes del territorio nacional hayan comenzado a disminuir en el último decenio, desde los citados 1,7 hasta 1,6 millones, obedece no tanto a retornos a lugares de origen, que se producen con bastante rareza, como al proceso natural de unos fallecimientos que no se ven compensados con nuevos ingresos, dado el freno que han sufrido los movimientos migratorios interiores, posiblemente por la igualación de rentas que se ha producido en España gracias a los fondos de compensación interterritorial.

Dejando de lado la población extranjera, cuyo crecimiento en los últimos años ha sido espectacular en Cataluña, es previsible que siga disminuyendo el número de nacidos en otros territorios españoles que residen en Cataluña, si bien su proyección en la sociedad catalana seguirá latente muchas generaciones. En efecto, la importancia de la inmigración a Cataluña no sólo radica en su número, sino en la juventud de los emigrantes en el momento de ir a residir allí, en los matrimonios que contrajeron con nacidos en el territorio de acogida y en su fecundidad, en general más alta que la de los autóctonos. Según puso de relieve la encuesta sociodemográfica de 1991, en Cataluña sólo había en dicho año un 37% de autóctonos en segunda generación, esto es, nacidos tanto ellos como sus padres en territorio catalán. Esa cifra de autóctonos sólo superaba a la de Madrid, donde los autóctonos en segunda generación eran el 20,6% y estaba muy lejos de otras comunidades, como Andalucía, Extremadura o Galicia, donde más del 86% de los habitantes habían nacido, al igual que sus padres, en sus correspondientes territorios.

Si la mezcla de pueblos de España que se ha producido en esta tierra de acogida tiene su natural influencia afectiva y cultural, se deberían calmar quienes, ante el apasionante y esperanzador cambio que está viviendo Cataluña, sólo ven peligros de ruptura. Por si a alguien le sirve, Don Quijote, cuando abandona Barcelona sin pesadumbre, 'sólo por haberla visto' (capítulo 72 de El Quijote), la define como 'archivo de cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades'. Claro que, con los tiempos que corren, el testimonio de quien quedó admirado de lo espaciosísimo y largo que era el mar, 'harto más que las lagunas de Ruidera' de su Mancha natal, puede que para algunos no sea digno de recordarse.

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