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Columna
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Transparencia de mercados

Los fraudes en los fondos de inversión y en el mercado de cambio de divisas han generado la sensación de que en EE UU hay un elevado grado de ineficiencia. En contraposición, el autor destaca el empeño de Europa en garantizar la mayor seguridad jurídica

Al estudiar los últimos datos de crecimiento económico parece que los resultados de las tímidas reformas que se están iniciando en Europa apenas cuentan a la hora de evaluar el futuro y que, en comparación, Estados Unidos y otros países menos desarrollados, como Rusia, Brasil y China, cuentan hoy con un potencial mucho mayor. En estos países coinciden todos los ingredientes que, aderezados con una buena dosis de reformas, pueden facilitar el crecimiento: mercados por desarrollar, costes laborales reducidos, recursos económicos inexplotados y poblaciones superiores a los 100 millones de habitantes. Ante esta realidad, y teniendo en cuenta la brecha tecnológica que nos separa de Estados Unidos, no parece extraña la idea que tienen algunos dirigentes chinos sobre el futuro: Estados Unidos sería el centro de la creación del conocimiento científico y tecnológico, China se convertiría en el motor industrial del mundo y Europa se limitaría a ser el centro de ocio y turismo por excelencia.

Aunque esta visión no esconde los riesgos a los que podemos enfrentarnos, no deja de ser demasiado simplista y ajena a otros elementos que tienen que ver con el desarrollo competitivo. Entre estos, ese aderezo de reformas es uno de los factores más difíciles de conseguir, incluso para Estados Unidos. El mejor ejemplo de ello lo tenemos en todo lo relacionado con la transparencia de los mercados y la aparición de casos como los más recientes de los fondos de inversión y del mercado de cambio de divisas. Estas crisis han generado en la opinión pública la sensación de que ha habido un elevado grado de ineficiencia e incluso de connivencia entre los responsables de controlar que no se produzcan, el poder político y esos gestores fraudulentos.

Tras la opacidad casi siempre se esconde la incapacidad de las empresas para competir con sus homónimas extranjeras

Este problema está presente en las economías a las que hacíamos referencia. El escándalo que está teniendo lugar en Rusia por el encarcelamiento de uno de sus principales empresarios es el fruto de unas relaciones Gobierno-empresas en las que política, control de medios de comunicación y poder económico se confunden constantemente, o la situación de China que, a pesar de su anuncio de privatización de 100.000 empresas públicas en los próximos cinco años, sigue siendo un país en el que no hay separación real entre Estado y propiedad privada.

Si hay algo en lo que los europeos nos hemos empeñado, es en garantizar una mayor seguridad jurídica en forma de más independencia entre cada uno de los agentes que participan en nuestros mercados. Aquí también ha habido escándalos, pero no se han debido a un fallo de carácter estructural ni a una debilidad alarmante de nuestro sistema financiero. Por eso debemos continuar el camino emprendido. Está bien que se establezcan marcos de referencia que garanticen el buen Gobierno de las empresas, pero también debe mejorarse la normativa que regula las relaciones Administración-mercado-empresa. Todavía hay margen para mejorar. Por ejemplo, habría que estudiar la eliminación de algunas deficiencias que aún existen en la legislación de contratos con las Administraciones públicas, la elaboración de una ley de financiación de partidos políticos que se adapte a la realidad o fórmulas que aumenten el nivel de independencia -que no burocratización- de los órganos que velan por la Defensa de la Competencia y la seguridad del sistema financiero.

Seguramente, desde un punto de vista de competitividad, la transparencia de nuestra economía no puede considerarse un elemento tan importante como la innovación o la formación, pero sí debemos entenderla como clave en la estabilidad económica. En primer lugar, porque reduce los riesgos de los agentes que desean invertir en ella. Y, en segundo, porque, casi siempre, detrás de la falta de transparencia se esconde la incapacidad de las empresas para competir con sus homónimas extranjeras. Mientras que países como China o Rusia no adopten este principio, su potencial corre el riesgo de no prosperar, pudiendo incluso llegar a situaciones como la de Argentina. Por eso, mientras Europa continúe trabajando en incrementar la transparencia de sus mercados, seguirá manteniendo la primacía en este ámbito, lo que a su vez le puede permitir mantener una posición de privilegio en los distintos mercados mundiales a la que optan nuestros principales competidores.

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