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Columna
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¿Vuelve el proteccionismo?

Diferentes escenarios de la actualidad muestran una creciente crisis del multilateralismo en la escena internacional. El autor sostiene que la principal dificultad son las políticas de sustitución de importaciones en el intercambio de productos agrícolas

La semana pasada Alan Greenspan destacaba sobre otras preocupaciones que podía tener -y a él no le deben faltar- las nuevas amenazas proteccionistas en la escena internacional. Desde luego no es que estuviera advirtiendo sobre los riesgos de una nueva era de proteccionismo semejante a la que vivió el mundo en el siglo pasado en el periodo de entreguerras. Tal escenario es hoy por hoy inimaginable. Pero no cabe duda de que en este periodo de transición en la escena internacional que estamos viviendo, en el que el multilateralismo ha entrado en crisis, el prestigio de las instituciones internacionales ha caído extraordinariamente y se empieza a sentir, al calor de la reacción contra la globalización, sobre todo en los países menos desarrollados, un renacimiento de las corrientes populistas, con sus componentes nacionalistas y xenófobos, y el proteccionismo está empezando a tener más partidarios que en cualquier otra época en los últimos cincuenta años.

Algunos ejemplos ilustran esta tendencia: el fracaso de la reunión de Cancún, las políticas comerciales de carácter unilateral de los Estados Unidos, o la rebaja de objetivos alcanzada de mutuo acuerdo entre Estados Unidos y Brasil en el tema del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Y junto a estos casos de evidente fracaso de los procesos liberalizadores, encontramos la presencia de otros fenómenos más difusos, que no es difícil percibir detrás de las políticas de apoyo de la producción nacional y de sustitución de las importaciones que se están produciendo en Brasilia y Buenos Aires -con bastante menos armonía entre los dos países de lo que sugiere la liturgia del llamado Consenso de Buenos Aires- o de la negativa china a entrar en las reglas del juego de los mercados libres de divisas o del cinismo norteamericano en materia de política comercial.

Es a los países ricos a los que les corresponde dar el primer y sustancial paso en contra del proteccionismo

Como en otros ámbitos, la ruptura de los procedimientos, el olvido de los principios y la inclinación creciente por el unilateralismo por parte de la potencia hegemónica, Estados Unidos, han prestado legitimidad a las estrategias autónomas basadas en la defensa a ultranza de los llamados intereses nacionales. Pero al lado de estas perversas tendencias políticas es preciso reconocer que existen problemas económicos en el entramado internacional que avalan el escepticismo de muchos de los países menos desarrollados sobre los beneficios del libre comercio y las ventajas de la globalización.

La principal de estas dificultades es precisamente el intercambio de productos agrícolas. Las políticas proteccionistas en esta materia de los países más avanzados son una fuente inagotable de problemas y de enfrentamientos entre estos países y los países menos desarrollados. La agenda de Doha había acordado poner la liberalización del intercambio de productos agrícolas en el centro de la discusión de la nueva ronda de negociaciones de la OMC. Los países del Grupo de los Veinte reclaman con mucha razón una mejora sustancial del acceso de sus exportaciones agroalimentarias a Europa y a Estados Unidos; exigen al mismo tiempo la total eliminación de los subsidios a las exportaciones de bienes agrícolas y solicitan una reducción sustancial de los subsidios a la producción interna de estos países.

La cuestión puede ser, en parte, una de grado -a qué ritmo y con qué intensidad se modifican las políticas agrícolas de los países desarrollados- y puede ser en parte una de intercambio de ventajas entre un bloque y otros a través de la liberalización de importaciones industriales en los países menos desarrollados o de la aceptación por su parte de los puntos que componen la agenda de Singapur. Pero, en todo caso, no puede ser una de sustancia. Los países ricos no tienen legitimidad para mantener sus políticas agrícolas y comerciales en este terreno. De manera que es a ellos a quienes corresponde dar el primer y sustancial paso en contra del proteccionismo.

La cuestión, sin embargo, no es sencilla. Existen en primer lugar problemas de interlocución. Europa y Estados Unidos están lejos de formar un bloque común en esta materia. Lo mismo se puede decir del Grupo de los Veinte en todo lo que no sea comercio agrícola con los países ricos -y esta discrepancia incluye el alto nivel de proteccionismo de todos ellos frente a los productos agrícolas de los demás países atrasados-, y finalmente, el Grupo de los Noventa, 'los condenados de la tierra', países de África y Asia sobre todo, no tienen siquiera voz que los represente, ni esperan ningún beneficio particular para ellos del acuerdo entre los dos primeros grupos si éste se llegara a producir. Existen, en segundo lugar, dificultades objetivas de una negociación que debe llevarse a cabo al nivel de 148 países miembros de la OMC, y existe finalmente una tendencia generalizada a evadir el verdadero enfrentamiento de estos problemas en la política interna de la mayoría de los países, la ausencia de un auténtico liderazgo político y moral y la tentación aparentemente imparable de ampararse en gestos y políticas patrioteras. En fin, una desgracia.

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