_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El otro Irak

Parece que al presidente Bush la opinión pública americana le está recordando sus promesas no sólo de ganar una guerra fácil sino de asentar pacíficamente, y sin excesivos costes para el contribuyente, un régimen político estable. Pero como las desgracias nunca vienen solas, le ha estallado un 'Irak económico' que puede resultar aún más dañino para sus aspiraciones a la reelección.

Las razones son muy sencillas y se resumen en que EE UU vive de prestado. Su déficit por cuenta corriente alcanza ya el 5% del PIB y hace que el país que apenas 20 años atrás era el mayor acreedor del mundo sea hoy el mayor deudor, pues no en balde ninguno de sus sectores económicos puede librarse del sambenito de derrochadores. Así, si el sector privado -familias y empresas- se comportó como un manirroto en la década de los noventa, el Gobierno -que habría mostrado una actitud ejemplar durante esos años- se lanzó, bajo la mirada entre complaciente y lela del señor Bush a un despilfarro tal que, en poco más de tres años, ha tornado un superávit presupuestario del orden del 2% del PIB en un déficit del 4%.

Semejante desequilibrio únicamente ha podido sostenerse gracias a que el resto del mundo lo ha financiado. Pero incluso a los deudores más opulentos les llega la hora de apretarse el cinturón y ajustar sus gastos a sus ingresos reales, y esto es lo que comienza a sucederle a EE UU. En efecto, no sólo los inversores privados extranjeros parecen hartos de comprar activos americanos -especialmente deuda pública-, sino que al convertirse los bancos centrales asiáticos en los principales compradores de esos activos, los americanos se están pegando un tiro en el pie.

Los mercados tienen una razón básica para no ser optimistas, la situación de la economía estadounidense

Quiere decirse con ello que en la medida en la cual, por ejemplo, el Banco de China siga comprando activos denominados en dólares se mantendrá la depreciación del yuan, que tan dañina es para la balanza comercial entre ambos países y tan directamente alimenta las tentaciones proteccionistas del Capitolio.

¿Cuál es la solución? Teóricamente la más sencilla consistiría en que el resto del mundo comprase más bienes y servicios americanos y aquéllos exportaran más a éstos. Pero no es muy probable que ello suceda en unas circunstancias en las cuales las tradicionales locomotoras -Japón, Alemania y, en menor medida, Francia e Italia- están prácticamente en recesión y no se observan signos claros de que vayan a salir de ella rápidamente.

Queda, desde luego, una alternativa: la depreciación del dólar. En la década de los ochenta y con otro presidente republicano -el señor Reagan- la divisa americana se depreció nada menos que un 55% frente al marco alemán y el yen. Pero mucho me temo que ahora el ajuste no resulte tan fácil por dos razones muy elementales: primera, porque el desequilibrio de las cuentas americanas es en esta ocasión mucho mayor que entonces -cuando no supero el 3% de un PIB considerablemente menor- y, segunda, porque resulta difícilmente imaginable, por su extraordinario efecto contractivo, para Europa un tipo de cambio, digamos de 1,5 dólares por euro. Y exactamente lo mismo puede decirse en el caso del yen, cuya apreciación resultaría la peor medicina para la estancada economía nipona.

No es fácil imaginar la estrategia económica americana, pero lo más probable es que prosiga la continua perdida de valor de su divisa -las últimas estadísticas de balanza corriente muestran una ligera mejoría-, ya que ni la Reserva Federal va a subir los tipos de interés en un futuro previsible ni la Administración Bush está dispuesta a poner en orden las finanzas públicas. Y como todo lo que va mal puede ir peor, la fragilidad de la actual situación de la economía americana se pondría dramáticamente de relieve en el caso de que no sólo las autoridades chinas no revaluaran el yuan, sino que, acaso por razones geopolíticas, decidiesen empezar a vender los 350 millardos de activos denominados en dólares que poseen. Pero quizás no tengan que hacerlo, bastará con que el señor Bush continúe gastando miles de millones en defensa y en Irak.

Archivado En

_
_