Estrategia
Nuestras autoridades, tan necesitadas ellas de reconocimiento público, pregonan con comprensible satisfacción el mayor crecimiento de la economía española respecto de las economías de su entorno. La postración de la economía alemana, de la francesa, de la holandesa o de la italiana, con ser un motivo de profunda preocupación para la marcha de la economía española, parece últimamente uno más de los motivos de gloria acumulados por este Gobierno. Sin llegar a recrearse en el mal ajeno, la ocasión de insistir en el contraste entre tasas interanuales españolas del 2,7 % y crecimientos próximos a cero de nuestros ilustres vecinos, ocupa un espacio desmesurado en el análisis y el debate político-económico. En detrimento, claro está, de consideraciones de más enjundia para nuestro presente y, sobre todo, para nuestro futuro económico, como la composición de nuestro crecimiento, sus fuentes principales y su sostenibilidad.
Sería grave que la economía española, cuyo potencial de crecimiento supera al de la economía europea en más de medio punto, no creciera por encima de ésta de modo sistemático. Los sueños de convergencia real se disiparían totalmente, lo que no resultaría aceptable en modo alguno. Pero puesto que no es ése el caso y en los últimos años estamos aumentando nuestro diferencial de crecimiento con Europa, hemos de preguntarnos si eso se debe a algún mérito propio, del que los demás puedan aprender, o si, por el contrario, existen razones para la preocupación en la propia ampliación del diferencial.
Veamos algunos datos. Ente 1980 y 1995 el crecimiento del PIB por habitante en España fue del 2,3%, superior a la media de la OCDE, 2,1%, y de la Unión Europea (UE), 1,8%. Esta diferencia de medio punto con el crecimiento de nuestros vecinos explica nuestra convergencia, no sin accidentes, a lo largo de un periodo de quince años. ¿Qué ha ocurrido después de 1995? Un proceso algo diferente al que conocíamos, por bastantes razones. De una parte, el crecimiento medio de la OCDE se ha ralentizado, fundamentalmente por la caída de Japón en la recesión de la que aún pugna por salir. Por otra, EE UU ha mejorado su ritmo de crecimiento medio desde el 2% al 2,3%, mientras la UE lo hacía del 1,8% al 2%. En conjunto, la zona OCDE ha crecido a ritmos medios del 1,9% entre 1995 y 2002, la UE lo ha hecho al 2% y España al 2,7%. Es decir: nuestro diferencial con la UE se ha ampliado en dos décimas anuales en los últimos ocho años. Esto sería una buena noticia si, como sabemos, el origen del mayor crecimiento hubiera sido una permanente ampliación de nuestro crecimiento potencial a medio y largo plazo.
El crecimiento del PIB entre 1995 y 2002 resulta de un aumento de las horas trabajadas y la productividad
Lamentablemente eso no resulta evidente al examinar el origen del crecimiento actual, muy asentado en la demanda interna y en la construcción, y la evolución de los principales factores de la función de producción, en especial el capital humano, tecnológico y físico, con su efecto sobre la productividad total.
Si se descompone el avance del PIB per cápita en sus dos componentes, el crecimiento del empleo y la mejora en la productividad del trabajo, se observa que el perfil de crecimiento es casi exactamente el opuesto en los dos periodos considerados. Entre 1980 y 1995, la mayor parte del crecimiento del PIB se explica por el avance en la productividad, alrededor del 2,5% por hora trabajada, registrándose incluso una caída en el empleo medido por el número de horas trabajadas (en torno al -0,5%). En claro contraste, entre 1995 y 2002, el crecimiento del PIB por habitante resulta de un crecimiento en el número de horas trabajadas (cerca del 1,5%) y un crecimiento de la productividad del 1,2%, menos de la mitad de la registrada en los quince años anteriores.
Comprenderán mis lectores que la satisfacción del Gobierno por las modestas tasas de crecimiento alcanzadas (un 2,3% estimado en 2003 frente a un 3% previsto) no puede ocultar la necesidad de abandonar de una vez la táctica y pasar al diseño de la estrategia. O, mejor, de acomodar la táctica a una estrategia de mayor alcance, para garantizar la sostenibilidad del crecimiento y la convergencia real. Profesor de Economía de la Universidad Carlos III